Viuda negra

La ultima cucharada de sopa.

 

La frustración y la impotencia que un niño pequeño puede llagar asentir, es abrumador, Antonella se sentía culpable por no poder hacer más por su madre, al verla tan débil y vulnerable se llenaba de rabia por no ser capaz de enfrentar a su tía, no sabía por qué cada vez que su madre comía esa extraña sopa, se descompensaba cada vez más, ni tampoco podía comprender la insistencia de Ágata por dársela a la fuerza, por eso, la imagen de que era una bruja, se plasmaba cada vez más en su cabeza.

Detestaba esa brillante sonrisa, la felicidad que le producía ver a mi madre agonizando, las múltiples veces donde su descaro era tal, que se revolcaba con mi padre a unos cuantos metros de mi madre, en la sala, la cocina, el comedor, le susurraba al oído lo bien que la pasaba con ese cretino y lo maravillada que estaba con el estilo de vida que tenía ahora que ella estaba en estado vegetal.

Llegó un punto donde mi madre ya no podía ni levantar un dedo, ni siquiera parpadeaba, el odio por mi tía creció cuando me encontraba en casa, recién regresaba de la escuela, Ágata había mandado a la servidumbre a realizar sus deberes sin que la molestaran mientras supuestamente le daba un baño a mi madre, cuando las risas de esa infeliz se escuchaban hasta la entrada sacudiendo las paredes por la intensidad de sus carcajadas, me asusté y corrí con todas mis fuerzas hasta la habitación de mi madre.

Mis ojos se abrieron incrédulos ante la crueldad de aquel escorpión, había maquillado a mi madre como si fuera un payaso, peinándola de manera ridícula y la fotografiaba mientras se reía de ella, le dolía la barriga de tanto mofarse de su hermana, sus ojos derramaban lagrimas al abusar de una mujer desahuciada.

Apreté mis puños hasta que me enterré las uñas en las palmas de mis manos, no podía concebir en donde encontraba tanta diversión, al ver que mi madre no tenía ninguna expresión la abofeteo tanto que le sacó la sangre de la nariz.

—¿No vas a decirme nada Ángela? Jajaja, dime algo maldita sea, que esto se está poniendo aburrido, jajaja.

  —Detente…—exclame atónita.

—¿Eh? —Ágata volteó y me miró con desdén desde su privilegio.

—¡Deja en paz a mi madre bruja! —grité llena de rabia y al instante subieron dos sirvientas a ver que me sucedía y al ver a mi madre se llenaron de indignación y asombro.

—¿Señorita se encuentra bien? —preguntaron Frida y Sofía que eran las sirvientas que se ocupaban de mí, unas jovencitas de tan solo quince y dieciséis años de edad que habían entrado algunos meses atrás y a quienes les había agarrado mucho cariño, eran para mí, mi único lugar seguro y las únicas que me mostraban amor en esa casa, además de la otra gente de servicio que trabajaba en mi casa, Frida y Sofia eran gemelas y al ver  a mi madre maquillada como un payaso y con sangre en la nariz, corrieron a auxiliarla.

—¡Por Dios! Le limpiaremos la cara de inmediato. —dijeron ellas alarmadas.

—¿Por qué le hiciste eso a mi mamá? —le pregunté mirándola fijamente y con un llanto que no podía controlar.

—No le hice nada, simplemente estábamos jugando, quería animarla para que se divirtiera, haber si de esa forma su cuerpo reaccionaba un poco. —exclamó ágata con indiferencia.

—¡La estabas golpeando! ¡por eso tiene sangre en la nariz! ¡mentirosa! ¡bruja! —le dijo Antonella entre lágrimas.

—¡eres una insolente! ¿por qué siempre me dices así? ¡mocosa malcriada!

—¡Deja en paz a mi familia y vete de aquí! ¡deja de meterte con mi papá! ¡tú tienes a tu esposo! —Le grité tan fuerte que no vi venir la bofetada que me estaba por dar.

—¡Eres una irreverente! ¡Vete a tu habitación! —me ordenó clavándome sus ojos en el alma.

—Señora por favor no le pegue, es una niña. —dijeron Frida y Sofía para defenderme, pero Ágata les impidió que me consolaran y me llevó a rastras a mi habitación.

—¡Esta niña necesita disciplina! Si su padre no se la da, entonces yo lo haré.

Octavio había salido de viaje, por tres días se había encontrado ausente, estaba en camino, pero no llegaría a tiempo para ver con sus propios ojos a la araña ponzoñosa que había dejado entrar a su hogar.

Agarró a Antonella de los cabellos y la metió a la fuerza a su habitación, la aventó contra la cama y agarró el cinturón de su pantalón y comenzó a golpearla sin piedad.

El dolor y el ardor en su piel al sentir cada latigazo la dejó sin voz, los sirvientes estaban asustados por todo lo que estaban escuchando, Frida y Sofia golpeaban la puerta tratando de abrirla, pero estaba atrancada, una vez que Ágata se cansó, salió de la habitación sudando y la mano le temblaba, no tenía ningún remordimiento, al ver a Frida y a Sofia que entraban a revisarla, Antonella comenzó a llorar, se sentía sola, su hogar era un infierno, el insomnio y la ansiedad se hicieron parte de su rutina diaria y el estrés, su pan e cada día.

Cuando la noche llegó, Antonella no pudo evitar quedarse dormida de tanto llorar, pero las pesadillas la sacudieron y de golpe despertó, adolorida caminó hasta la habitación de su madre y al ver que no estaba, se asustó y bajo con rapidez las escaleras, sus ojos se abrieron de golpe y su carita se puso pálida al ver como Ágata le daba la ultima cucharada de sopa a su madre.

—No…

—Eso es hermanita, esta es tu ultima cucharada. —al escuchar el ruido en la madera, Ágata volteó y le dedicó una sonrisa diabólica Antonella quien simplemente se dejó caer de rodillas al suelo, sin esperanza, sin nada.

—Que bueno que ya aprendiste a no faltarme al respeto, bien dice el dicho, que a los niños hay que educarlos con azotes. —exclamó Ágata sonriente y añadió. —por cierto, tu madre es una comelona jeje.

La bruja tenía razón, este sería el ultimo plato de comida que Angela probaría, el frasco de veneno que estaba utilizando en ella ya estaba vacío, solo quedaba esperar a que la muerte recogiera a su hermana.




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