Ella parecía pintada en un lienzo, cada pincelada que le habían dado la habían hecho perfecta, fue inevitable, los ojos de los hombres de Monte velo le clavaron la mirada de manera instintiva, el ser humano no puede hacerse de al vista gorda ante la belleza, queda cautivado por ella, por aquello que hace que se maraville.
Antonella no llegó tarde por que hubiera perdido la noción del tiempo, lo hizo a propósito, para crear aquella atmósfera de heroína y personaje principal, aunque era la antagonista, todos creían que era un hermoso ángel que había perdido la ruta al cielo y había llegado a la tierra por accidente.
Sabía que en esta hora los Monte Velo dedicarían unas palabras a sus pomposos invitados, el violín parecía su complice, embelleciéndola aun más, ella quería quedarse grabada en sus cabezas de manera intencional, la mejor manera de obsesionar a alguien es haciéndolo creer que eres superior a él o ella, cundo esas personas creen que eres alguien difícil de poseer, entonces se convierten en tus servidores y concederán que deben complacerte en todo, es el hermoso privilegio de la belleza.
Antonella llevaba puesto un vestido rojo de terciopelo, con una abertura en la espalda que la dejaba al descubierto bañando de sensualidad, tenía una abertura en la pierna y unos hermosos tacones negros de aguja, llevando el cuello desnudo solo con dos aretes y una pulsera, otra estrategia más.
El color rojo, era dominante, era imposible que no notaran su presencia, aunque no era la única mujer vestida de ese tono, ninguna de ellas poseía su virtud más preciada de Antonella, que era la astucia y la inteligencia, el cuello desnudo era una invitación para invitar a sus presas a consentirla.
Su entrada fue tan impactante que Hector y Andres se quedaron sin palabras y con la boca ligeramente abierta y no fueron los únicos, pues Eliza y Ágata parecían que habían visto un fantasma, fueran las más sorprendidas.
—¡Antonella!—exclamó Maritza con una enorme sonrisa alegrándose de lo que se venia.
—Buenas noches, lamento llegar tan tarde.
—¿Quién es esa mujer tan hermosa?
—¿Acaso será el interes amoroso de Andres?
—Debe ser extranjera, se ve muy culta y reservada ¿será modelo?
—Nunca antes había visto a una mujer tan bonita.—decían algunos de los invitados mientras cuchicheaban sobre aquella misteriosa mujer.
—No llegas tarde, llegas justo a tiempo, mi marido y mi hijo estaban a punto de dar unas palabras a nuestros invitados antes del banquete.—le dijo Maritza tomándola del brazo y acercándola a ella con confianza, como si se conocieran de toda la vida, como si fuera su nueva o su hija, dejando a Eliza con los ojos bien abiertos, se moría de celos por que su hermana la hacía sentir muy pequeña.
—¿Por qué? ¿Por que diablos la trata diferente si apenas la conoce? La odio… a mí. nunca me ha sonreído, nunca me ha tomado del brazo y a ella la trata como si fuera de al familia…yo debería estar ahí, no esa intrusa.—se decía Eliza así misma mientras se comía las uñas.
Pero no era la única que tenía un nudo ene l estomago, ágata sentía que su preciada noche sería apocada por su sobrina, apenas había entrado y ya tenía la atención de todos ¿como diablos le haría para reinvertir los papeles? ¿Tenía que fingir un desmayo? ¿Debía subirse a la mesa y bailar sin zapatos al ritmo de la musica? ¿Por que cada vez que Antonela aparecía Ágata pasaba a segundo plano?
—¿Que demonios hace aquí esa desgraciada? Creí que no vendría…es una sin vergüenza, quiere desacreditarme delante de todos mis amigos…pero no se lo voy a permitir, haré que se arrepienta de haber venido, saldrá huyendo de aquí con la cara empapada en lagrimas.
Octavio estaba deslumbrado por su hija, era tan parecida a Angela, una replica física perfecta, cada vez que la veía, parecía que su difunta esposa seguía con vida, más bella, más radiante y más viva que nunca.
Octavio se encontraba en medio de su familia y al mismo tiempo Eliza y ágata voltearon a verlo, tenía la mirada perdida en su hija, se deleitaba en ella y parecía que estaba orgulloso.
Dedicar esas palabras, fue algo complicado para Hector y Andres, por más que trataban de disimularlo, no podían dejar de ver a Antonella, Maritza esta feliz a su lado, pero su sonrisa se apagó en el momento en el que vio a su viejo amor mezclarse entre la gente, Samuel.
Sus miradas se cruzaron de manera instantánea, Samuel no había cambiado demasiado, seguía siendo alto y fornido, sus cabellos dorados aun brillaban como él sol, el doctor le dedicó una dulce sonrisa que la desarmó por completo.
—Samuel….—el corazón de Marita brincó como un potro salvaje y el tiempos e detuvo mágicamente, parecía que el violín tocaba solo para ellos.
El discurso por fin había terminado, dando la invitación para que todos pasaran al gran comedor donde se encontraban un sin fin de delicias para deleitarlos.
—¿Se encuentra bien?—le preguntó Antonella al verla tan pálida.
—Eh…si, si, claro, jajaja, son los nervios por que todo salga perfecto esta noche jeje.
—Pues no debería estresarme demasiado, la velada es preciosa, usted cuido todo detalle, se nota que una mujer estuvo amargo de todo, el buen gusto, los colores, hasta la elección del banquete, la felicito.
—¿De verdad? ¿Como supiste que me había encargado de todo? No le dije a nadie para no parecer pretenciosa.
—El talento de la delicadeza y la elegancia, nunca son presuntuosos, el mundo carece de belleza y encanto, es bueno saber que usted los posee a ambos.—le dijo Antonella mirándola fijamente.
—Ay, jaja, harás que me sonroje.
—¡Antonela! Hija ¿como estás? Creí que no asistirías, me da mucho gusto verte.—le dijo su padre abrazándola y besando en la mejilla.
—Papá…te vez muy apuesto, no me sentía muy bien, pero no quería hacerles el desaire de no asistir y no me arrepiento, esta fiesta es hermosa.—exclamó Antonella con una sonrisa.