-Han pasado 7 días desde que nuestro grupo de voluntarios no vuelve. -Dijo Claudia mientras todos guardaban silencio-. No hay que perder la esperanza.
Las cosas se estaban poniendo feas. El lugar se estaba rodeando de grandes cantidades de infectados que se apoyaban en las rejas y están logrando pasar algunos de ello. Claudia ya no dejaba a personas entrar sin que no fuesen revisados en una sala con enfermeras y con bastantes militares. La luz de fé se apagaba de apoco. Aun había personas cuerdas y otras que ya veían su vida frente a sus ojos. Desde que más infectados comenzaron a venir llevo a Rocco a todos lados.
Iba de camino al baño cuando el sonido de un disparo me detuvo. Escuché gritos que seguían de tres disparos seguidos. Todo el mundo se agachó y vi a un militar que le disparó a tres infectados en el centro del lugar.
Bajé en donde estaba Claudia.
-¿Qué sucede?. -La escuché. La única que estaba de pie-.
-Se han metido cuatro. -Dijo el militar-.
-¡Diles a tus hombres que revisen cada rincón de este lugar!. -Manifestó Claudia-. No se nos puede pasar nada. ¡Y los demás! Vayan a sus habitaciones y enciérrense, daré la orden para que salgan.
Todos salieron corriendo rápido. Le obedecimos y nos quedamos en nuestras habitaciones casi toda la tarde hasta que un uniformado entró por la puerta con dos armas en sus manos.
-Necesitamos que cooperen con la revisión...-Leyó en un papel sus nombre-. Jonathan y Eduardo.
Ambos se hicieron al frente para irse. Luego de una hora salí de mi cuarto ya cuando el ambiente estaba más relajado, fui a la oficina de Claudia. Golpeé levemente y entre al escuchar su voz.
-Hola, ¿Que necesitas?. -Dijo con los lentes puestos y dejando unas notas a un lado-.
-Yo solo quería pedirte permiso para salir de aquí. -Coloqué los ojos en blanco-...y también un auto.
Ella arrugó su frente.
-No puedes ir sola.
-No voy a ir sola. Voy a ir con...ah...Eduardo y...Francisca.
-¿Por qué?.
-Porque sí.
Ella soltó una risa. Volvió a tomar sus papeles y en uno de ello escribió. Lo tiró de su cuaderno y me lo entregó.
-Solo una hora.
No puede evitar sonreír y mordí mi lengua. Me giré para igual a la habitación. Le dije a Francisca que viniera conmigo. Ella se dirigió a informarle con preguntarle a su madre mientras yo mordía el borde de mis dedos. Ella nos miró a ambas con mala cara. Negó con su cabeza, pero vi a Francisca que insistía e insistía, su madre tensó su mandíbula. Francisca con el ceño fruncido vino a mí.
-Ella dijo que no. Pero igual iré, no se dará cuenta.
-¿Esta segura?. -Ella asintió con la cabeza-. Iré a decirle a Ingrid a donde vamos, por cualquier cosa.
Volvió a asentir mientras me alejaba. Siempre le decía a alguien a donde iba luego de ver 127 horas. Eduardo no tuvo ningún problema para ir con nosotras luego de contarle mi panorama. Fui al cuarto para traer una pequeña mochila en mi espalda.
José nos entregó las llaves del auto y me senté atrás sola. Ambos se amarraron con el cinturón de seguridad. Fui en medio apoyada de los asientos.
-¿Sabes manejar?. -Le pregunté a Francisca-.
-Si, en realidad, algo así.
-Yo también algo así. -Comenté-. Solo tengo problemas al frenar. Grabes problemas.
-Es realmente sencillo. -Afirmó Eduardo-. Solo va en la práctica y en leer algunas cosas.
-Pff. -Manifesté-.
Él tuvo la idea de llevarnos al camino la pólvora. Era larga y vacía. Aunque en estos casos no creía que lo estaría, pero mis pensamientos estaban equivocados, o bueno, solo esta parte.
