Viuda negra

El regreso de la viuda negra

 

De pronto, las puertas se abrieron de par en par, la sonrisa de Ágata se extinguió lentamente, se puso tan pálida que seguro se le había bajado la presión de golpe, una hermosa mujer estaba parada en la entrada, sedoso cabello negro ondulado hasta las caderas, ojos felinos y un porte excepcional, ¿Era Ángela? Se preguntaba aterrada, no, era imposible que ella estuviera en carne y hueso justo en medio del pasillo, ella estaba muerta, ella la había matado, pero…entonces ¿quien era ella?

—Buenas noches familia, cuanto tiempo sin verlos.—expresó la hermosa mujer que dejó a todos atónitos.

No podía ser Ángela, aunque para su karma, era idéntica a ella, solo que la difunta jamás había usado vestidos entallados o tacones de aguja, parecía ser una modelo, una mujer de etiqueta.

Ágata permanecía tiesa, preguntándose si ella era la única que podía verla y si acaso era una broma de mal gusto, los Monte Velo miraban a los Louder y no sabían como reaccionar, esto era algo inesperado.

Octavio se puso de pie de manera inconsciente, por un momento también creyó que estaba alucinando, pero abrió bien los ojos y se quedó pasmado.

—¿Antonella?—murmuró Octavio perplejo.

—¿Que?—inmediatamente después, Eliza también fijó su mirada en ella y añadió de golpe.—pero, ¿que hace aquí?  No sabía que vendría.

—Espero no interrumpir, no sabía que tenían visitas, quiten esa cara, no soy un fantasma, solo soy yo, Antonella, no tengan miedo—declaró ella con una sonrisa ligera, sin ningún tipo de titubeo se acercó a ellos y mientras lo hacía miró fijamente a Ágata quien conocía esa sonrisa.

Era una amenaza, una total hipocresía, una víbora conociendo a otra ¿que pasaba cuando una viuda negra conocía a una más peligrosa y venenosa que ella? Por su puesto que era una advertencia.

Antonella no le quitó los ojos de encima, se los clavó como si fueran espadas y dijo:

—Estoy de vuelta.—mientras la miraba fijamente.

—Dios mío…eres igual a Ángela.—exclamó Hector de manera natural.

Y es que Antonella era preciosa, se acercó a la mesa y abrazó a su padre, este estaba en shock y las lagrimas le salieron de los ojos sin poder contenerlas, hacia tanto que no la veía y claro que se sentía culpable de haberla abandonado en aquel lejano internado durante tantos años.

—Ya quita esa cara papá, solo quería sorprenderlos, no quitarles las palabras de la boca, deben estar muy sorprendidos.

—¿Por que no nos avisaste que vendrías? Habría ido por ti al aeropuerto, creí que seguirías haciendo tu doctorado en Alemania, Dios, enserio no me esperaba esto, lo lamento, me quebrante al verla estar por esa puerta.

—¿Ella es Antonella tu hija mayor? Que guapa, mucho gusto, yo soy Maritza Monte Velo, la esposa de Hector y él es mi hijo Andres.

—Es un placer conocerlos.—les dijo Antonella con amabilidad, era una mujer educada que no perdía la compostura a pesar de todo el odio que sentía en ese momento.

—Estoy impactado, nunca pensé que te conoceríamos, es que, estuviste fuera del país por mucho tiempo, estoy realmente encantado, eres la viva imagen de tu madre, tan hermosa y elegante.—le dijo Hector maravillado.

Antonella notó la mirada de Andres, inconscientemente la contemplaba con la boca abierta, ella le sonrió con dulzura y este se puso tan rojo que las orejas se le tiñeron también.

—Es verdad, eres muy bella, me recuerdas mucho a Ángela, tan natural y recatada.—añadió Maritza que al ver la cara de envidia de Ágata se regocijó en picarle aun más la herida.

—Es un halago que me digan eso, mi madre era una dama, la mejor mujer que conocí alguna vez.

—Comparto ese sentimiento contigo mi querida Antonella, por cierto, tendremos una fiesta en nuestra residencia en unos días, estas cordialmente invitada junto a tu familia ¿estas casada? ¿Tienes novio?

—No, estoy soltera.

—Mi hijo Andres también jajaja, harían una linda pareja en la fiesta.

Eliza apretaba sus puños bajo la mesa, no sabía que estaba pasando, para ella su hermana era una completa desconocida, no la apreciaba y no la extrañaba y al escuchar las palabras de Maritza, se sintió celosa.

—¿Bueno que pasa Eliza y Ágata? ¿Les comió la lengua el gato? Antonella regresó ¿no piensan decir nada?—preguntó Maritza desconcertada al ver que solo estaban en shock.

—No son groseras, es solo que mi tía me mandó al extranjero cuando tenía cinco años, decía que era incorregible, Eliza apenas era una bebé, así que debo ser una desconocida para ella.

—¿Que? ¿Pero jamás visitaste a tu padre estos años?

—No, intenté escribir, visitarlos, pero mi internado parecía ser sin goce de permisos para salir pero, seguro buscaste esa opción para reformarme ¿o no Ágata? Al principio no lo entendía, me sentía muy sola y deprimida, pero gracias a la dureza de su mano me convertí en la mujer que soy a hora, podría decir que Agata me convirtió en lo que soy y estoy muy agradecida, le pagaré por todo lo que hizo por mí.—exclamó Antonella sonriente.

Ágata estaba roja, temblaba llena de vergüenza y rabia, se sentía expuesta, humillada, ella dejó de ser el centro de atención para que Antonella pasara a ser la protagonista, de un momento a otro, nadie hizo más comentarios de su comida, ni siquiera dijeron nada del postre, Hector y Andres ahora estaba enfocados en esa mujer, a aquella niña de la que pensó haberse librado ahora esta de regreso, ya no era una cachorra temerosa ni débil, ahora tenía encima a una loba hambrienta de justicia, la cual se vengaría con sus propias manos.

—Pobrecita…debiste extrañar mucho a tu padre y hermana.

—Por supuesto, pero ahora estoy aquí, no pienso alejarme de ellos.

—¿Ya cenaste hija? ¿Tienes hambre? Pediré que te sirvan la cena.—exclamó Octavio desviviendo por ella.

—¿Lo preparó Ágata?

—Si, esta delicioso.

—Me imagino, le preparaba sus ultimas comidas a mi madre ¿te acuerdas de la deliciosa sopa que le cocinabas?




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