Viuda negra

Intrusa

 

Parte de mi Corazón fue enterrado junto a mi madre “Angela” un veintisiete de noviembre hace quince años, una extraña y agresiva enfermedad degenerativa se la llevó, arrebatándola de nuestro lado, recuerdo cuando comenzó a fatigarse por todo, hasta el punto de no poder caminar, su hermosa apariencia y su rostro angelical se fueron convirtiendo poco a poco en una figura esquelética y sombría, mi madre ya no jugaba con nosotras, mi hermana y yo tuvimos que presenciar su deterioro, un evento traumático para mi corazón, yo tenía cinco años y mi hermana aun era un bebé de dos años, las visitas al hospital , el olor a enfermedad y la decadencia impregnaron mi hogar convirtiéndolo en un lugar sin esperanza.

Mi padre Octavio, permitió que mi tía Ágata se mudara con nosotros en lo que la enfermedad de mi madre pasaba, ella siempre me pareció una mujer extraña, llegué a creer que era una bruja, su personalidad falsa y sombría me daban miedo, mi hermana Ariana siempre lloraba cada vez que mi tía trataba de cargarla, ambas sentíamos su aura misteriosa y oscura, incluso nuestro gato “Hermes” la detestaba.

Por alguna razón despidió a todas las enfermeras, mi padre la dejó a cargo de todo, quería relacionarse lo menos posible con nosotras y con mi madre, con el pretexto de que tenía mucho trabajo, dejó de atenderla y de frecuentarla, a pesar de que vivíamos en la misma casa, antes de que mamá empeorara, mi tía Ágata fue quien se quedó a su cargo, pero todo lo que esa mujer tocaba se marchitaba y así lo hizo con mamá.

—Vamos hermanita, come tu sopa, esta hecha de verduras cocidas y un poquitito de sal, anda, abre la boca, di ahhh. —Ágata insistía en que comiera aquella extraña sopa, una que preparaba especialmente para ella.

—No tengo hambre, esa sopa no me cae bien, hace que me sienta débil y mi estomago se revuelve. —externó Angela con debilidad.

—Tienes que comer, es lo único que tu cuerpo tolera, no puedes vivir tomando agua, hazme caso, veras que pronto te sentirás como nueva.—le dijo Ágata con una enorme sonrisa.

—No, cuando no la como me siento mejor, te agradezco todas tus atenciones, pero preferiría que una enfermera se ocupará de mí, ya te hemos causado muchas molestias ¿Qué dirá tu esposo si te la vives aquí?

—Ay, Marco no tiene opinión en esto, no importa lo que él piense, estoy cuidando a mi hermanita mayor ¿Qué pecado hay en eso?

—No quiero que tengas problemas en tu matrimonio por mi culpa.

—No te preocupes, yo me las arreglare con mi marido. —le dijo Ágata mientras acariciaba su cabeza y añadió. —vamos, solo una cucharadita más.

Mi madre cayó en la red de una viuda negra, un escorpión venenoso que usaría todos sus recursos para salirse con la suya, estaba casada con un hombre que parecía su abuelo, un señor muy rico que se había enamorado profundamente de ella, Ágata era muy hermosa, su cabello negro, ondulado y brillante que le llegaba a los hombros, ojos felinos color azabache y unos labios rojos y carnosos que hacían juego con su piel blanca y aterciopelada, tenía un cuerpo voluptuoso, pechos grandes y caderas anchas, su cintura diminuta la hacían parecer una avispa, mi madre sin embargo, era recatada, cuidadosa en su vestimenta, elegante, sencilla y su belleza era la de una buena dama, se notaba a simple vista que Ágata quería la vida de su hermana, su casa, su familia, sus amigos y su esposo.

Mi padre era un hombre muy atractivo y varonil de carácter firme y de buen porte, de buena familia y era muy exitoso, Ágata siempre lo había codiciado y cuando mi madre enfermó, encontró su oportunidad para arrebatarle todo.

Mi madre estaba cada vez más cerca de la muerte, más débil he indefensa, mientras ella se debatía entre la vida y la muerte, Ágata tomaba ventaja y se aprovechaba de la situación.

—Octavio, que sorpresa, llegaste antes del trabajo ¿todo bien? —le preguntó Ágata con una sonrisa.

—Estoy muy agotado, me duelen los hombros. —le dijo Octavio mientras se sobaba.

—¿De verdad? Ay no que pena, déjame hacer algo por ti, te daré un masaje relajante, soy muy buena para eso, haber, déjame ayudarte.

—No es necesario, iré con mi masajista más tarde, no quiero molestarte.

—No es ninguna molestia, al contrario, es un placer. —respondió Ágata sonriente.

Octavio accedió a el masaje y Ágata se acercó a él despreocupada, mientras le sobaba los hombros, recargaba sus pechos en su nuca, provocando deseos en Octavio quien no podía ignorar su belleza, todo estaba planeado por ella, seducirlo hasta hacerlo suyo.

—¿Te gusta el masaje? Realmente estas tenso, tu perfume huele muy bien… — le dio Ágata susurrándole en el oído provocándole un cosquilleo en todo el cuerpo.

—Es suficiente. —carraspeó Octavio sonrojado.

—¿Te ayudó el masaje? —le preguntó con esa voz fastidiosa.

—Si, gracias, me relajó un poco.

—¡Me alegro mucho! Te traeré un café, no tardo, mientras quitaré estos documentos de aquí, para que no te estorben. —ágata se puso delante de él, dejando a la vista su corta minifalda que mostraban sus piernas y sus encantos, dejando embobado a Octavio, quien desvió la vista dirigiendo su mirada a otro lugar.

Los intentos de seducción de Ágata continuaron hasta que Octavio no pudo más, mientras ella se estaba bañando, escuchó que el pasaba por su habitación para preguntarle sobre Angela su esposa y al ver la puerta del baño abierta y el sonido de la regadera, sintió la tentación de asomarse y entrar, al verla completamente desnuda perdió la cabeza y el deseo por ella lo consumió.

—Octavio ¿Qué haces aquí? —le preguntó Ágata mirándolo con una falsa vergüenza.

—Lo siento, estaba la puerta abierta y yo…

—No te disculpes, debes sentirte muy solo, mi hermana esta en los huesos, perdió su belleza y sus encantos hace mucho tiempo, debes sentirte frustrado al no poder satisfacer tus necesidades, me da mucha pena verte así, consumiéndote por el incontrolable deseo de estar con una mujer de verdad ¿quieres acostarte conmigo? Le prometí a mi hermana que la ayudaría con todo lo que pudiera, déjame atenderte como se debe, yo cuidare bien de ti, me haré cargo de su esposo también.




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