En el trayecto vi un auto azul en el camino desierto. Se hacía notar a los lejos. Atrajo mi atención al pasar junto del. Toqué el hombro de Eduardo para detenerlo.
-Retrocede por favor. -Dije. Él me miró por el espejo para luego mirar a otra parte-.
Comenzó a retroceder. Me bajé del auto para ir al auto azul. Los vidrios estaban rotos y el capó tapado de tierra. La puerta del conductor estaba abierta y una maleta tirada en el suelo. La ropa de él estaba tirada a todas partes. Me agaché a su altura para revisarla completa, cada bolsillo de las prendas.
-No hay ningún cuerpo aquí. -Dijo Francisca caminando por alrededor-.
En uno de los bolsillos había unas llaves.
-Toma. -Lo recibió-. Quizás sean las copias de la llave.
-El tanque estaba abierto. Quizás se llevaron la gasolina, pero veré igual.
Seguí buscando cosas en la maleta hasta ver una pequeña caja de regalo con una nota afuera que decía "no lo abras hasta llegar a casa". De curiosa me senté en el piso para abrir la caja. Había una carta y algo más. Francisca se sentó a un lado.
-Dios...-Exprese antes de leer en voz alta-. "Creía que nunca diría esto luego de intentarlo estos últimos diez años, y no había mejor forma de hacerlo cuando estuvieras en casa conmigo. Eres el hombre más maravilloso de mi vida. Mi querido esposo...y padre de mi hijo con amor, tu esposa y madre de tu hijo."
Francisca a un lado sacó un pequeño par de calcetines verde agua de la caja y el test de embarazo de la mujer. Tragué saliva al mirar a Francisca. Volvimos a guardar todo en la caja en la misma forma en la que estaba. Espero que ese hombre vuelva a encontrar su auto.
Volvimos al nuestro auto, pero esta vez yo fui de copiloto y nuevamente no abroché mi cinturón.
Al llegar a un largo camino Eduardo se bajó al igual que las dos. Me coloqué junto a Francisca y suspiré.
-Bueno, ¿Quién será la primera?. -Francisca me miró e hizo un paso atrás. Sonrió maliciosa-.
-Yo, a voluntad propia. -Soltaron una risa los presentes-.
Me senté de piloto y lo primero que hice fue abrochar mi cinturón. Les pedí a los otros que lo hicieran. No sé qué podría ocurrir conmigo al volante y Mi descoordinación con mis pies.
-Primero arranca el motor. Pisa el embriague, pone el cambio en primera. Suelta el freno de mano. -Esta parte la tenía clara-. Ve de apoco. -Le obedecí con ambas manos a los lados del manubrio-. No estés nerviosa. Pon segunda. Tercera.
Mis manos dejaron de tiritar y los nervios se controlaron. No despegaba la vista de al frente.
-Ahora frena, ve igualando el freno con el embriague.
La parte difícil. Frené de golpe. Miré por el espejo retrovisor y veo a Francisca con sus ojos saliendo de su órbita.
-Lo siento, se los dije.
-De nuevo.
Y empezamos desde el principio con los mismos finales dos veces más y las palabras de Eduardo: "de nuevo" eran lo único que circulaba en mi mente.
-Solo es un juego. Vas jugando con ambos pedales.
Tragué saliva luego de respirar hondamente.
-Vamos de nuevo. Primera. Segunda. Tercera. Cuarta...-Esto se me hacía tan fácil hasta el último punto- ve bajando. Juega con los pedales.
Comencé a bajar y a lograrlo. Iba lentamente parando, de apoco, lo logré.
Sonreí de oreja a oreja y miré a ambos.
-Lo hice. -Dije-.
-De nuevo.
Desde ahí todo salió fácil. Ya tenía este auto comiendo de la palma de mi mano. Por ahora.
Francisca iba conduciendo lentamente mientras Ed y yo íbamos caminando destrozando cabezas en la parte de atrás.
-¿Crees que algún día esto se va a mejorar?. -Pregunté con el hacha en mi mano-.
-Quizás se tardarán año. Probablemente. Me gustaría estar vivo en ese entonces.
