Viuda negra

Aliadas.

Al verlos confirme que el amor no es más que un estorbo y más si se tiene un destino marcado por el mismo odio, Maritza resultó ser más tonta de lo que creí, mira que besar a un hombre en plena víspera de las elecciones presidenciales, esto sin duda podría acabar con el sueño de su esposo de convertirse en el próximo presidente de la nación, se dice que para alcanzar el éxito, una mujer sabia y recatada es la clave para que un hombre se convierta en un rey o un mendigo, ella probó la manzana que terminaría de ponerla en un dilema del que saldría difícilmente.

Aquel beso apasionado resultó estar cargado de viejas añoranzas, de sentimientos de antaño y frustraciones desahogadas del ayer que dieron rienda suelta a los impulsos reprimidos durante años, al final la cuerda resultó estar desgastada, podrida de tanto retener lo inevitable y entonces se dejaron llevar, perdidos entre el sabor de la saliva y el rose de sus lenguas, que los llevaron al precipicio de su amor.

—Lo lamento…esto no debió pasar, es mi culpa, lo siento.—exclamó Maritza con la respiración agitada.

—No, no te disculpes por algo que yo propicie, no pude evitar envolverte en mis brazos, el amor que siento por ti no ha disminuido, al contrario, los años lo han vuelto más fuerte.—le dijo Samuel mirándola con pasión.

—Esto no está bien, soy una mujer casada, no soy ninguna jovencita y Hector esta apunto de convertirse en presidente, va en la cabeza con las votaciones, no puedo echar esto a perder.

—Él no tiene que enterarse de esto, no diré nada, no te pondré en riesgo, seré paciente, lo prometo, solo no me rechaces otra vez.

—No podemos ser amantes.—le dijo Maritza horrorizada.

—¿Por que no? Él te ha tenido lo suficiente como para no extrañarte, en cambio yo, muero de amor por ti.

—Esto esta mal, no puedo.

—Mírame a los ojos y dime que haz dejado de amarme, entonces te prometo que me iré y no volveré a molestarte.—le insistió Samuel mientras la sujetaba con fuerza.

—Creí que lo nuestro había quedado atrás, pero al verte de nuevo…todo el amor que sentía por ti regresó como un tsunami sobre mí, tengo miedo de ser aplastada por el.

—No me digas que no ahora, piénsalo y cuál sea que fuera tu respuesta, te veo mañana en el mismo lugar donde nos dijimos adiós, si no llegas me daré por derrotado y no me volverás a ver jamás, lo juro.

Maritza se quedó tiesa, aterrada de no volverlo a ver, así que asintió con la cabeza y se besaron nuevamente.

—Si que eres estúpida Maritza, no tientes a la suerte, cualquiera podría descubrirte y usar esto en tu contra, muchas mujeres desean convertirse en la primera dama y tu estas tirando todo a la basura, pero para tu alivio, yo te encontré.—exclamó Antonella con una sonrisa maliciosa y caminó directamente hacia ellos.

El ruido de sus tacones hicieron brincar del susto a esos dos y enseguida se despegaron, Maritza no hallaba donde meter la cabeza, se limpió la boca con nerviosismo, pero era evidente que se habían besado, pues el labial estaba corrido por su barbilla y boca, al igual que él.

—Por Dios…Antonella.—Maritza sintió que el mundo se le caía encima y Samuel se despidió de ella con rapidez.

—Pineal, te estaré esperando.—Samuel se fue dejando a Marita con la cara roja y el corazón acelerado.

Antonella la miraba fijamente y guardaba un tortuoso silencio a propósito, Maritza esta tan nerviosa que temblaba.

—¿Qué viste? Nos viste ¿no es así? No es lo que crees, yo…

Antonella se acercó a ella y se inclinó ligeramente mientras le limpiaba los labios con una toallita que llevaba.

—Tienes labial por toda la cara, si alguien te ve, te habrás delatado tu sola o creerán que no sabes pintarte los labios, cosa que es menos creíble.

—Espera, sé que nos viste ¿que quieres cambio de tu silencio?—le preguntó Maritza mientras le agarraba la mano y la miraba fijamente mientras contiene el pánico que la lleva a la desesperación.

—Si, te vi besándote con un hombre que no es tu marido, no una, si no dos veces, sin embargo, haré de cuenta que no vi nada, deberíamos regresar a la fiesta, pero primero debes limpiarte bien los restos de labial.

—¿Que quieres a cambio? Tienes en tus manos el poder de destruirme a mí y Ami familia, puedes chantajearme a tu antojo y estoy obligada a obedecer todos tus caprichos, tienes el poder de convertirme en tu perro faldero, dime ¿que harás al respecto?—le preguntó Maritza con lagrimas en los ojos.

—Si, tienes razón, podría hacer eso y más, pero para tu buena suerte, padezco de demencia para los errores de mis amigas, si me lo pides, haré de cuenta que nada de esto pasó y obligaré a que mi cabeza a que olvide todo y creé una nueva escena, una donde tu y ese doctor no estén juntos.

—¿Pero por qué? ¿Por que dejarías escapar esta oportunidad? No lo entiendo…

—Por que he buscado todo este tiempo una aliada, alguien que me preste su poder cuando más lo necesite, te mentí cuando dije que no quería nada a cambio de mi silencio, en realidad, quiero tu ayuda para destruir a Ágata y exponerla delante de todos como la asesina que es, ella asesinó a mi madre y me expulsó de mi propia casa y me separó de una hermana cuando más sola me encontraba, Ágata la pudo en mi contra convirtiéndola en mi enemiga, ella con la ayuda de mi padre me recluyeron en un maldito internado que me encerró casi toda mi vida, me hicieron pedazos, me convirtieron en cenizas y el odio que les tengo me impiden llegar al perdón, pues quiero destruirlos a todos, quemarlos hasta que se conviertan en polvo, yo resurgí de las cenizas, pero ellos perecerán entre la muerte y la destrucción que le espera, así que si, quiero que te conviertas en mi aliada a cambio de mi silencio.




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