Vista Gentil-Libro2

El gran seductor

Dijimos anteriormente que Daniel no es que tuviera una vida conyugal muy satisfactoria, quería a su mujer y a sus dos hijas aunque éstas les diesen más de un quebradero de cabeza, pero apenas veía a María Antonia y aquello, muy a su pesar, le hacía fijarse más de la cuenta en la asistenta.

Daniel como entrenador, no disponía de mucho tiempo en educar a sus hijas, éstas eran muy mal criadas y en su ir y venir del instituto a casa y viceversa, lo dejaban todo tirado a su paso, no fregaban nada de lo que ensuciaban y, a excepción de Ángela que no protestaba, Lili encima era muy maleducada.

Por ese motivo Daniel puso un anuncio en el periódico que necesitaban urgentemente una empleada del hogar, (femenina preferiblemente) excusándose en que les iría bien a sus dos niñas tener a otra mujer en casa.

—Disponemos de una habitación para invitados si lo necesitas. Verás que es espaciosa y la cama… muy cómoda. —carraspeó nervioso.

Pero ésta, la cual se llamaba Claudia, negó con educación, diciendo que ella ya tenía una vivienda, que vivía con sus padres y que podría venir cada mañana y tarde si fuera necesario.

—Perfecto pues. —le explicó las condiciones económicas, le mostró el resto de la casa y cuáles serían sus tareas.

Claudia era una muchacha de clase media. Vivía en una casita con sus padres y hermano menor. Su tía también se había mudado con ellos al haberla dejado su marido, director del teatro donde trabajaba.

Desde bien pequeña ya sabía lo que era limpiar; sus padres estaban fuera todo el día, aunque su madre era bastante pulcra y eran las dos las encargadas de poner orden en aquel caos. La hermana de su madre, quien había dejado la compañía, se pasaba los días buscando trabajo de actriz o sino estaba en la piscina tomando el sol.

El padre y hermano adolescente, cuando acababan sus trabajos, él de encargado de mantenimiento en el instituto y su hijo en sus estudios, preferían estar toda la tarde en el gimnasio, por lo que Claudia se pasaba los días limpiando en casa.

Pero para ella aquello no era trabajo de cenicienta ya que le encantaba limpiar y era extremadamente ordenada, no se daba cuenta que era explotada hasta lo indecible.

Pero como no les sobraba el dinero, aceptó aquella oferta de empleo y encima, de algo que se le daba de maravilla.

Lo que no podía imaginar, era que el dueño de aquella casa de locos fuera un verdadero acosador. A Claudia, no podemos negarlo, le estaba comenzando a gustar aquel hombre tan atractivo, con su barba pulcramente recortada y su aspecto atlético. Claudia no había tenido demasiados novios, ya que era extremadamente tímida y su trabajo en casa no le dejaba tiempo para hacer vida social, además sus padres eran muy celosos con su hija y bastante chapados a la antigua.

Por eso, cuando a final del día aquel hombre se le colocó detrás suyo mientras estaba pasando la fregona por la cocina y comenzó a abrazarla y besarle levemente en el cuello, ella se dejó hacer con el corazón desbocado. Pero tras aquellos primeros escarceos, el hombre no dejaba de dirigirle piropos (con muy buen gusto, por cierto) ella, sensible y con falta de cariño, sonreía y se sentía flotar, a pesar que sabía que aquello estaba mal, le propuso ir más allá.

La esposa jamás se enteró, bastante tenía con sus campañas políticas, sus reuniones hasta tarde en el ayuntamiento y sus emotivos discursos en la plaza principal.

Tanto Lili como Ángela sospechaban que algo pasaba, pero se hacían las ciegas y sordas, a ellas, mientras las dejaran hacer lo que quisieran ya les estaba bien.

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Juan vivía en una casita de soltero la mar de resultona, su vida era bastante ajetreada, ya que como el decía, “en aquel barrio vivían demasiadas mujeres y él tenía tan poco tiempo…”

Durante las mañanas y mediodía se las pasaba durmiendo. Le gustaba mucho la cocina y disfrutaba de prepararse recetas sabrosas aunque solamente fueran para él o para la ingenua que aceptara almorzar o cenar en su casa.

Tenía muy pocos amigos masculinos, no porque los considerara rivales para él, (le sobraba seguridad y su vanidad le hacía convencerse que era único en su especie), sino porque prefería rodearse de féminas que le alegraran la vista.

Pero no os penséis que era el típico misógino, en realidad respetaba a las mujeres y contra más inteligentes fueran más les atraía. Juan no era solamente un tipo sin cerebro y músculos, en realidad estaba versado en numerosas materias, disponía de una extensa biblioteca en su ático y le encantaba el conocimiento.

Entre sus aficiones estaba la de observar las estrellas con su telescopio en la terraza y la del baile.

Trabajaba desde hace años por las tardes/noches de profesor de salsa y bachata en un pub muy conocido en la ciudad y sus orígenes latinos y chulescos le hacían irresistible ante las damas.

Actualmente sus amantes preferidas y con las cuales mantenía una relación más estrecha eran… ¿lo habéis adivinado? ¡exacto! Las hermanas Caliente.

Mina y Nina campaban por sus anchas en aquella casa, disfrutaban del jacuzzi ellas solas, aunque Juan estuviera a veces fuera y pasaban largas y pasionales noches con él en su cama redonda. Jamás se quedaban a dormir, pues como él decía, esta era una de sus reglas más importantes.

Mina quedó viuda de su esposo Miguel y sin guardarle el requerido luto, no esperó ni un mes en dejarse “consolar” por aquel espécimen. Malgastó su modesta herencia y tuvo que ponerse a trabajar en la cocina junto a la que sería su compañera; Begoña Simblanca.

Al principio, como no estaba acostumbrada a trabajar para ganarse el pan, tuvo algunos conflictos con su jefe, que no aceptó sus insinuaciones para hacerle más llevadero el trabajo, pero sin embargo mantuvo una sincera amistad con aquella mujer de cara redondeada, rostro surcado de pequitas que la hacían parecer más joven y aprendió mucho de ella, la cual era una excelencia en su trabajo.




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