Eran las siete de la mañana y avanzaba a gran velocidad rumbo al aeropuerto. Estaba llegando tarde y si no me apuraba, perdería el vuelo hacia Arladia. Lo cual sería una falta de respeto total hacia la realeza que me esperaba allí al día siguiente.
Después de enviar un correo con la aceptación al evento, con más dudas que certezas, pero mas ganas que intenciones de echarme atrás, me enviaron los boletos de avión. Junto a esto, llegaron un sinfín de indicaciones que tenía que tener en cuenta desde el momento en que abordara el avión.
Desde ese momento, mi vida se convirtió en un constante preparativo para llegar con todo a la fecha indicada. No quedaba mucho tiempo y debía no solo practicar un poco de costura, si no también llevar chequeos médicos y una serie de vestimentas y objetos que se me habían solicitado.
Sin evaluarlo demasiado, hablé con la dueña del lugar donde trabajaba para explicarle la situación y contarle que debía regresar a Valedai, mi antigua ciudad. Tenía que usar el tiempo que me quedaba para entrenar la costura y el diseño que hacía tanto tiempo había abandonado.
—Pero si no ganas regresarás, ¿verdad? —me preguntó después de contarle sobre mi participación en Vistiendo a la realeza.
La fe que tenía esa mujer en mi era admirable.
Mi tía se enteró de todo el asunto un día antes de mi viaje hacia Valedai.
—Espera, espera, espera. ¡¿Me estás diciendo que la mismísima reina ha hablado contigo?!
—Si, es lo que he dicho —le respondí riendo.
—¡¿Y lo dices de esa manera tan natural?! Mujer. ¿Dónde quedaron tus emociones?
Definitivamente, se las había consumido ella.
—Es que lo he contado tantas veces que hasta ha perdido la emoción —le dije riendo.
—Nada de eso, si vienes a mi casa te quiero entusiasmada, ilusionada y feliz. ¿Me oyes?
—¡Tía! Lo estoy. En serio. Es una oportunidad increíble. ¿Cómo no voy a estar emocionada?
—Pues avísale a tu tono de voz que se oye un tanto apagado, mujer.
—He madrugado, tuve que hacerme muchos controles médicos. Ha sido una semana atareada. Hace mucho que no ando en bici. Estoy cansada. Pero prometo que dormiré y mañana estaré como nueva.
—¿A qué hora llegas? ¿Te trae tu padre?
—No. Iré en autobús. Sabes que no me gusta depender de él. Ya bastante hizo abriéndome las puertas de su casa.
—Es tu padre, Amy. Es lo mínimo que podría haber hecho.
—Llego a las nueve. ¿Me irás a buscar?
—Ahí estaré, pequeña.
—¿Me podrás llevar al cementerio? Necesito contarle esto a mi madre.
Del otro lado de la línea se hizo un silencio. Supuse que mi pedido la había descolocado un poco. Desde el día del entierro me había negado a pisar ese lugar. Para mi, mi madre estaba en todos los sitios que me rodeaban, menos allí.
Pero el dolor me había hecho huir incluso de la ciudad y refugiarme en casa de mi padre, con quien hacía casi diez años no convivía. Tras el divorcio, se había mudado a aquella ciudad con alma de pueblo y había reiniciado su vida allí.
Tomar la decisión de pedirle techo no había sido muy fácil, pero el dolor que sentía al vivir en el mismo lugar que antes había compartido con mi madre, se había hecho muy poderoso. Eso me había empujado a vivir el último año en Émiton.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—Muy segura. Nos vemos mañana tía Olga.
—Nos vemos mañana, pequeña Amy.
Entré al cementerio sola, con un pequeño ramo de flores amarillas, las favoritas de mi madre… Aunque nunca entendí su fascinación por ese color. Pero allí estaba, prefiriéndola por sobre las demás.
Llegar al lugar donde figuraba su nombre junto a una foto sonriente de ella, fue difícil. Se la veía tan radiante, con su cabello largo rubio, tal y como el mío. Con su mirada alegre de ojos celestes que siempre le había recriminado que no me la heredase y me dejase con los ojos marrones de mi padre. Era ella. Estaba ahí, congelada en una foto.
Me costó acercarme. Aun me costaba creer que estaba allí.
Las lágrimas no tardaron en aparecer.
—Má. He vuelto —le dije mientras pasaba mi dedo sobre la inscripción de su nombre: Silvia—. Si, lo sé. He tardado un poco. Pero me negaba a aceptar que estabas acá. Admito que esperaba encontrarte en una esquina cualquiera, o que ingresaras a casa como lo hacías después de tus viajes. Pero el tiempo pasó y eso no sucedió.
Tuve que frenar mis palabras para limpiar las lágrimas que cubrían mi rostro.
—Vine a contarte que la profesión que tanto amábamos ambas ha vuelto a mi. Literalmente, golpeó a la puerta y me empujó hacia ella de nuevo. Voy a participar en Vistiendo a la realeza, ¿puedes creerlo? —una pequeña risita salió entre llanto—. Hace un año que no puedo sentarme frente a la máquina, hace un año que no hago ningún diseño. Me ha costado bastante seguir cosiendo y creando con tu ausencia latiendo en cada puntada.
Después de su fallecimiento, me había tomado unos días para recuperarme. No había sido nada fácil seguir respirando tras esa noticia. Pero lo había conseguido. Había cubierto mis necesidades básicas.