Vistiendo a la realeza

Prólogo

Su largo cabello negro caía reluciente por su espalda y se movía al compás de sus pasos mientras se dirigía del baño hacia la habitación. Una vez allí, su ayudante Minerva se acercó con el camisón rosa de seda.

La ayudó a desprenderse de su bata y ponerse el camisón mientras le preguntaba si necesitaba algo más.

Fátima tardó en responder. Observó su habitación y sus ojos se clavaron en el escritorio. Cuatro libros apilados la esperaban con fecha límite.

—Tráeme una taza de café. Será una noche larga.

Sin demorarse, Minerva asintió y se retiró de la habitación.

Fátima hubiera preferido dirigirse a la cama y descansar, pero había estado retrasando aquel compromiso desde hacía tiempo y su madre, la reina, odiaba las cosas hechas a último momento.

Calzándose sus pantuflas acolchadas, avanzó hacia el escritorio que se encontraba en un rincón de la gran habitación. Prendió el velador adornado y se dispuso a abrir el primer libro.

Hoja a hoja fueron apareciendo los más relucientes y llamativos vestidos que había visto en su vida. Vestidos largos, con amplias faldas, algunos con agregados en tul y otros destacándose por el plisado. Había vestidos cortos cuya singularidad estaba en los detalles del corset.

Fátima se dejó encantar por cada uno de ellos, dedicándole especial atención a los que más le gustaban. Empezó a marcar aquellos que podían estar entre los seleccionados, pero cuando terminó de mirar el primer libro, se dio cuenta que había marcado más de veinte.

Definitivamente, aquella tarea sería todo un desafío. De esos cuatro libros, con más de cien vestidos cada uno, debía seleccionar solo doce. 

No entendía la necesidad de su madre de llevar acabo aquel evento. Tranquilamente, podría decantarse por elegir a uno de los diseñadores que ya trabajaban para la realeza. Pero no, su madre había decidido cumplir con el evento que era tradición en el reino.

En dos meses se daría inicio a Vistiendo a la realeza, una de las tantas tradiciones que había que cumplir cuando uno de los miembros de la familia real estaba próximo a contraer matrimonio.

Aquel evento reunía a los más talentosos diseñadores de moda del mundo, aunque poco reconocidos, para que compitieran entre sí para ganarse un lugar en la realeza. El ganador, tendría el honor de vestir a la princesa desde el día en que contraía matrimonio y hasta el final de sus días. O eso era lo que citaba el contrato que debían firmar.

Ese año, llevarlo a cabo parecía ser algo muy importante para la reina Helena. El pueblo había sufrido las graves consecuencias de la sequía. Muchos de sus pobladores habían perdido gran parte de sus cosechas y si bien, desde la realeza habían colaborado para que pudieran subsistir, los ánimos que se respiraban no eran muy buenos. Desde la corona, querían llevarle un poco de entusiasmo, y transmitir aquel evento por televisión, parecía ser una buena forma de hacerlo.

Los siguientes días, Fátima los pasó entre vestidos. No quedaban muchos días y las opciones elegidas seguían siendo demasiadas. Tenía que reducir la cantidad de alguna forma, observando con más cuidado o recurriendo al azar. Pero en dos días debía entregar la lista definitiva con doce vestidos en ella.

Lo hizo. Siempre cumplía con sus deberes, aunque recurrió un poco al azar y a la opinión de su amada Minerva.

La reina recibió la lista y la pasó a su encargado quien tenía los nombres de los que habían dado vida a aquellos vestidos. Una vez que unió cada diseño con su diseñador, devolvió la lista para la aprobación de la reina.

Se redactaron doce cartas que serían enviadas a los elegidos y en menos de dos meses, se daría comienzo a Vistiendo a la realeza.




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