Todo comenzó cuando tenía cinco años.
En ese entonces yo tenía una familia completa, estábamos mi mamá, mi papá y yo.
Éramos solo tres, pero por lo poco que recuerdo, éramos felices.
Según lo que recuerdo, nos mudamos a mi antigua casa (en donde vivía solo con mamá antes, donde era vecina de Mark) porque queríamos estar más cerca de papá, el que a causa de su trabajo casi nunca estaba con nosotras.
Yo era nueva en la escuela, pero para una pequeña niña de cinco años no era difícil hacer amigos. Me ubicaron al lado de una hermosa niña de ojos grises y cabello rojizo anaranjado.
—Soy Teresa—se presentó ella con una sonrisa tan inocente. Yo recuerdo que le tendí mi mano para corresponder su saludo. Y desde ese mismo momento ya nunca más nos separaron.
Mis recuerdos son un poco difusos, pero lo poco que mi mente recuerda es que al pasar los meses y por más que lo intentamos, papá seguía sin aparecer mucho en casa. Mi corazón se sentía triste por ver a mamá llorar por las noches. Creo que ella pensaba que no la escuchaba, pero estaba equivocada.
¿Cómo era posible que aun siendo tan pequeña supiera que cosas ocurría?
Trate de ser buena niña, me portaba bien en clases, respondía a las preguntas de la maestra y obedecía en todo. Y todo lo hacía para que mamá sonriera.
Las veces que papá venía a casa yo era feliz, mamá sonreía y las preocupaciones se iban.
Pero no duro mucho.
Un día papá bajó de las escaleras de la casa con sus maletas más grandes. Yo estaba al pie de las escaleras y papá tomo mi mano, creo que quería llevarme con él. Yo no sabía que estaba pasando, en mi ignorancia pensé que tal vez nos íbamos a mudar de casa nuevamente.
Pero mamá apareció para separarme de él.
Ambos se comenzaron a gritar cosas, yo no entendía por qué lo hacían o de qué se trataba todo lo que estaba sucediendo y como buena niña que había prometido ser, trataba de no llorar.
Ambos salieron a la calle, aun discutiendo sobre cosas que no comprendía. Yo solo los seguí.
—Si te vas, vete solo, pero no te llevaras a mi hija—le grito mamá a papá, con una voz tan decidida que nunca más volví a oír.
Esas palabras aun las recuerdo, como si hubiera sido ayer.
Entonces el no insistió más. Dio media vuelta y se marchó sin mí. Sin mamá.
Ella lloró durante días, y yo no sabía qué hacer para que ella no derramara sus lágrimas, pero era solo era una niña ignorante que pensaba que su padre se había ido por más viajes de negocios.
En clases seguí siendo la misma, sonreí y respondí a todo lo que la maestra me preguntaba.
Hasta que un día, un niño de ojos verdes se apareció en mi camino.
—Tu eres fea—dijo muy convencido, pero como típica niña pequeña que era, no preste atención a su comentario y tampoco me importó.
Día tras día el me molestaba, y yo lo ignoraba. En mi mente él era solo un niño molestoso, y de a poco me comenzó a caer mal. Hasta que cierto día sus comentarios ya no fueron solo eso.
En clase de artes, él se sentó a mi lado. Estábamos trabajando en un recuerdo del día de la madre, recuerdo que yo quería hacer algo lindo para mamá. Ansiaba que volviera a sonreír alegremente, como antes de que papá se fuera.
—Eso está feo—dijo ese niño. Yo ya estaba acostumbrada a sus feas palabras. Y como siempre yo lo ignore.
Él se puso de pie y pensé que ya no regresaría, lo que hizo después fue el detonante de mi odio infinito.
El cortó una de mis coletas.
—Tengo tu cabello—comenzó a cantar frente a todos.
Yo me quede muda, sin saber qué hacer.
El seguía paseándose con mi cabello por todos lados, algunos niños reían y Teresa intentó
regañarlo.
—Te odio—le grite. Él en cambio, me sonrió de una forma que me asusto. —Yo siento lo mismo, pero mucho más profundo.
Yo llore, llore de una forma patética.
—Mamá dice que eso no se les hace a las niñas—uno de los niños que no se había reído salió a mi rescate.