Viviendo entre muertos

Capítulo II: Él secreto del sótano. Día 2.

-Hannah. -Escuchaba un susurro de muy lejos-. Hannah.

Abrí mis ojos y levanté mi cabeza, me dolía mucho el cuello. Veo a Conny haciéndose trenzas y a las demás chicas bajándose de la furgoneta, las sigo junto a Ingrid de la mano.

Estaba saliendo el sol. Era una casa alejada de la cuidad de madera muy bonita y pequeña. Apareció una mujer de alta edad desde la puerta y abrazó a Elizabeth junto a Francisco. Los apretujó a su cuerpo.

-Al fin están a salvo. –Dijo la anciana mientras los pequeños sollozaban en sus brazos-.

Aquella mujer nos miró de reojos. Mientras Martín ayudaba a bajar a Lucy cual no lucia bien. Se veía muy cansada.

-¿Y ellos quiénes son?. –Cambia su voz la anciana. El viento sacudió su pelo hacia atrás-.

-Nos los encontramos en el camino, estaban tan desesperados como nosotros. –Dijo Martin-.

La anciana asintió y tomo una mano de los pequeños y los llevo a dentro de la casa.

-Su nombre es Marina. –Explicó Martin-. Es mi suegra.

La seguimos, no me daba buena espina este lugar cerca del bosque. La casa estaba decorada con muchas cosas de colores oscuros. Al acomodarnos nos presentamos a la Marina de buena manera. Como no nos esperaba nos prestó un colchón y sus sillones para dormir. Después Marina se fue a la cocina y la seguí, era una de las pocas personas que ayudarían a otras en esta situación. Me sentía más agradecida mucho más por lo que acababa de ver.

-Gracias por dejarnos quedarnos. –Me manifesté dándole un susto. Sujetó fuertemente el cuchillo en su mano derecha-.

-¿Dónde estaban cuando ocurría esto?. –Siguió cortando la lechuga-. Solas con ese hombre. ¿Las ha obligado a hacer algo raro?

Suelto una pequeña risa.

-No. –Aclaré-. estábamos en nuestro liceo, Ed era nuestro maestro y el otro chico es mi novio. –Me siento en una de las cuatro sillas floreadas de la cocina. –Él nos llevó a casa de Francisca para ver a su familia, pero todo salió mal, nos perdimos en el bosque y ahora estamos aquí. –Ella asienta con la cabeza.

-¿Vienen con algún arma?. –Pregunta Marina-.

-No. –Miento-.

-¿Por qué mientes?. –Manifestó-. Al entrar vi tu postura, tu mochila pesaba y ahora que te pregunté tu mirada fue hacia el lado derecho, la parte del cerebro creativa donde las miradas se dirigen inconscientemente hacia ese lugar al momento de mentir. –Trago saliva. Me sentí muy incómoda-. ¿Cuál traes y como la conseguiste?.

-Traigo un revólver. –Repliqué-. Y se lo quité a un viejo pedófilo.

-Yo tengo una escopeta calibre 12 de mi difunto esposo. –Dice y ríe. No entendí el chiste-. ¿Cuánto tiempo se quedarán?.

-No lo sé. –Aseveré-. Supongo que un par de día. –Mojé mis labios-. ¿Qué le sucedió a su esposo? Si no le incomoda la pregunta.

-Es una de esas cosas, no preguntes donde está.

-Hannah, ¿podrías venir aquí?. –Aparece Ingrid en la puerta-.

Me levanté y dejé que Marina siga cocinando. Ingrid toma de mi mano y vamos a una habitación a solas.

-Revise toda la casa y no hay nada raro, excepto que el sótano esta con un candado. –Aseveró-.

-Quizás sean cachivaches. –Aseveré-.

-Los cachivaches no se quejan. Escucho voces ahí abajo. En realidad, no tan literal, pero si siento algo.

Arrugué entre mis cejas y miré el techo. Sacudí mi cabeza.

-Debemos saber que hay ahí, esto nos meterá en problemas, pero no conocemos a estas personas y lo que podrían hacernos. –Dije-.

No soy nadie en esta casa, pero no arriesgare mi vida ni la de mis amigas por que hubiese hay.

-…también hay que pensar que nosotras somos las intrusas. –Añadí-.

Ingrid me acompaña a dar vuelta por toda la casa mientras me contaba cómo se sentía al frente de esta situación. Aunque la pasó realmente mal con sus padres aun así es su familia, y a la familia no se le olvida. Estaba en el mismo límite que yo.

Tenía dos habitaciones y un baño. Un solo baño para 12 personas sería un problema. Nos acercamos a la puerta del sótano vigilando que nadie viniera. Le pido a Ingrid una de esas pequeñas trabas negras que siempre traía para abrir el candado.

-¿Cómo sabes hacer esto?. –Me pregunta Ingrid-.

-Leonidas me enseño. Así entraba a mi casa. –reímos-. Ya casi.

-¡Hey!. –Escuche de atrás-. ¿Qué están haciendo?.

Era Lucy. Nos alejamos de la puerta y escondimos la traba para el pelo.

-Nada. -Dijo Ingrid-.

-¡Váyanse de aquí!. –Dijo muy alterada Lucy indicándonos la salida. No modulaba bien al hablar-.

Marina nos prestó ropa de abuela, en este caso todo sirve, nos veíamos realmente ridículas vestidas así mientras lavaba nuestra ropa –o la ropa de Francisca de hecho-. Durante el día nos acostumbramos a la casa y con la nueva familia cual compartiremos bastante tiempo, supongo.




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