Viuda negra

Ajuste de cuentas.

 

Andres se había ofrecido a llevar a Antonella a su hotel, en el camino hablaron de muchas cosas, pero nada que fuera verdad, Antonella no estaba interesada en conocer a nadie, mucho menos en hacer amigos, tenía una conversación vacía con el hijo del gobernador, a quien solo usaría para destruir a su familia si se lo permitía, solo necesitaba una pequeña entrada para que su telaraña tuviera lugar.

Andres quería decir tantas cosas, pero sentía que sería pasarse de la raya, pues apenas si la conocía, muchas preguntas se le acumulaban en la punta de la lengua ¿Realmente te abandonaron ese internado? ¿Estas cómoda con que tu padre este casado con tu tía? ¿Que de cierto hay en todos esos rumores sobre tu familia? ¿Acaso no los odias? ¿Realmente puedes vivir con lo que te pasó?

—¿Te la pasaste bien con tu familia?—le preguntó Andres tratando de ser amable.

—Si, hacia mucho que no los veía, estuve esperando esto por mucho tiempo.—respondió Antonella con una sonrisa.

—Me imagino.—Andres no estaba convencido de su respuesta, era imposible que no estuviera sufriendo o que le diera igual lo que Agata había hecho (refiriéndose a casarse con su padre)

—Gracias por tomarte la molestia de traerme.

Estaban a punto de llegar cuando Andres sintió la urgencia de hablar nueva mente, pero se quedó hipnotizado al ver como Antonella se pintaba los labios de rojo en el espejo de su auto, era tan elegante y hermosa, además de que estaba llena de misterio, nunca había conocido a alguien así.

No tuvo idea del tiempo que se le quedó mirando, pero ella lo miró con una sonrisa y él reaccionó avergonzado y se bajó del auto para abrirle la puerta, Antonela le dio la mano para bajar y le agradeció nuevamente por traerla.

—Fue un placer, si necesitas algo más…

—Eres muy amable Andres, nos vemos pronto.—le dijo ella con una sonrisa dejándolo atrás.

Al instante le calló un mensaje que lo sacó del embelesamiento, era Eliza quien le había escrito.

—Espero hayas llegado con bien a casa, lamento haber estado muy sería durante la cena, no quiero que pienses que soy una grosera ¿será posible que podamos vernos para la hora del almuerzo mañana? Me gustaría que nos conociéramos más.

Andres leyó el mensaje y estaba apunto de decirle que no podía por que estaba seguro de que ella tenía sentimientos por él desde hace mucho, pero acotó salir con ella para decirle de una vez por todas que sus sentimientos no eran correspondidos.

Así que le dio el lugar donde podían verse y la citó a la hora del almuerzo, Eliza le había escrito por desesperación, se enteró de que Andres se había ofrecido a llevar a Antonella a su hotel por que Hector había olvidado su saco y se regresó por el, cuando Eliza supo esto sintió que se le retorcían las entrañas.

—No… ¿por que? Conmigo nunca se ha portado tan atento, a duras penas mantiene una conversación sin dejar de poner su distancia ¿pero con ella se porta así? No lo voy a permitir, yo lo vi primero, Andres es mío…—se dijo Eliza mientras temblaba de rabia.

Y no era la única infartada, Octavio ya se había ido a acostar porque quería levantarse temprano para ir a ver a Antonella, Ágata se fue al baño para quitarse el maquillaje y mientras lo hacia, se miraba al espejo, mientras se restregaba el desmaquillante en el rostro, sus ojos estaban escurridos con el rímel negro y sumándole la expresión psicópata que tenía mientras maldecía, ella daba mucho miedo.

—Maldita…mil veces maldita….no me vas a robar la paz, yo gané, soy mejor que tu y que la horrorosa de tu madre, jajaja, yo gané.

Las risas de ágata hacían eco en la habitación, después de llenarse la boca con elogios se puso a cantar la misma melodía que le entonaba a su hermana mientras le daba la sopa que le había arrebatado la vida.

La noche se sintió muy larga y pesada para Eliza y Ágata, quienes vieron a Antonela como su rival.

Por otro lado, Antonella recién estaba entrando al cuarto de hotel cuando de repente su rostro puso una cara de impresión, en la orilla de la cama se encontraba un hombre muy apuesto de cabello negro y rasgos asiáticos, alto y de cuerpo atlético, esta terminado de fumar un cigarrillo.

—¿Kim? ¿Que haces aquí?—le preguntó Antonella quien inmediatamente desvió la mirada hacia el cigarrillo y añadió.—¿no dijiste que el tabaco era malo? Me diste todo un sermón del cáncer de pulmones no hace mucho.

—Es por su culpa.

—¿Y yo que te hice?—le preguntó ella mientras se quitaba los tacones.

—¿Le parece poco preocuparme?

—Te dije que no vinieras hasta dentro de quince días.

—¿Realmente cree que iba a obedecer esa orden? Soy su guardaespaldas, se supone que debo cuidar de usted las veinticuatro horas, se metió a la boca del lobo.

—No te preocupes por mí, ellos son los que deberían estar aterrados de estar encerrados conmigo, no pararé hasta destruirlos.

—Tome asiento y ponga lis pies en mis piernas.—le dijo Kim mal humorado y comenzó a sobárselos mientras ella se relajaba.

—Es por esto que no te he despedido, eres un genio con esas manos….—expresó Antonella apunto de desbordarse.

—Menos mal, creí que me toleraba porque le había cuidado la espalda desde hace mucho.

—Eres muy desobediente he independiente, además de que me regañas a cada rato.

—Deje de quejarse, la bañera esta lista para que se bañe, debe estar tensa por el desagradable encuentro.

—Estoy impaciente por cortarles la garganta, no tienes idea de lo mucho que disfruté molestarla.

—¿Y que hay de Octavio?

—Ese hombre me adorará, haré que me convierta en su mundo y entonces lo destruiré, ese maldito es tan culpable como Ágata, no tendré misericordia.

 




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