El sagrado punto de encuentro era la mesa, azul como el mar en que estábamos inmerso, ella se imponía en un rincón de un ambiente propio de cualquier departamento de la gran ciudad, para mi era el espacio más urbano inserto en aquel ignoto lugar, donde el tiempo se había detenido y solo era interrumpido por las Viejas barcazas que hacían la logística para nuestra supervivencia. Me preguntaba cómo había llegado hasta aquí, pero eso no importa ahora, desde una esquina de su cocina nos observaba, Hans. Un cocinero de aspecto judicial, con su mirada incrustada en gruesos lentes, mis compañeros en general eran personas simples, sumamente sencillos, sociables y alegres.
En la parte superior del pontón se encontraba un puente similar al de los barcos, desde allí solía descender en los horarios indicados un sujeto también de lentes y rodete, de aspecto transitivo, pienso que es como la unión de lo viejo y lo nuevo o cuasi nuevo. Se llamaba Pedro, como jefe me pareció una persona correcta que respetaba al trabajador, y eso es mucho decir en este país. El Sol nos espiaba desde el naciente , en la mesa se hablaba de temas relacionados casi siempre con la lujuria, rayando en la depravación sexual, supongo que dicha connotación ayudaba a hacer nuestra estancia más llevadera en este desconocido punto del globo terrestre.