-Solo quisiera relajarme en una piscina toda una tarde.
-¿Tenias piscina?
-No. Pero iría algún parque acuático solo para celebrar lo que sea. La mortalidad que nos sigue.
Francisca comenzó a andar y parar una y otra vez.
-¡Cuidado!. -Gritó Ed y Francisca asintió levantando su pulgar y sacándolo por la ventana.
-Creo que ya hemos estado afuera por más de una hora. Claudia no te va a dejar salir esta semana. Lo bueno es que ya aprendimos bastante.
-Y que no van a tener que hacer un curso para sacar su licencia para conducir.
Wow. No me había percatado de eso, no me había puesto a pensar en las cosas que no haría en las simplicidades de una vida cotidiana. Ir a la universidad, titularme de media, casarme legalmente, sacar mi licencia de conducir. Prevalente, tampoco envejecer.
Me detuve al igual que Francisca.
-Vamos, volvamos a casa. -Habló Ed yendo al asiento del piloto-.
Fui con ellos y me senté atrás. Miré por la ventana y seguí pensando en lo que recorría mi mente a los 15. ¿Como seria la reacción de la gente si me fuera? Lejos, lejos de aquí. ¿Algunos llorarían por mí? ¿Qué pasa si corro de este auto? ¿Me encontrare a la muerte de frente, o la haré mi mejor amiga? Estuve callada el resto del camino.
Los guardias de Claudia revisaron el auto al llegar y nos dejaron de pie con las manos hacia arriba. Un militar tomó mi hacha y sujete fuertemente su muñeca retorciendo mis dedos en ella. Como siempre, por inercia elevé levemente mi labio. Otro dijo que me dejara, era uno confidente a Claudia y ella sabía que me dejaban tenerla. No sé porque era la excepción. No sé qué clase de daño le he hecho a estas personas para tratarme así.
Nos dejaron tranquilos y subimos por la entrada. Pero el ambiente era tan helado como entrar a la habitación de un muerto.
Mi vista fue directa a Claudia entre los brazos de José quien tenía la mirada cristalizada y perdida al frente. Había personas alrededor sobando su pecho.
¿Qué ocurre? Pensé.
Y simplemente la respuesta estaba al frente de mis ojos. Mi mirada se fue directa a las manos de Claudia, y vi una fría tela. Eran las vendas que cubrían lo ojos del amigo de Batman. Ella lloraba como algunos pocos, especialmente las madres de hijos pequeños. Estaba en los corazones de muchas personas de aquí. ¿Como no? Solo era un niño. Uno que lo paso muy mal.
Di un paso hacia adelante y caí al piso con el cuerpo de un hombre sobre mí y el sonido de un disparo de fondo. Me lo quité de encima y retrocedí con los pies para alejarme de ese cadáver. El tiempo se detuvo y el ruido desapareció. Miré la cara de Eduardo que formaba algo con sus labios, pero no lograba entenderlo, entonces sentí algo viscoso en mi cara. Lleve levemente mis manos a ella y deslice mis dedos hacia abajo. Volví a verlos y estaba cubierta de sangre, me limpié con mi manga. Todo esto está siendo tan abrupto.
Sentimos más disparos a la derecha que atrajeron mi atención. Vi cuerpos a mi alrededor caer como hojas de un árbol en otoño. Un hombre calvo y muy delgado entró con otro grupo al frente, le disparaban a lo que se moviese. Venia caminando lentamente con su metralleta.
-Hola, señoritas. -Dijo-.
-¡Corre!. –Escuché a lo lejos. Miré al frente para ver a Eduardo-. ¡Corre!
Me levanté y tomé la mano de Francisca y corrimos por los pasillos como los demás evitando ser el blanco de esas balas. Subimos las escaleras y corrimos hasta llegar al segundo piso. Sentía gritos de las personas acorde con los disparos. Estaba en shock.
-debemos salir de aquí. –Dijo Francisca-.
-¿Cómo? –preguntó Sigrid-.
