Tras la muerte de Berto, Begoña siguió con su austera vida, criando a sus tres hijos, lidiando con las facturas y haciendo horas extras en el restaurante. Suerte que tenía a su compañera Mina en la cocina para desahogarse.
León consiguió convertirse en una especie de gánster juvenil, pero sus actos delictivos estaban restringidos exclusivamente a su trabajo, fuera de él cambiaba completamente y se convertía en un excelente y protector hijo. Gracias a su sueldo cada vez más generoso, lograron hacer ampliaciones en la casa para poder construir otro lavabo y una habitación donde se instalarían sus dos hermanos, Ícaro y el bebé.
Parecía que todo había vuelto a la calma, pero a León le salió un trabajillo en una ciudad muy lejos de ahí. Una vez perpetrado el robo y habiéndose repartido el botín con sus compañeros de fechorías, entró tranquilamente en un bar para tomar una copa.
Mientras, sentado en la barra escuchaba la música de fondo, oyó a unos hombres que detrás suyo jugaban a los dardos. Una de las voces le pareció extrañamente familiar y se acercó a ellos, no quería meterse en líos, únicamente sentía curiosidad.
Y entonces lo vio. Tuvo que pararse casi delante suyo con expresión desencajada y el tipo, que estaba a punto de tirar los dardos, bajó con fastidio el brazo y le dijo:
—¡Oye tú! ¿pero qué cojones miras? Por poco te hago un piercing con mis dardos en esa cara de mocoso que tienes…
Pero León no se dejó intimidar.
—Pero… ¿papá? —no podía creer que estuviera allí. —yo mismo te vi metido en esa fosa y asistí a tu entierro, estabas tieso en la piscina…
El hombre, al principio movió la cabeza molesto y casi estuvo a punto de pegarle un puñetazo, sus amigos rieron divertidos e hicieron observaciones irónicas ante aquello. Pero entonces, el hombre observó mejor a aquel joven que debería tener entre veinte o veintidós años.
—Eres… eres mi hijo… —ambos no dejaban de mirarse como si estuvieran viendo un fantasma.
Pero tras la sorpresa, el hombre apagó la mirada y poniéndole una mano en la espalda, le susurró para que nadie los oyese:
—Ven, vayámonos a un lugar donde podamos hablar a solas. ¡chicos! Ahora vuelvo, he de resolver un asunto.
Se sentaron en un reservado, la camarera al verlos les dirigió una media sonrisa imaginándose algo más perverso, pero ninguno de los dos le hizo caso.
—Dos cervezas por favor. —le pidió el hombre.
Y ante el estupor de aquel que creía estar ante un resucitado de la muerte, optó por explicarle su historia.
—“Me crie hace cuarenta y dos años en un orfanato de una ciudad cualquiera. Pensé que era un huérfano más del resto, que mis padres habían fallecido y los asistentes sociales me habían llevado allí. Pero la verdad era más cruda, ya que mis padres seguían con vida y además tenía un hermano, un hermano gemelo idéntico que era querido y tenía una vida sencilla pero maravillosa.
La verdad es que eso lo descubrí bastante más tarde, cuando ya con la mayoría de edad pude salir y hacer mi propia vida. Por entonces vi a tus padres vendiendo pasteles en el parque, bajo el sol otoñal y sus arrumacos y ñoñerías me sacaron de quicio, pero en el fondo, aunque no quería admitirlo los envidié. Yo también quería tener una familia, pero no una cualquiera, deseaba tener “su” familia, aquella mujer de negros cabellos y además tener descendencia con ella.
Por eso, aprovechando las continuas ausencias de aquel panoli de mi hermano, entré en la casa y seduje a Begoña con palabras cariñosas y gestos apasionados. Ella creyó en todo momento que era su esposo, pese a que éste no me llegaba ni a la suela del zapato. Ni siquiera sabía ser un buen padre, lo sabes muy bien León, jamás se preocupó mucho por sus hijos y cuando Begoña le recordaba los instantes de placer pasados conmigo, éste se mostró siempre aturdido y preocupado, sin acordarse de nada.” —hizo una sonrisa bebiendo de su cerveza ante la expresión mezcla de sorpresa y admiración del joven— “hasta llegó a ir al psicólogo, creyendo que tenía periodos de amnesias temporales. No quiso decirle nada a su esposa, pensando que de admitir que no recordaba nada, ella se enfadaría, y le siguió la corriente. Así durante muchas noches entré furtivamente, y en tres de ellas fuisteis concebidos.
Al principio aquello lo hice como una venganza personal, por haberme quitado mi vida, la que me pertenecía. Begoña no se merecía aquel hombre que no tenía sangre en las venas y ya vemos como le fue, incapaz de ofrecerle una vida digna. Pero luego me enamoré perdidamente de ella, quería ser su esposo y un padre para vosotros. Si no hubiera pasado lo que vino después…
Fue una tarde en que Berto regresó más pronto de su trabajo y me vio salir de su casa. Yo me metí rápidamente en mi coche y él me siguió en el suyo. Fue una persecución digna del cine y al final llegamos a un callejón oscuro. Allí discutimos demasiado acaloradamente, de las palabras pasamos a las manos y yo que era más fuerte, de un empujón lo tiré al suelo… Fue un accidente, debes creerme hijo, su cabeza emitió un crujido terrible cuando dio contra el bordillo de la acera.
En aquel momento, si hubiera sido un tipo frio y calculador, me hubiera deshecho del cadáver y asumido completamente su identidad, consiguiendo así el sueño de toda una vida, pero me faltó valor. Vi en lo que me había convertido y me asusté, supe que no era merecedor del amor de una familia como la vuestra y, tirando el cuerpo en la piscina, me alejé corriendo en mi coche, no sin antes despedirme para siempre de la vida que hubiera podido tener.”
León se terminó de un trago casi todo el contenido de su cerveza, alzó las cejas enormemente consternado y entonces llamó a la misma camarera:
—¡Psss!¡camarera, ponme un whisky doble con hielo! Necesito algo mucho más fuerte para asumir esta noticia.
Y ahí dejamos a los dos hombres, padre e hijo conversando de sus cosas, recuperando el tiempo perdido en aquel bar, haciéndose promesas: León prometiendo que no dirá nada a su madre y hermanos y el gemelo pródigo prometiendo que será como un tío reencontrado para él y que lo ayudará en todo lo que necesite, como para conseguir la redención que llevaba tantos años buscando.