Trato de controlar mi respiración pero el ardor en mi pecho y el temblor de mis manos no me permite estar completamente estable.
Parpadeo varias veces, queriendo que está sensación desaparezca..., pero el estar mirando el cielo no me ayuda en nada. Así que me obligo a levantarme y cerrar la ventana, tomo mi suéter de la cama y sonrío con debilidad al ver la fotografía que se encuentra junto a mi cama.
Niego aturdida cuando aquel recuerdo me invade de golpe, haciéndome marear por solo unos segundos.
Con un suspiro de fastidio salgo de la habitación, bajo las escaleras y sigo la voz de mamá que se encuentra en el patio. La encuentro llenando el comedero de pajaritos que se encuentra junto a su pequeño pero hermoso jardín.
Tararea una canción y tomo una vez más una respiración profunda para seguir, pero me detengo casi cayéndome de cara cuando de la nada un pequeño pajarito verde se coloca en su hombro.
Me sorprendo cuando mamá lo ve y sonríe abiertamente, el animalito se acerca a ella cuando le extiende su mano...¡y el pajarito salta a su mano con facilidad para comer!
Chillo emocionada cuando otros dos pajaritos más aparecen, uno café y otro rojo, y se posan en el brazo que ella les extiende sin borrar su bonita sonrisa.
Mamá parece notar mi presencia porque se voltea a verme un poco divertida.
—¿Por qué tan sorprendida cariño?
—¡No hables ni te muevas mamá, vas a espantarlos! —digo cuando los tres pajaritos miran hacia un árbol, como si quisieran irse.
—No van a irse —suelta una risa divertida—. Siempre vienen muchos de ellos, pero ellos tres siempre me acompañan y no me dejan en mis momentos de soledad. Son como mis amiguitos.
—Mamá eso sonó muy triste —avanzo despacio tratando de no espantarlos—. ¿Cuánto tiempo han estado contigo?
—Lo suficiente como para que me entiendan.
Ante eso suelto el suéter, viéndola con rareza, pensando que está loca. Ella lo nota porque me da una mala mirada que me hace sonreír a manera de disculpa.
—¿No me crees?
—No, creo que ya no estas cuerda mamá. ¿Te tomaste tus pastillas? —la molesto y entrecierra sus ojos divertida.
—No, ¿y tú te tomaste las tuyas? —abro la boca sorprendida y sin poder evitarlo me carcajeo con fuerza al escucharla.
Ella hace una mueca de horror ante su propio chiste.
—¡Oh mamá! Amo cuando te defiendes de mis malos y ofensivos chistes, y que no pasa seguido.
—No quise hacerlo —la culpa la invade y sonrío para tranquilizarla—. No es algo con lo cual debería de bromar, lo siento...
—Está bien, no te preocupes. No me hace sentir mal —me encojo de hombros viendo mis pies—, creo que es una forma de...ya sabes, jugar y utilizarlo como defensa para no sentirme peor de lo que estoy. Es mejor bromear con ello a que sobrepensarlo hasta el punto de culparme por algo que no quise tener.
Me aclaro la garganta un poco tensa y hago una mueca ante el silencio incómodo. La escucho decir algo en voz baja antes...antes de sentir un pequeño peso en mis hombros y cabeza.
Me enderezo despacio y evito gritar de la emoción cuando miro en mi hombro derecho al pajarito rojo, sonrío aún más cuando el pajarito verde de mi hombro izquierdo se pega a mi cuello. Levanto con cuidado la mano hacia mi cabeza y el pajarito café salta a ella, entonces cuando lo tengo en mis manos lo acaricio con mis dedos en la cabecita.
Miro a mamá que esta cruzada de brazos, con expresión seria pero cuando me mira sonríe.
—¿Ahora crees que no estoy cuerda? ¿A que soy bastante genial? —su arrogancia me hace rodar los ojos.
Mamá suelta un silbido y el pajarito café suelta un sonidito de respuesta y empieza a volar a mi alrededor, al igual que los otros dos.
—Ahora creo que tienes complejo de Blancanieves. ¡¿Cómo es que puedes comunicarte con ellos?! ¡Es bastante raro pero a la vez increíble!
—Es una pequeña historia y es mejor que no la sepas.
—¿Por qué no? ¡Vamos cuéntame cómo te volviste Giselle! Sabes muy bien que si no me cuentas estaré molestándote hasta que me lo digas.
Cierra los ojos por un momento antes de asentir con la cabeza.
—Cuando me encuentro sola en casa me gusta desahogarme sin que nadie me vea o escuche —los pajaritos van hacia ella cuando continua con el comedero, me acerco a ella para poder escucharla mejor—. Hace unos meses, en un día como cualquier otro, me sentí muy mal después de recordar nuestras vidas de antes. Así que salí aquí, al patio, y no pude evitar derrumbarme por un momento en el césped cuando vi hacia el cielo.
Esa confesión me toma desprevenida, borrando toda emoción positiva en mí, sin saber que decir o hacer exactamente porque nunca pensé que...que le dolería tanto después de tanto tiempo.
Doy un paso atrás, negando con la cabeza al saber por dónde va esto.
—Yo a él lo quería muchísimo, todos lo considerábamos parte de la familia. Todos conectamos con él y ambos tuvimos una complicidad y amistad muy linda, casi como una madre e hijo —me sostiene cuando me tambaleo al no poder ver por las lágrimas—. Pero después de lo que te hizo...me sentí tan mal, no por el cariño que le tenía, sino por ti. Porque nunca esperé que una persona que decía amarte te haya dejado así, y lo odié por eso. No te imaginas como mi odio crecía al ver el dolor y la oscuridad en tus ojos cada día, cada semana y mes. Así que cuando tu padre se los llevó a ustedes tres a entrenar me permití desahogarme con el viento, entonces después de tanto llorar solo pedí una señal. Una señal que me ayudara a entender que todo era un malentendido y que todo tenía una explicación.
Me llevo las manos a las rodillas y las aprieto cuando me tiemblan las piernas, muerdo con fuerza mi labio para no gritar al ver su sonrisa y ojos en mi mente.
—Entonces escuché el sonido de las aves a lo lejos, y vi venir a estos tres pajaritos en el cielo. Hasta que aterrizaron en mis piernas, viéndome y acercándose cada vez más a mí. Y cuando los tomé entre mis manos y los pegué a mi pecho, volví a llorar, pero esta vez de alivio y felicidad. Porque supe que detrás de lo que pasó hubo algo que lo llevó hasta el punto de...
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Editado: 03.03.2022