-solo entraron por la primera puerta. tienen el control del primer piso. Eran hombre y mujeres, aproximadamente unos 15. Todos armados…y no les importa hacerle daño a nadie.
-¿Quiénes son?.
Comenzamos a sentir los vidrios explotar en nuestro piso. Los sentía acercarse. Aun había gente inocente aquí.
-Solo permanezcamos juntos. –Vi como Oswald sacaba un cuchillo de su pantalón. Coloqué mi mano a un lado de mi hacha-.
Alguien abrió la puerta de golpe. Entraron en cuestión de segundos y nos obligaron a arrodillarnos con las manos en la cabeza. Colocaron sus armas directas a cada uno de nosotros.
-Ratoncitas, ratoncitos. Así que aquí estaban. –Entró el hombre calvo y le entregó su arma a su compañero-.
Miré a todos lados y recién había captado la ausencia de Eduardo. El hombre calvo me tiró del pelo echando mi cabeza hacia atrás. Otro le quitó el cuchillo a Oswald de sus manos y lo arrastró por el suelo al calvo. Él lo colocó sobre mi cuello. Tragué saliva y comencé a tiritar.
-Con tu mismo cuchillo la matare si no me dices quien eran los que estuvieron en Santiago. –Dijo con sus ojos y voz aguda sin quitar la vista de Os-.
-Ella no tiene nada que ver.
El calvó soltó una risa y mi cara comenzó a colocarse roja. Él elevó el cuchillo a mi cara, lo colocó muy cerca de mi ojo derecho, comenzó a enterrarlo sobre mi piel. Grité de dolor y golpeé su pierna, pero tomó de mi mentón para que dejara de moverme. Dolía, dolía demasiado. Pero lo peor era que el parecía disfrutarlo.
-He visto la cara del diablo dos veces…–Corrió el cuchillo para acercarlo a mi ojo izquierdo. Volvió a enterrarlo, no pude evitar no quejarme por como apretaba mi cara. No lograba hacer mucho-…y es idéntica a ella.
Me soltó y me tiró hacia adelante cayendo apoyándome en mis manos. Dos gotas de sangre cayeron a ambos lados de mis ojos. Respiraba como un toro, apretaba los puños y pensaba que si me levantaba y le enterraba el hacha en medio de su cabeza los demás les dispararían a mis amigos, y a mí. El calvó enterró la punta de su arma en mi cabeza. Levanté un poco mi cabeza para ver a mi grupo.
A cada uno nos levantaron individualmente para jalarnos de los brazos. Nos arrastraron hasta el medio del mall. Él calvo pasó por delante de mí e hizo un gesto grosero, deslizó sus dedos índices de los ojos hacia su mentón. Sonrió malicioso. Miré a un lado y vi en el reflejo de un vidrio como dos gotas de sangre caían de mis ojos hacia abajo. No me serviría quitarlas de ahí, volverían a aparecer. Me recordaban el odio. Creo que fue la única que se fijó en sombras que corrían de un lado a otro. Algunos combatientes corrían en el tercer piso. Mantuvo la cabeza agachada un buen rato. Él me tiró al piso y el calvo se agachó a mi altura.
-Te preguntaras que hacemos aquí. Soy el líder de los más jóvenes, los aprendices y al fin el jefe va a entender lo responsable que somos cuando los llevemos a ellos. Mataste a mis amigos.
-Vamos a matarlos a todos. -Solté una risa al final-.
-No si lo hago yo primero. -Me giñó un ojo-.
Se levantó y alguien disparó desde arriba. Los demás se defendieron acribillándolos igualmente. Nosotros nos alejamos del medio. Nos juntamos y nos agachamos. Había más personas entre medio disparando y peleando con ellos. Otros corrieron por la puerta de entrada, pero los de arriba no dejaban que escaparan ilesos. Morirían aquí dentro o en el camino de vuelta a casa.
Una mujer me tiró del brazo y me dio un golpe en el estómago. Le di otro, pero logro esquivarlo. Se subió sobre mí y me tiró del pelo para hacer rebotar mi cabeza sobre el suelo.
