Despierto con un dolor de cabeza que nunca jamás en mi vida he sentido antes.
¿Qué hora es? ¿Qué día es? ¿Qué pasó anoche? Todas esas preguntas rondan mi mente, pero para ninguna tengo una respuesta (Pero puedo averiguarlas).
Lo primero que hago es sentarme en la cama y llevar una mano hacia mi mesa de noche, tomo el celular para comprobar la hora y el día en el que estamos; son las doce del día, y es uno de enero.
Genial, al menos no he despertado de un coma.
Miro hacia mi ventana y la luz del día hace que el dolor se incremente unas dos veces más. Cierro los ojos para ver si eso disminuye un poco el dolor, y funciona. Abro de nuevo mis ojos tratando de esquivar cualquier cosa brillante y me levanto de la cama.
Veo que toda mi ropa esta regada por el suelo, entonces viene la primera pregunta sin respuesta; ¿Cómo llegué a mi cama?
Por más que trato, no logro recordar todo lo que hice anoche. Pero a medida que trato de forzarlos, comienzan a llegar (y créanme, no desearía haber recordado nada)
Mis recuerdos llegan todos de un viaje.
Me recuerdo a mi bebiendo ron, bailando con Teresa, a mi jugando a la botella...y oh por dios. Yo cambiándome la pijama frente a Mark.
Cierro los ojos y me llevo las manos a la cara. Qué vergüenza, me quiero morir.
Cuando estoy en mitad de mi plan para suicidarme, mi celular suena.
—Buenos días, bella durmiente—bromea mi mejor amiga.
—Dime que no hice el ridículo anoche—pido desesperada.
Teresa ríe al otro lado de la línea—no dejé que cometieras suicidio social. Ya bástate tienes con aislarte tú misma—dice Teresa.
Suspiro de alivio.
—Pero faltó poco, casi terminas confesándote a Theo—dice Teresa con voz desaprobatoria.
Frunzo el ceño. Eso no lo recordaba.
—Oh por dios. Nunca más vuelvo a beber—digo con la cara roja de la vergüenza.
—No te preocupes, pero nunca digas que nunca más beberás. Nunca se cumple esa promesa—dice dejando escapar una sonora carcajada.
Me levanto de la cama y voy hacia el baño aun con el teléfono pegado a mi oreja. No veo señales de mamá o Robert, ni que decir de Mark.
Abro nuestro botiquín y busco las pastillas para el dolor de cabeza, al menos doy gracias por no tener el estómago revuelto.
—Anoche no hice el ridículo en la fiesta, pero lo hice frente a Mark—digo con todas las ganas de que me trague la tierra.
—Dime que no lo sedujiste—dice Teresa con voz de alarma.
Rio ante esa idea.
—Tampoco llegue a tanto, pero necesito verte. Esto de tener resaca es un espanto.
—Juntémonos en mi casa, hoy es día de cine y me toca a mí. Llega antes y charlamos—dice antes de colgar.
Después de tomar las pastillas y asearme vuelvo a mi habitación. Me saco la pijama y me pongo una polera que hace dos días me había puesto y un pantalón de jeans que parece limpio (no tengo tanta ropa como para cambiarme todos los días). Luego de que estoy vestida me doy unas cuantas vueltas en mi habitación antes de querer salir a dar la cara. Me muero de vergüenza, sobre todo porque recuerdo haber vomitado y que Mark sostuvo mi cabello. Qué vergüenza.
Mark me molestará hasta el día de mi muerte.
Si mal no recordamos, dijiste que eras grande y que eras responsable de tus acciones. Dice mi yo interior con bastante sarcasmo.
Yo y mi bocota.
Bajo las escaleras en silencio y voy hacia la cocina. Mamá está preparando el almuerzo. Veo que está muy concentrada cortando verduras. Yo con paso ligero me acerco a ella y le deposito un beso en la mejilla.
—Eso huele de maravilla—le digo con una sonrisa.
Mamá me devuelve la sonrisa.
—Se nota que la fiesta estuvo de maravilla—dice ella alzando una ceja.
— ¿He?—pregunto alarmada. Espero que ella no haya sentido como vomitaba anoche, o no me dará permiso para volver a salir en un buen tiempo.
Mamá ríe.
—Los esperamos hasta las cuatro de la madrugada, pero después nos dio mucho sueño y optamos por irnos a dormir.
Rio con evidente alivio, pero mi risa es reemplazada por un ceño fruncido. Ni siquiera yo recuerdo a qué hora llegamos. Es increíble el efecto que tiene el licor en las personas.