Viviendo Con El Enemigo

CAPITULO IV

El sonido de la alarma del celular me despierta. Somnolienta, me siento en la orilla de mi cama y me quedo sin hacer nada por unos segundos, luego, cuando ya estoy preparada mentalmente para el largo día que me espera, me levanto de la cama y a paso de caracol me adentro en el cuarto de baño para ducharme.

Ya bañada, me paro frente a mi closet y hurgo entre mis prensas para sacar unos shorts de lino blancos y una camiseta de tirantes con estampado de flores. Espero y no hayan creído que solo uso ropa holgada, para hoy anunciaron cerca de treinta grados Celsius, ni muerta me voy a asar de calor. Eso sí, no uso tacones, solo converse, tengo de diferente colores. En mi opinan los zapatos de tacón son un arma mortal. Solo los uso cuando la ocasión de verdad lo amerita.

Cuando ya estoy vestida y peinada (no me aplico maquillaje, me quita tiempo) me dispongo a bajar para tomar desayuno. Desde las escaleras, puedo oler el delicioso pan tostado, dándome a conocer que mamá está levantada y que me está preparando el desayuno.

Ya no tengo los ojos hinchados por haber llorado hasta dormirme, y daba gracias a dios por eso, ya que, con el tema del corrector y la base soy un asco, es la razón principal por la que no me maquillo, un poco patético para ser una chica.

—Buenos días —digo alto y claro para que no se note mi negro humor.

Mi madre está de espaldas haciendo unos huevos fritos.

—Buenos días —me responde y se de vuelta con una sonrisa en su rostro.

Me siento en mi lugar de siempre y ella se acerca a mí con las tostadas y los huevos.

Le agradezco, pero le escondo un poco mi rostro por temor a que vea mis ojos, aunque ella parece no darse cuenta.

— ¿Dormiste bien? —pregunta, y ahora si me ve a los ojos, pero no me dice nada. Quizás solo estoy paranoica con respecto a mi rostro.

Le sonrío—claro, me dormí temprano. Estoy como lechuga en el huerto —bromeo y mamá me sonríe, aunque su sonrisa se veía forzada, como las mías.

Como mi desayuno en silencio, esperando a que ella toque el tema del que debemos hablar, pero no dice nada.

Acabo mi desayuno y me levanto, estoy por ir a buscar mis cosas para irme, cuando mamá me detiene en la puerta.

— ¿Está bien si paso por ti después de clases? —pregunta nerviosa.

Yo arrugo el ceño.

— ¿Quieres pasar por mí después de clases? —. El tono de asombro sale sin querer.

Ella hace una mueca.

—Claro que no me molesta— me apresuro a corregir—, es solo que no haces eso desde hace ya varios años —me justifico.

Ella suaviza las facciones de su rostro y yo me relajo.

—Sabes que debemos hablar, pero no quiero hacerlo aquí, quiero estar contigo, en un lugar donde podamos tener una charla de chicas —se encoge de hombros—ya sabes, como los viejos tiempos.

Sé que tenemos que hablar, y cuanto antes, mejor.

—Está bien. Salgo de clases a las cinco —. Asiento y me acerco a ella para depositar un beso en su mejilla. — Te veo en la tarde —recalco y ella me sonríe. Entonces respiro hondo y voy por mis cosas.

El camino al instituto es el mismo de siempre, tranquilo y relajado en compañía de mi música. Al llegar, me apresuro para entrar en el salón, busco con la mirada mi lugar de siempre, está desocupado, avanzo y me dejo caer en el asiento que está en la última fila del lado de la pared y de paso aparto el lugar de Teresa.

En nuestra primera hora del día lunes nos toca cálculo. Busco en mi bolso un cuaderno y un lápiz, dejándolos en la mesa.

Instintivamente dirijo mi mirada a la puerta rogando que Teresa aparezca rápido, y como si nuestros pensamientos estuvieran sincronizados, ella aparece con su particular cabellera roja, nuestras miradas se cruzan y ella me sonríe enseñando sus dientes.

Hoy lleva su cabello recogido en una coleta alta.

 Lindo.

Ella se adentra en el aula y saluda a cuanto chico y chica le habla, le hago una seña con mi mano para recalcar el sitio donde estoy, ella camina hacia mí, pero de su espalda aparece un chico de cabello rubio que había olvidado por completo. Teresa y Theo caminan en dirección mí.

—Hola —saludan los dos al mismo tiempo.

Mi sonrisa se enancha en mi rostro y les devuelvo el saludo un poco sonrojada. Teresa se acomoda a mi lado, en el asiento que le he apartado y Theo se quedó de pie, parece perdido y tímido.

—Siéntate, que el maestro no tarda en venir y creo que no te gustará verlo enfadado —dice Teresa mientras le indica un sitio frente a nosotras. Theo sonríe nervioso y asiente con la cabeza, dejando caer su mochila en la mesa y se acomoda en el lugar que Teresa le indica.



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En el texto hay: juventud, amorodio, amistad

Editado: 28.12.2019

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