-Tu mataste a mi hermano. -Susurró a mi oído-. Lo hiciste frente a mis ojos.
Alguien la tiró de mí y me levante en segundo. Sentí como mi nariz sangraba. Mató de una apuñalada a la persona que la quitó sobre mí. Giró su cuchillo y se colocó en posición de ataque sonriendo a un lado. Se lanzó, pero logré esquivar su golpe, volvió rápidamente y me hizo un leve rasguño por el brazo un poco más abajo de lo que me había hecho Alfredo. Tomé mi hacha y la elevé, traté de darle, pero logró correrse. Me giré rápidamente y volví a intentarlo, y logré enterrarle su propio cuchillo en su hombro. Ella echó la cabeza hacia atrás y gritó de dolor. Desamarre mi hacha y la sujete fuertemente con mis manos y se la enterré en su cabeza en el momento que cayó de rodillas. Se hizo un circulo a su alrededor de sangre. Comenzó a respirar anormalmente y cayó a un lado con los ojos y boca abierta.
Sentí un disparo detrás de mí y me giré al ver un cuerpo caer extendiendo su mano hacia a mí. Vi a Claudia sosteniendo un arma apuntando hacia a mí. Ella bajó su arma mientras algunos corrían al interior del lugar gritando: "¡Retirada!". Entre toda la multitud vi al calvo que levantaba sus brazos y su dedo medio mientras corría en reversa. Ellos desaparecían poco a poco entre nosotros.
El silencio tomó la palabra. La gente comenzó a darse cuenta en lo grave que era la situación. No tardaron en gritar nombres y no recibir respuesta. Algunos solo comenzaron a llorar. No sentía los pies y tambaleaba al caminar. Me apoyé en una pared y vi el cuerpo de un hombre muerto a un lado, una mujer se agachó en su altura para golpear levemente su cara, esa era una parte de este lugar, la otra, se aseguraban de que esos cadáveres no volviesen a levantarse. Enterraban sus cuchillos una y otra vez.
Ingrid vino a mí y me abrazó rápidamente.
Entre llanto y dolor vi como todos salían de sus cuevas a la triste realidad. Rodrigo lloraba como Damian en sus brazos. Las cosas tornaban un color gris.
Lo peor fue "la limpieza". Solo los militares se encargaron de quitar los cadáveres de aquí y las personas fueron a anotar sus nombres en el "en memoria". Pero, ellos también tenían familia aquí dentro, y los arrastraban al montón de cadáveres en el piso de abajo.
Claudia tenía las manos llenas de sangre al igual que su ropa. Sus ojos estaban rojos e hinchados, sus manos no dejaban de tiritar mientras daba vuelta de un lado a otro. Ni siquiera tenía la concentración para ver lo que hacían, a todo respondía con un: Sí.
El baño estaba colapsado así que esta sangre estaba pegada en mí. Me quedé en la fila de enfermería con Ingrid y Sigrid. Ambas salieron heridas de esto. Solo algo leve, gracias a dios.
Era mi turno y Beatriz me atendió. Me senté en una mesa y ella colocó algunas cosas a mi alrededor. Me pidió que me quitara mi prenda que cubría mi brazo. Ella echó algo sobre una pelota de algodón y lo frotó sobre él. Con mi otra mano apreté mi muslo de dolor por el ardor. Ella colocó una gasa rodeando la herida.
-Ahora necesito que te quedes quieta. -Seguía haciendo cosas con algodones-. Cierra los ojos, probablemente te arderán porque están muy cerca. Cuanta maldad en esta lacra.
-Las personas ya comenzaron a apunta con sus dedos.
-Ellos tienen miedo, de todo lo que hay afuera. Cualquiera ¿No?
Me afirmé de la mesa y traté se evitar se hacer cualquier gesto. Colocó una especie de sticker a los lados.
