Viuda negra

Una fiesta de gala, una reina y un arlequín.

Por fin había llegado la tan esperada fiesta de gala que la familia Monte Velo llevaría acabo, las damas de la alta sociedad usaban este tipo de eventos para presumir sus riquezas, el poder que tenían sus esposos y también era una ocasión social para encontrar nuevos amantes y reencontrarse con aquellos que habían dejado para renovar sus listas de encuentros amorosos inapropiados.

La velada se veía prometedora, había un banquete lujoso para degustar los paladares más exigentes, mesas repletas de delicias y tanto alcohol que difícilmente los invitados lograrían terminárselo, esto solo reflejaba la gran riqueza de la familia Monte velo y lo generosos que eran con sus amigos.

Había mayordomos en abundancia, músicos como pianistas y violinistas, además de que Maritza había practicado por mucho tiempo una pieza musical que tocaría con su violonchelo, para deleitar a sus invitados, pero sobre todo quería que ágata permaneciera opacada.

Maritza tenía cuarenta años, era rubia y de ojos azules, delgada, sofisticada, había estudiado psicología, pero nunca ejerció, se casó muy joven y desde entonces se dedicó a su familia, lo tenía todo, así que nunca tubo que esforzarte más allá de convertirse en la esposa perfecta, no era una mujer fea, pero si se sentía frustrada de no ser más que la esposa de Hector Monte velo.

—¿Estás lista querida? Los invitados ya están llegando.—le dijo Hector mientras tocaba la puerta delicadamente.

—Solo estaba poniéndome estos accesorios ¿me ayudas con el collar? —le preguntó Maritza con una sonrisa ligera.

—Claro.—Hector accedió amablemente acercándose a ella, una vez que se colocó detrás de su esposa, le abrochó el collar de diamantes que recientemente había adquirido y una vez que se lo puso ella le preguntó:

—¿como me veo?

—Te vez muy linda cariño ¿nos vamos?—Hector le extendió la mano para que bajaran juntos a recibir a sus invitados y ella aceptó con una sonrisa.

Nunca sabré si lo nuestro es amor o costumbre, estoy segura de que nunca nos hemos amado, lo nuestro fue un matrimonio acordado, nuestras familias decidieron nuestro destino, yo estaba enamorada de un estudiante de medicina, Samuel de la Barrera, mi viejo amor, a quien le lloré ríos de dolor y añoranza, fuimos novios por poco tiempo, apenas si nos pudimos dar nuestro primer beso, confieso que aun lo sueño de vez en cuando y me dejo llevar por mis instintos, nunca le he sido infiel a mi marido, al menos no con el cuerpo, pero en la mente, aveces pienso que sigo siendo de Samuel.

Maritza escondía muchas cosas, especialmente sus más íntimos deseos y sentimientos, Hector le había dado todo a manos llenas, su familia siempre fue más adinerada que la suya, la posicionó en la cima y ahora esta por darle el titulo de la primera dama, la mujer más respetada no solo de su circulo intimo, si no del país entero, pues Hector era respaldado por el partido político que lo representaba, además de que el pueblo lo quería por que había hecho muchas obras de caridad y apoyaba financieramente ayudando a construir hospitales y escuelas.

No es que Maritza no le tubería aprecio, ni si quiera sabía si él la amaba, pues aunque nunca le conoció un romance y hasta el día de hoy Hector no tenía ninguna infidelidad al aire, Maritza se sentía menospreciada, abandonada y tan insignificante como un mueble más de esa inmensa mansión.

Rara vez la besaba en los labios, sus encuentros íntimos eran tan escasos como el agua en un desierto, ella no lo buscaba, no tenía mucho apetito en el ámbito pasional, no era hogareña, apenas si sabía cocinar y solo se la pasaba en el club, el café y las tiendas departamentales, como si quisiera escapar de él, alejarse lo más que podía de su apuesto y muy honorable esposo.

Quizá muy en el fondo se sentía inferior a él, quizá creía no merecerlo o no estar a su altura, quizá no estaba lista para convertirse en la primera dama, tal vez solo estaba cansada de pensar que no era relevante en su propia existencia.

Hector en cambio, era un hombre seguro de si mismo, tenía cuarenta y cinco años, era alto, fornido y atlético, varonil y bastante educado, un hombre culto y bastante atractivo, no era un mujeriego, pero estaba hambriento de una mujer que lo arriesgara todo, deseaba una criatura libre, llena de fantasía y feminidad, cualidades que no encontraba en su rígida esposa, a quién percibía como una compañera de vida que estaba con él casi a la fuerza.

Sin embargo, Hector nunca pensó en abandonarla o traicionarla, él se iría de su vida, el día que Maritza le dijera de una vez por todas que no era feliz a su lado, mientras eso sucedía, Hector nunca le sería infiel y jamás la dejaría sola, aunque ella fuera la mujer que nunca quiso como esposa.

Hector y Maritza bajaron juntos del brazo, como ese matrimonio perfecto al que todos envidiaban.

—Se ven muy bien juntos.

—Que suerte tiene Maritza de tener a Hector como esposo, será la primera dama que envidia.

—¿No es muy vieja para él?

—Jajajaja, no, de hecho es menor que su marido, pero se ve bastante acabada, debe consumir drogas o beber mucho alcohol jajajaja.

Estos eran algunos de los comentarios que Maritza escuchaba con regularidad y tenía que seguir sonriendo como si no le afectaran.

—Aquí están todos estos hipócritas, como perros hambrientos esperan el hueso que mi esposo les pueda entregar, muertos de hambre, interesados, no les importa nada más que el poder, el estatus y las comodidades que Hector les pueda dar, todos están convencidos de que él será el próximo presidente, las campañas están a nada de empezar y ya quieren ver que le sacan, malditas serpientes, ninguna de ellas es de fiar, cualquiera nos mordería la mano si de la nada pareciera un mejor candidato.—se dijo Maritza en sus adentros mientras sonreía de oreja a oreja saludando a todos sus invitados.

—Maritza que hermosa te vez con ese vestido a perlado, pareces una sirena.—le dijo Abigail con entusiasmo exagerando como siempre.




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