Aveces me resultaba imposible entender a Kim, él era un libro abierto, pero escrito en otra lengua, en códice secreto, no sabía si no era capaz de entenderlo o si me hacía la que no entendía, como sea, Kim era el misterio que más disfrutaba tener en mis manos, él era mío y a la vez no me pertenecía, Kim, su nombre hacía que mis labios se tocaran al final de pronunciar su apellido, era como un beso tierno y suave.
El joven Kim se encontraba afuera de la terraza del hotel, no tenía camisa, solo el pantalón negro, tenía muchos tatuajes en ambos brazos y en toda la espalda, tatuajes que escondían sus marcas del pasado, estaba sentado en una silla de madera con las piernas estiradas y entre abiertas, en una mano tenía una copa de vino y en la otra sostenía su cigarrillo que de vez en cuando se llevaba a la boca, sus labios eran perfectamente simétricos.
Pasaba mucho tiempo mirando a la nada, o al cielo, como si recordara toda su vida y la maldijera con esos ojos rasgados, era tan alto y grande que a su lado parecía una simple enana y eso que yo era alta, media un metro sesenta y ocho, pero el llegaba a los dos metros y más, muchas veces me sorprendía a mi misma mirándolo por un largo tiempo, me perdía en toda su existencia.
El señor Kim era un deleite visual, era mi lugar seguro, mi propio paraíso, él estaba tan cerca de mí y al mismo tiempo tan lejos ¿por que me sentía de este modo? ¿Por que me escondía para mirarlo? ¿Que tan difícil es dejarme llevar por mis sentimientos y abrazarlo? Abrazarlo por la espalda, taparle los ojos para después bajar mis manos por su cuello y acariciarlo de los hombros a su pecho marcado por el ejercicio, Kim era precioso y no me sentía capaz de decírselo, de confesar que lo necesitaba, que lo deseaba incluso más que a mi venganza.
Quizá estoy enamorada, probablemente es eso, que él se ha convertido en mi más grande necesidad y por consecuencia, ahora es mi mayor debilidad, no dejo de pensar en que mi preciado Kim tendrá que hacer su papel de hombre dispuesto con esa miserable alimaña, me da rabia imaginarlo cerca de ella, o de Eliza, no soportaría que sus manos tocaran a cual quien mujer en esta tierra, me llenaría de celos incontrolables capaces de destruirlo todo, de quemarlo todo, así de mal me tiene este hombre, quizás estoy loca y mi mente esta dañada por el odio y el sentimiento incontrolable de poseerlo.
Pero él no me pertenece, sentir celos sería una estupidez, yo misma he besado ha otros hombres, he llegado muy lejos con tal de conseguir lo que quiero, al final eso es lo que hace una viuda negra, una mujer como yo, termina en la cama del hombre que necesita, por eso, cuando el hace lo mismo…yo no puedo decir nada, solo me queda lamentarme y aguantar todo este ardor demencial llamado celos ¿con que cara le pediría una explicación? ¿Que le diría después de todo? Si no es mío, si yo hago las mismas cosas…
Antonella se retorcía en esos pensamientos, en la frustración de no ser capaz de confesarle a Kim que lo amaba, pero no era la única que ardía en sus propios deseos, el joven Kim también se ahogaba en sus sentimientos.
Él pensaba en Antonella como un imposible, siempre lleno de celos, los mismos que le partían la cara en estos momentos, permanecía sentado, tomando el vino más amargo y fumando un cigarrillo tras otro, tratando de calmar sus demonios, la rabia de imaginarse a ese profesor de cocina tocando las manos de su querida Antonella.
—Maldito desgraciado… si te tuviera encima te golpearía en la cara, te rompería la nariz y te la deformaría para que no volvieras a mirarla, debería romperte los dientes para que no vuelvas a sonreírle.—se decía a si mismo mientras fruncía el ceño, era evidente que estaba de mal humor.
Este era el pan de cada día, ninguno de los dos tenía el valor de confesar sus sentimientos, de aceptar que se morían el uno por el otro, se amaban intensamente, esa era la verdad, pero lo ignoraban completamente.
Los días pasaron y Kim por fin logró conseguir un departamento para quedarse el tiempo que fuera necesario, era amplio, lujosos y céntrico, ubicado en una de las mejores zonas de la ciudad, este tenía dos habitaciones, una enorme terraza con vista a toda la ciudad, un jardín y no había muchos vecinos, lo cual era ideal para ambos.
—Este lugar es perfecto ¿como lo conseguiste tan rápido?—le preguntó Antonella mirándolo con una sonrisa en el rostro.
—Tengo mucho dinero, eso siempre ayuda.—exclamó Kim sonriente.
—Más bien tu cara ayudó a que te lo dieran a ti ¿el agente de vienes raíces era una chica?
—Si.
—Entonces fue eso.—declaró Antonella con una mueca disfrazada de sonrisa.
—Los muebles venían incluidos, pero si no le gustan podemos cambiarlos, le traje unas revistas y puedo conseguir un diseñador de interiores si gusta.
—No es necesario, no viviremos aquí para siempre, prefiero guardar todas esas molestias para nuestra residencia permanente, ahí moriremos de viejos y entonces si querré comodidad.
Los ojos de Kim se iluminaron al escuchar eso, fue inevitable que no se pusiera contento, aunque era bueno disimulando.
—La fiesta del gobernador es mañana ¿quiere que la acompañe a comprar algunos vestidos?—le preguntó Kim llevándose las manos hacia atrás, tenía una gorra negra y una sudadera del mismo color, se veía muy atractivo.
—Si, tengo que comprar uno bastante llamativo, que resalte mi figura pero que deje algo a la imaginación, aun no sé por que color decidirme, si negro, rojo o azul ¿que color me recomiendas cual se me vería mejor?
—Uno que no revele sus pechos o su trasero, uno que le tape el cuello, las manos y los tobillos, puede ir al lugar donde las monjas compran sus vestidos.—esto es lo que pensó Kim, pero por supuesto no le dijo esto, esta fue su respuesta.—el rojo y el negro siempre llaman la atención, cualquiera de esos dos colores será la decisión correcta y todas las miradas estarán sobre usted, si quiere seducir a un hombre, deje la espalda descubierta, pero tape sus pechos.—le dijo Kim con seriedad.