Ágata insistió en que mi madre fuera cremada, mi papá no tenía cabeza para todo este asunto, supongo que desde el principio no supo como tratar la enfermedad de mi madre, pero me era muy confuso ver lo desligado que estuvo de ella durante su enfermedad, cuando mamá estaba bien y brillaba llena de salud, le mostraba todo su cariño, parecían un matrimonio feliz, una pareja enamorada a pesar de los años que llevaban juntos, la perspectiva que tenía de mi padre era muy diferente a la que tengo ahora, Octavio era ante mis ojos, el hombre más culpable y cobarde de este mundo.
La negligencia que hubo en el caso de mi madre fue tanta que nadie sospechó de un posible asesinato, el médico forense que recibió su cuerpo nunca dio una declaración sobre alguna anomalía, Ágata fue quien se encargó de todo, la cremación, el funeral y mi familia…mi madre no tenía a nadie más aparte de esa serpiente venenosa, fue una de sus víctimas, mi padre la puso en su telaraña donde se convirtió en la presa de su propia hermana.
Maldigo el día en el que mi abuela concibió a semejante monstruo, el día en el que mi madre conoció a Octavio y se convirtió en su esposa, los maldigo a los dos por haber asesinado a una mujer inocente y por haber marcado mi vida de la peor manera posible.
Esa maldita se reía en todo momento, satisfecha con el resultado de sus malditas artimañas, logró lo que quería, quitar a mi madre de su vida, para quedarse con su familia, le robó su casa, su esposo y a sus hijas, ni siquiera habían pasado seis meses desde la muerte de mi madre cuando Ágata ideo deshacerse de mí, uno más de sus problemas.
Yo la detestaba, sabía quién era en realidad, una intrusa, una mujerzuela, la amante de mi padre y la asesina de mi madre, al no soportar que si quiera me tocara, le dijo a Octavio que yo era incorregible, la infeliz me golpeaba cada que podía, me dejaba moretones en todo el cuerpo, diciéndole a las visitas que yo era muy traviesa y me caía en todas partes, sus maltratos se arraigaron en lo profundo de mi corazón, hizo que naciera en mi un fuerte deseo de vengarme, solo tenía cinco años…y me destruyo la vida.
Octavio estaba harto de mis berrinches y mi mala educación, Ágata decía que era igual que mi madre, una mustia incorregible y convenció a mi padre de mandarme aun internado, uno donde solo saldría de vez en cuando en las vacaciones de verano he invierno, cosa que jamás sucedió, pues ella no permitió que yo volviera a casa, mi padre como buen títere no dijo nada, me abandonaron en aquel colegio como si no valiera nada, casi dieciséis años estuve en el extranjero, aislada de mi padre y mi hermana, que al ser todavía una bebé, se quedó con ellos y la viuda negra la crió como si fuera su propia hija, envenenado su corazón contra mí.
Los días en el internado fueron tan desolados, sumergida en una oscura y profunda soledad, la depresión llegó a mi vida a una edad muy temprana, al igual que el odio, los primeros tres años era una rebelde, nadie me soportaba, iba de psicólogo en psicólogo, pasé tantos días en el cuarto de castigo que casi se volvió mi único entorno, hasta que decidí dejar de auto destruirme.
Lo único que me mantenía a flote era mi ardiente deseo de venganza, cosa que jamás lograría si seguía comportándome de ese modo, tuve que madurar bastante rápido, si quería destruir a esa mujer, debía convertirme en su nuevo enfoque de envidia, tenía que ser la más inteligente, hermosa, talentosa y virtuosa mujer que caminara sobre esta tierra y entonces me preparé, estudie tanto que me convertí en la mejor estudiante de mi generación, después en la mejor alumna del internado, me volví poliglota, una dama refinada, estudié tanto que aprendí sobre todo tipo de cosas, cosas no tan buenas pero que me ayudarían en mi venganza.
Me convertí en la mujer perfecta, aprendí a ser otra viuda negra, por fin las puertas del internado se habían abierto para mí, era libre, mi tiempo había llegado, el tiempo de vengar a mi madre.
(Época actual)
Las mañanas en la casa de los Lauder era una asquerosa fantasía, el ambiente era como un reality show donde Ágata protagonizaba a la madre perfecta, sonriente, amable, una experta en la cocina, siempre con tacones y vestidos elegantes de diseñador, sus pómulos resaltaban dejando a la vista sus perfectos dientes blancos, en todos estos años, nunca pude olvidar esa malévola sonrisa, parecía aquel gato siniestro que salía en un cuento de niños, acosando a aquella niña rubia fisgoneando todo el día, así era esa arpía, tan feliz por haber conseguido todo lo que quería.
—¿Que les parece? ¿No se ve delicioso?—les preguntó Ágata a su familia mientras miraba con orgullo todos los platillos que había cocinado y añadió.—pasé todo el día cocinando, se ve mejor que en internet jajaja.
—No puedo creer que tu hayas hecho todo esto mamá, se ve delicioso, me encanta.—dijo Eliza mientras estiraba la mano para probar un poco.
—¡Hey! No te atrevas a tocar esos bollos osita, tienen que verse perfectos para esta noche.
—Lo siento mamá, es que se ven tan ricos, muero de hambre.
—¿Que dices mi hombre fuerte? ¿Te gusta la cena?—le preguntó Ágata mientras se acercaba a darle un beso.
—Todo lo que tu haces es perfecto, al igual que nuestra hija, muero de ganas de probar todo lo que preparaste.—le dijo Octavio sonriente.
—Lo harán, pero no hasta que lleguen nuestros invitados, los Monte Velo tienen que irse envidiando mi don culinario jajaja.
—Si, pero deberías irte a cambiar preciosa, solo tienes unos minutos antes de que el gobernador y su familia lleguen, recuerda que son muy puntuales.
—Tienes razón, debo apresurarme jajaja, no me tardo cosita.
—Te esperaremos aquí, nosotros ya estamos listos ¿verdad princesa?
Ágata se fue de prisa a cambiarse, estaba muy emocionada de que el gobernador viniera a su casa a cenar, era una infiel de primera, había engañado a Octavio tantas veces que el muy tonto no se había dado cuenta, se acostó con el electricista, el de paquetería, varios compañeros de trabajo, su propio abogado, en fin, no había hombre que se le escapara y tenía los ojos puestos en el gobernador y su hijo, quería probarlos a los dos, así que no perdía oportunidad alguna para seducirlos.