viviendo en mis sueños

como?

Ya siendo adulto y después de haber madurado, comencé a ver la realidad. Tengo deudas, estoy metido en líos, y hasta debo varios meses de renta. ¡Qué desastre!, me dije a mí mismo. Decidí cambiar. Se acabó eso de gritar por perder en videojuegos. Se acabó vender los muebles de mi casa solo para poder comer. Se acabó.

Ahora podré convertirme en un motivo de orgullo, y ser aquello que siempre soñé: tener casas, autos, sentarme en mesas importantes, comprarme todo lo que deseo y hacer feliz a mi familia. No será fácil, pero espero lograrlo. Y si no lo consigo, al menos ya entendí que nunca lograré ser alguien si no lo intento.

Después de reflexionar por una hora comiendo mantequilla, me volví a dormir… sí, dormir. ¡Ya eran las 2 de la mañana! Dormí hasta las 9, algo raro en mí, pero ese día tenía que empezar, aunque no tenía idea por dónde. Desayuné y comencé a tener ideas. Pensé en todo lo que podría darme dinero: iniciar mi propio negocio, trabajar para empresas, aprender programación, invertir… incluso se me pasó por la cabeza algo absurdo como ser ladrón (lo descarté rápido, obvio).

Al final tomé una decisión, decidí mi camino. Comenzaré trabajando en una empresa de tamaño medio, lo suficientemente importante como para escuchar, aprender y entender cómo funciona todo… porque mi meta es tener mi propia empresa. Este es solo el inicio.

Entonces venía el siguiente reto: conseguir el trabajo. Visité todas las empresas que tenía en mente, dispuesto a hacer lo que fuera necesario, pero en cada una me cerraron las puertas. ¿La razón? Mi currículum no era el mejor. Volví a casa desmotivado, con el ánimo por el suelo y la noche cayendo sobre mí… cuando escuché algo que podría cambiarlo todo.

Pasó frente a mí un hombre que irradiaba éxito: traje impecable, mirada decidida, y escoltado por dos gigantescos guardaespaldas. Hablaba por teléfono, y alcancé a oír que necesitaba a alguien para limpieza en su negocio. Al principio desestimé la palabra "negocio", esperando algo más como "empresa", pero algo dentro de mí me impulsó a acercarme. Le pregunté si podía ser yo esa persona.

Sabía que tendría que cambiar mis planes al hacerlo, pero algo me impulsó a hacerlo. El hombre me miró con extrañeza, como si no entendiera por qué alguien como yo le hacía esa pregunta. Yo, por dentro, ya me preparaba para escuchar el clásico “no”… hasta que soltó un “sí”.

Intenté contenerme, pero la emoción fue más fuerte: salté de alegría incluso grite de la emocion. El hombre, confundido por mi reacción, solo atinó a entregarme su tarjeta con su número, sin comprender del todo lo que significaba para mí ese simple "sí". Ya eran las 10 de la noche cuando llegué a casa. Lleno de emoción y un poco desesperado, marqué el número del hombre esperando con ansias que respondiera.

Apenas escuché el típico “pip” del inicio de la llamada, no lo pensé dos veces y solté: “¡Buenas mañanas!”... ¿¡Buenas mañanas!? Mi ansiedad era tal que ni siquiera sabía lo que estaba diciendo. Quería sonar serio, tranquilo… y terminé saludando como si fuera el amanecer.

Estaba totalmente avergonzado. Pero para mi sorpresa, el hombre respondió con amabilidad, saludándome con un “buenas noches” y soltando, con tono divertido, un recordatorio que me hizo reír: “Todavía es de noche, amigo”. Su sentido del humor alivió mi ansiedad en segundos,

Mientras luchaba por no soltar una carcajada —después de todo, esa llamada era importante—, el hombre dudando me pregunto: “¿Tú eres el de la calle, cierto?”. Respondí que sí, sintiéndome un poco nervioso por cómo podía interpretar mi situación. Pero él no dudó ni un segundo y dijo con firmeza: “Perfecto. Mañana mismo te necesito en el negocio”.

Acto seguido, comenzó a darme detalles sobre el trabajo: cuál sería mi sueldo, cuántas horas debía trabajar, todo con una naturalidad que me dejó sin palabras. Yo todavía procesaba lo surrealista del momento… en menos de 24 horas, mi vida había girado en una dirección que ni siquiera imaginaba.

Le dije con seguridad: “Mañana estaré ahí”. Él respondió con un “Está bien” y cortó la llamada. Yo, feliz, me fui directo a dormir… aunque no sin antes jugar el nuevo evento de mi videojuego favorito (¡las prioridades no se negocian!).

Al día siguiente, por primera vez en años, me desperté a las 7 de la mañana. Tenía que estar en mi nuevo trabajo como limpiador a las 8:30. No conocía el lugar exacto del negocio, pero al llegar me quedé impresionado: un edificio enorme, cubierto de cristales, con una gran entrada custodiada por dos guardias.

Me acerqué y les expliqué que era el nuevo limpiador. Me miraron con desconfianza y dijeron que no caerían en trucos tan fáciles. Intenté convencerlos por varios minutos, explicándoles que no era ningún ladrón ni un mentiroso. Justo cuando pensaba que no lograría entrar, lo vi: el hombre rico salía desde adentro. Al acercarse y verme, se dirigió a los guardias y con firmeza les dijo: “Él sí es el limpiador”.

Mientras el empresario confirmaba que yo sí era el limpiador, no pude evitar lanzarles a los guardias una mirada un poco burlona por su equivocacion.

Dolf —así se llamaba el hombre elegante que me había dado aquella oportunidad inesperada— me ofreció un breve recorrido por los primeros tres pisos del edificio, que en total tenía doce. Mientras caminábamos, me señaló con claridad las zonas a las que no debía acceder, y me explicó con detalle cada espacio de trabajo.

Luego me presentó al equipo que trabajaba en esos pisos: los encargados de limpieza como yo, personal de secretaría, contabilidad, supervisores, seguridad… y varios más. Aunque solo conocí a los del primer al tercer piso, sentí que estaba entrando a un mundo completamente nuevo.

Fue un día duro. Había zonas verdaderamente sucias… y del baño prefiero ni hablar. Solo sé que no quiero volver a entrar ahí jamás. Pero al menos ahora estoy ganando dinero. El trabajo no es complicado: barrer, limpiar, y sí… meter las manos en esos baños asquerosos. Qué asco.



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En el texto hay: deseo, drama, ambicion

Editado: 11.07.2025

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