-vas a estar bien. -Sonrió. Me levanté de la mesa con desagrado y lentamente me coloqué mi prenda sobre la gasa. Me despedí, pero ella me detuvo al decir mi nombre-. Tienes razón, las personas ya comenzaron a apuntar con los dedos. -Caminó a mí para entregarme una pequeña botella de alcohol, algodón y parches curitas. Los metió rápidamente a mi bolsillo-. No los ocupes hasta que sean necesarios. De verdad.
Asentí asustada con la cabeza. Salí de enfermería con ambas manos en los bolsillos, iba mirando a todo el mundo con el ceño fruncido y la cabeza agachada. No tenían ni un mínimo de respeto en pensar que sus miradas eran tan incomodas entre nosotros y ellos. Subí a nuestra habitación y no pude evitar mirar las dos gotas de mi sangre en el piso. Rápidamente guarde las cosas en mi mochila y la voz grave de un hombre me asustó al aparecer atrás de mí.
-reúne a tu grupo. -Tenía las manos sujetadas atrás de su espalda, la columna erguida y las piernas juntas-. Tendrán una reunión con Claudia.
Cuando creía que las cosas no se podían poner más mal. Las cosas se ponían peor, peor y peor. Todas estábamos listas y caminamos una junto a la otra.
Había un sentimiento dentro de mi como un vacío. Tenía las manos cruzadas sobre mi pecho y Oswald tenía su mano en mi espalda. Aún seguía cubierta de sangre. Un escalofrió recorrido mi espalda antes de entrar a la oficina de Claudia. Vi a José salir de un lado y agachó su cabeza al mirarme directamente a los ojos, siguió su camino dándonos la espalda.
Entre curiosa detrás de Ed. Vi a dos mujeres y un hombre parados junto a ella. Henri estaba sentado al frente, tenía la mirada perdida. Todos guardaron silencio en cuanto estábamos todos adentro. Aquellas nuevas personas no nos saludaron. Solo posaron incómodamente sus miradas en mí. Ella indico que me sentara en la única silla libre frente a ella a un lado de Henri, lo miré, pero el corrió la cara. La mujer se cruzó de brazos mientras la otra intentaba no mirarme, pero se le hacía imposible, él hombre tenía los brazos juntos apoyados en el escritorio, tenía toda su sudadera con gotas de sangre. La curiosidad ya me mataba.
-¿Qué sucede?. -Pregunté-.
Todos guardaron silencio. Se sentía ese frio ambiente aquí. Ni siquiera pestañaban, nadie, incluye dome. Solo había una guerra de miradas.
-Nosotros...queríamos veníamos a hablar por la comunidad...
-¿Se refiere en la comunidad en donde están mis amigos que pertenecen ellos y yo, y no me han hablado sobre una pequeña junta?. -Francisca le interrumpió a la mujer-.
-Chicas...-Dijo Claudia entre sus falsos tosidos-. Déjenla hablar. Luego ustedes.
-Sigo...llegare rápido al punto. Nosotros creemos que mientras todo su grupo de escuadrón de rebeldes estén aquí, los demás no se sienten seguros. Muchos tienen miedo de ustedes incluso cuando comen en la mesa de al lado y nosotros dando la cara quería proponerles de forma voluntaria que se fueran. -Dijo la mujer de brazos cruzados-.
Solté una risa. Estas personas están locas. Comencé a reírme a carcajadas interrumpiendo el silencio y haciendo que ellos arrugaran sus caras. Ninguno de ellos nota lo que hacemos. ¿Acaso nunca se darán cuenta lo que hemos hecho para que sus putos culos estén respaldados? El hospital, traer comida, el supermercado, la "cura". Claro que no.
Volví a reír mientras agitaba mi cabeza.
-¿Debe de ser una broma?. -Dije-. ¿Y por qué? ...si nosotras cuidamos de ustedes desde que estábamos en el centro comercial nosotras debemos ser los que se vayan. Perdón, pero no recuerdo que ustedes vinieran aquí rodeados de infectados para que malditos malagradecidos donnadie vengan a decidir las reglas en los que incumbe a otros. -Aseveré levantándome de la silla para acercándome a la mujer que levantó su mentón-. Somos animales. Todos los de aquí.
