Pasaron unos meses desde la graduación.
Olivia había dejado de contar los días sin Tom. No porque lo olvidara, sino porque ahora lo sentía en cada paso. En sus silencios. En sus logros. En los días que no dolían tanto. Cada carta escrita, cada gardenia encontrada, cada recuerdo compartido con sus amigas habían ido reconstruyendo un puente entre su ausencia y su presencia constante.
Pero lo que no esperaba... era el correo.
Una carta sellada con un sobre antiguo, con su nombre escrito a mano. Reconoció la caligrafía de inmediato.
Tom.
Dentro, una hoja cuidadosamente doblada. Y una postal.
La carta decía:
"Liv,
Si estás leyendo esto... significa que lo lograste. Y aunque no esté para abrazarte, espero que sientas el orgullo que me estalla el alma solo de imaginarte con toga, libreta en mano, y esa mirada tuya que siempre dice 'aquí estoy, aunque me duela'. Nunca lo dudé. Ni un segundo. Eres la mujer más fuerte que he conocido.
¿Recuerdas nuestro sueño de vivir un año en Italia? De caminar por Florencia, de perdernos entre libros viejos en Roma, de comer pasta hasta que nos doliera la panza...
Bueno, resulta que me adelanté un poco.
Antes de... bueno, antes de que me fuera, abrí una cuenta a tu nombre. Ahorré todo lo que pude. Si llegaste hasta aquí, es porque mereces ese viaje más que nadie. Porque lo prometimos. Porque la vida no termina donde acaba una historia de amor. A veces, empieza otra.
Ve a Italia, Liv. Llévame en tu mochila. En tus cartas. En tu libreta. Pero sobre todo, llévate a ti misma.
Yo te espero en cada puesta de sol sobre el Arno.
En cada libro antiguo de segunda mano.
En cada gardenia que encuentres por accidente.
Con amor eterno,
Tu Tom."
Olivia soltó la carta con lágrimas silenciosas.
Y supo que tenía que ir.
Tres meses después, con una maleta, una libreta, y una gardenia seca como separador, Olivia aterrizó en Florencia. Caminó hasta el Puente Viejo, sacó la libreta y escribió:
"Llegué, Tom.
Estoy viviendo lo que soñamos.
Y te siento en cada paso."
Se quedó allí, mirando el río.
Y sonrió.
Porque las promesas verdaderas no conocen de fronteras.
Editado: 24.04.2025