¿Quién no ha tenido alguna vez añoranzas del pasado? ¿Quién podría plantarse en el medio y levantar la mano para decir que jamás ha deseado regresar en el tiempo y restaurar las cosas rotas? Querer cambiar el pasado con la esperanza de alterar su presente, Maritza era una de esas personas que miraban atrás cada cierto tiempo, siendo acosada por los fantasmas de su pasado que le recordaban lo que no hizo y lo que pudo tener.
Samuel era uno de esos recordatorios que tanto le carcomían el alma y ahora estaba parado justo frente a ella removiendo sus emociones y alterando su corazón como hacía tiempo nadie lo hacía.
—¿Que haces aquí?—le preguntó Maritza con una notoria angustia en el rostro, se notaba muy nerviosa he inquieta.
—Escuché que los Monte velo llevarían acabo otra de sus lujosas fiestas, para serte sincero ese apellido nunca me llamó la atención, hasta que tu nombre apareció como la esposa del candidato a la presidencia, se perfectamente que los dos juramos vivir nuestras propias vidas, pero…me convertí en un reconocido doctor, dueño de mi propio hospital y ahora suelo ir a muchas fiestas como esta, encuentros sociales en el extranjero donde resido desde hace mucho tiempo.
—¿Por que volviste?—lo cuestionó Maritza tratando d contener su temblor.
—Construimos un nuevo hospital en la ciudad, la inauguración fue hace tiempo, debí haberme ido hace un par de meses, pero como te dije, tu nombre, tu cara, tú, apareciste en el radar y supongo que me quedé solo para poder verte otra vez.—le dijo Samuel con vergüenza.
Esas palabras alborotaron el corazón de Maritza quién no pudo contener su emoción, trató de ser dura, aun apelar de como se sentía.
—Soy una mujer casada, desde hace muchos años, veintitrés para ser exacta, creo que esta más que claro que no podemos ser…—Samuel la interrumpió inmediatamente.
—¿Amigos?
—¿Que?
—¿No podemos ser amigos?
—Eh…bueno…
—Me queda claro que eres una mujer casada, yo soy divorciado con una hija preciosa que más o menos tiene la edad de Andres.
—¿Como sabes su nombre?
—Dijiste que le pondrías el nombre de tu padre a tu primer hijo.—declaró Samuel con una sonrisa melancólica.
El tenía el cabello rubio igual a ella, los ojos azules y brillantes, un hombre de cuarenta y siete años que se veía muy bien conservado, pues era un hombre apuesto y saludable , alto y con una elegancia que lo distinguía del resto.
—¿Aun lo recuerdas?—le preguntó ella completamente desarmada.
—No iba a olvidarlo, aun se que tus colores favoritos son el negro y el guinda, pero prefieres decir que son los colores pastel por que crees que es más tradicional, si hubieras tenido una hija, la habrás llamado Marcela como tu madre.
—Y la vida no me la concedió, que ironía, tu tienes dos hijas…siempre pensé que nosotros tendríamos dos hijas.—susurró Maritza con aflicción.
—Tu no pudiste cumplir ese sueño, pero yo si, Marcela es el nombre de mi hija mayor.
—¿De verdad? Pero… ¿no querías ponerle el nombre tu madre?
—¿Crees que Veronica sería un mejor nombre? La verdad tenía miedo de traspasarle alguna maldición familiar jajaja, mi madre tenía un carácter infernal, dicen que eso se hereda por los nombres.—replicó Samuel soltando una risa agradable.
—Se supone que los doctores son escépticos a esa clase de cosas…—Maritza hizo una pausa y entonces exclamó.—¿Por que dices tenía? ¿Que le pasó a tu mamá?
—Falleció hace tres años de cáncer.—confesó él con pena.
—No puede ser…lo lamento…lo siento tanto…
Sin pensarlo, Maritza se abalanzó sobre Samuel y lo abrazó tratando de consolarlo por la muerte de su madre y él se aferró a ella y no la quiso soltar más.
—Por favor no te alejes…quedémonos así un poco más, no quiero soltarte.
—No…alguien podría vernos y mal interpretarlo todo, por favor suéltame.—le suplicó Maritza ahogándose en el perfume que tanto le gustaba.
El corazón de ella latía con locura dejando salir todos aquellos recuerdos que había dejado en el olvido, Samuel había sido su gran amor, el único hombre que amó con locura, pero su familia jamás aceptó su relación, solo Marcela, la madre de Maritza les dió su consentimiento y guardaba el secreto cuando ellos salían juntos, fueron novios por meses, esperando que el padre de Maritza cambiara de opinión y loa petara en al familia, pero no fue así, Emiliano lo despreciaba por no pertenecer a una familia adinerada, Samuel tenía una beca y por eso estaba estudiando medicina en una de las mejores escuelas del país.
La historia de amor de Maritza y Samuel se vio frustrada cuando el padre de Maritza decidió que debía casarse con Hector, el soltero más prometedor de esa época.
Una mirada al pasado de Maritza Monte velo….
—¿Estás seguro de que hoy hablarás con mi papá? —le preguntó Maritza con nerviosismo, ella y Samuel estaban abrazados, con la misma fuerza que esa noche en su reencuentro.
—Si, ya lo decidí, se que no ha querido conocerme, así que me presentaré yo mismo a su despacho, tu mamá me dijo que estará esta tarde en casa, ella me dejará pasar, esta dispuesta a apoyarnos, ya tenemos la mitad del camino recorrido, tu mamá sabe que mi mor por ti es genuino.—le dijo Samuel mientras le besaba la mano.
—Tengo miedo…mi papá es muy conservador, esta chapado a la antigua, cree que debo casarme con un hombre de buena familia, pero yo prefiero a un hombre de buen corazón, yo quiero estar contigo, no me importa si pierdo su aprobación por esto.
— No digas eso, yo no quiero que ganes un esposo y pierdas a tu padre, le diré que pienso casarme contigo antes del otoño, ya verás que me irá muy bien, después de que me escuche, se dará cuenta que mis sentimientos por ti son sinceros, no tengas miedo.—recalcó Samu con tranquilidad, deseando que su quietud le diera paz a su amada.
—No me gustaría que mi padre te hiciera una grosería, déjame ir contigo, tal vez yo logre calmarlo si se altera.—insistía Maritza con inquietud.