-Es su culpa. Todos los que murieron hoy es por su culpa. -Nos apuntó-. ¡Ustedes los trajeron aquí! Trajeron sus problemas y los condenaron a todos. ¡hasta los inocentes!
-Podría no haber sido así. -Miré a Claudia-.
-Obviamente podría haber sido diferente. -Claudia se quedó mirándome achicando los ojos-. Váyanse, me quedaré con ellos.
-No. -Me levanté-.
-¡Acabo de perder a mi hijo mayor por estar peleando por sus estupideces!. -Aquella mujer comenzó a llorar-. Solo tenía 27 años. -Siguió sollozando.
Ella salió enfurecida de la habitación seguida por los demás. Volví a sentarme y Henri trató de decirme algo, pero la mirada de Claudia lo apartó de mí.
-¿¡Cómo ha dejado que ellos vengan a decirnos eso!? ¿¡Porque se los has permitido!. -Le dije a Claudia-.
-¿Porque no? -alzó una ceja y noté como Henri quedo boquiabierto-. Ellos tienen razón.
-Solo lo haces por ti. Dejaras que nos echen para que ellos confíen más en ti. -Solté una risa nerviosa, ella ni siquiera me miró. No tenía la moral-.
-Cálmate, estas un poco alterada. -Susurró Henri tocándome el hombro-.
Le hice el quite levantándome de la silla alejándome de él dándole un leve golpe en su mano.
-¿Que hay en tu cabeza? -hablé sarcástica.
-Sólo...ponte en mi lugar -dijo Claudia tratando de que volviera a mi lugar.
-¡Tú ponte en el nuestro. -Saltó Francisca. Ya no sabíamos que hacer-. ¿Porque haces esto? Hemos hecho todo lo que dijiste. Cada maldita palabra.
-Traer a muchos criminales es un gran error. Asustaste a todo el mundo.
-Porque nos tuvimos que salvar de una puta misión de las que nos obligaste a ir.
-Mi intención era que no volvieran.
Se creó un silencio incómodo entre todos. No podía creerle.
-¿Por qué? -dijo Sigrid- Luego de todo lo que paso.
-...Lo haces por querer "cambiar" para olvidar aquella mala imagen que tenías. -hablé-. La que nos mandó a lugares impensables en los que murió una de nosotras. Quizás la culpa no fue de Benjamin ¡SI NO TUYA!. -Le apunté con el dedo. Aguante las ganas de llorar y más feas palabras que decir mordiendo mi lengua-. lamento todo lo que paso. Todas las muertes de hoy, cada una de ellas. Pero era inevitable.
-¿Tú qué harías?. -Se levantó de su asiento tiesa-.
Guardé silencio, como todos los de aquí que ya asumieron la derrota.
-Ellos volverán.
-Pero cuando ocurra, será nuestro problema. -Claudia caminó hasta la puerta-. Los demás que trajeron de Santiago deberán de irse con ustedes. Des incluyendo a ti Henri, tu madre y a Constanza.
《Bastardo》No puede evitar pensarlo.
Abrió rápidamente la puerta. Yo estaba inmovilizada. No podía ser así. Henri estaba encogido de hombros mirando el piso.
-cuando amanezca no quiero ver ningún rastro de ustedes. -Dijo más fría que el hielo-.
Me crucé de brazos y fruncí el ceño. Esto no podía ser enserio.
-Vete. -Susurró Henri a mi espalda-.
Vi como las chicas formaron puños con sus manos. Tensaron su mandíbula y al caminar, pisaban más fuerte que un titan.
Maldita perra, las personas nunca dejan de ser lo que son. ¿Cómo nos hace esto? Luego de todo lo que hicimos le preocupa más su imagen, es una traición total. Espero que este lugar arda como Troya. Quizás ya entiendo porque la gente me tiene miedo.
Sigrid tenían los dedos en la boca mientras Ingrid miraba el piso. Yo, por lo tanto, solo daba vueltas en la sala. Golpee la pared y mis nudillos se rompieron.
