He pasado tres días aquí en la playa y me he apuntado a clases de surf. Entrenar con niños de ocho años es más divertido que solo estar tirada en la playa sin hacer nada, ya estoy bastante tostada, no quiero llegar tres tonos más oscura. Es increíble la energía que tengo aquí. En casa disfruto de estar encerrada, pero aquí, siento que es un desperdicio estar solo en mi habitación.
Yo no sabía que Mark tenía amigo aquí, por lo que me sorprendo al descubrir que ha pasado tiempo con ellos. En realidad, siempre he creído que mar solo tiene a sus estúpidos tres amigos, ni siquiera me imaginaba al estúpido de mi hermanastro siendo una persona sociable, pero claro, nunca se termina de conocer a las personas. También, a penas llegamos, Mark a tenido salidas nocturnas. Me ha invitado a algunas, pero no me apetece salir aún.
— ¿Cómo van las clases? —pregunta mamá mientras yo me llevo un tenedor de lechuga a la boca.
—Supongo que bien. Un niño de ocho años ya domina las olas, mientras que yo aun ni siquiera logro nadar a lo profundo. Aun así, Lía dice que lo hago cada vez mejor.
— ¿Hay más personas tomando clases contigo? —pregunta Mark en tono burlón.
Lo fulmino con la mirada.
—Claro que hay más personas, acabo de decir que hay un niño de ocho años—digo haciendo un mohín.
—Puros niños por lo que puedo deducir—se burla Mark.
Coloco los ojos en blanco ante su evidente burla, y trato de ocultar mi sonrisa, pero fallo.
¿Cómo sabe que soy la única mayor en la clase? Yo no he comentado que la media de la clase son nueve años por vergüenza, pero al parecer no puedo guardar secretos.
—Todos son unos niños muy adorables—digo mientras le saco la lengua a Mark—, en realidad, todo el mundo es más adorable que tú.
El ríe ante mi comentario. Luego de la charla, todos comemos en un agradable silencio.
***
Él atardecer es algo hermoso de apreciar, y después de tres días, aun no me aburro. Como cada tarde, camino hacia la playa y me siento a ver el atardecer. Se que puede sonar cursi y empalagoso, pero siempre he tenido la fantasía de observar el atardecer con la persona que me gusta.
Sentada en la arena, me llevo las rodillas al pecho, no por estar en verano y en la playa quiere decir que no corra viento. El atardecer de hoy está fresco, tirito ante una brisa y me arrepiento de no haber traído un suéter.
— ¿Qué haces aquí sola? —pregunta Mark. Sonrío al escuchar su voz y me encojo de hombros.
—Quiero ver el atardecer.
Mark frunce el ceño.
— ¿sola? —parece asombrado.
Lo miro y nuevamente me encogí de hombros. — ¿Con quién más? —me burle mientras finjo buscar a alguien entre el paisaje—, yo que sepa no tengo a nadie con quien ver este bello paisaje.
Mark niega con la cabeza y una sonrisa ladina se forma en su rostro. Creo que está por irse, pero me sorprendo cuando lo veo sentarse a mi lado.
—Se supone que éstas son esas estúpidas cosas son las que ves con tu novio o algún chico especial, me deprimo al verte aquí sola.
Abro la boca para contraatacar
—En mi defensa, debo de decir que no es nada deprimente, de hecho, es muy lindo. Lo estaba disfrutando.
El río.
—Claro, claro. Pero por las dudas me quedo aquí para hacerte compañía. No te olvides que eres mi chica—dice y me guiña un ojo. Yo le respondo colocando los míos en blanco.
—No soy tu chica—gruño.
El me mira y se encoge de hombros. —Para los chicos y chicas de aquí eres mi novia—dice como si fuera súper natural.
Abro mi boca asombrada y estoy lista para protestar, pero me quedo en silencio cuando frente a mi veo unas piernas largas y bronceadas.
—Que coincidencia encontrarte aquí, Mark—dice una chillona y molesta voz.
Miro a Mark y no me sorprende encontrar a sus ojos clavados en sus piernas. Típico de él.
Con el disimulo que me caracteriza, le doy un codazo que lo hace saltar.
Él se ríe.
—Elena—dice Mark con falso entusiasmo, pero la chica de piernas largas y voz chillona no parece notarlo.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta la chica.