-¡Mierda!. -Repliqué-.
-¿Que haremos?. -Preguntó Sigrid-.
-tendremos que irnos, a menos que quieran ser acribilladas por todos aquí dentro. -Aseveró Francisca-.
-¿¡cómo pudo ser tan...desconsiderada!? Para no decir otra cosa, -Balbució Eduardo colocando sus manos en sus caderas-. ¿Realmente llegamos aquí para nada?
Nadie dijo ni una sola palabra. Quizás la respuesta estaba clara. Ya estaba cansada de pelear y tomé la iniciativa de ser la primera en tomar mi bolso. En realidad, no sé porque hice eso si estamos con las manos vacías.
-¿Qué haces?. -Me susurró Ingrid-. No haremos esto.
-¿Entonces qué hacemos?. -Le dije mirándola detalladamente-. ¿Vamos a pelear por un espacio en donde no nos quieren?
Ella quitó un arma de su bolsillo y la cargó. Me hice atrás de un salto y Oswald le apunto con un arma que le quitó a uno de los cadáveres.
-Hey, ¿crees que le dispararía?. -Dijo Ingrid-. Si nos vamos no nos iremos con las manos vacías.
Le miré y sonreí.
-Iré con ustedes. -Habló Rosa-.
-Mamá, sería mejor que te quedaras aquí, es más seguro.
-Con esta clase de gente, creo que no lo es. Y no era una pregunta.
Su hermano menos comenzó a reír sin motivo.
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Despertamos a las 5 de la mañana y le dijimos a Rodrigo, Edgar y a la madre de Francisca junto con ella que guardaran mantas y llenaran botellas con agua. Mientras los demás cumplíamos nuestro plan.
Oswald, Ingrid y yo fuimos sigilosamente hasta la sala que de armas en donde dos guardias estaban cuidando, Jonathan y Ed se hicieron cargo de ellos.
Entramos y guardamos unas cuantas armas y balas en unos bolsos.
-no las llevemos todas. -Susurré-.
-¿Por qué no?. -Aseveró Jonathan-.
-No somos como ellos.
Una luz ilumino la habitación desde la entrada. Nos inmovilizamos y Jonathan se quedó apuntando a la entrada. La luz se hizo más tenue y apuntó hacia el piso, podemos ver quien afirmaba la linterna. Claudia.
-tengo insomnio. -Dijo Claudia, sus ojos estaban rojos e hinchados-. Yo le hubiese dado.
-No serían las suficiente. -Hablé.
Todos guardamos silencio mientras nos apuntaban unos contra los otros. Ella estaba rodeada de tres hombres armados. Cerramos los bolsos, Claudia nos miraba de reojos.
-¿No aremos nada?. -Dijo uno de sus hombres-.
-Déjenlos ir tranquilos. -Escuche de lejos-.
Volvimos a la habitación en donde Francisca se me acercó para decirme que ya llenaron las que pudieron y las echaron a una mochila.
Me senté en el piso apoyada en la pared rodeada de Ingrid y Os. Sigrid dormía en las piernas de Francisca mientras ella le acariciaba su pelo. Os acariciaba a Rocco, me tenía sujetada de la mano. Era nuestra hora de relajo.
No pude dormir en todo el resto de la noche. Miraba al borracho que tenía loa ojos cristalizados.
-¿Los extrañas? -Susurré-. A tu familia. -Él suspiró-.
-Cuando muere un hijo es la tristeza lo que te llena, pero cuando lo pierdes todo, a todos, es la inmortalidad...-habló. Recordé a Martín-. y cuando eso pasa, no quieres que nadie más sufra como tú, mucho menos tu gente. Es lo único que te queda, y se puede ir con una simple mordida- Soltó una risa.
Intentaba no moverme para despertar a los demás. Dormí unos quince minutos por lo que me dijo el borracho. Desperté a las chicas y Os. Nos levantamos y despertamos a los demás. Fui el peor día de mi vida, todos traían una cara larga, todo ocurría como si estuviera el tiempo más lento.
Golpearon la puerta y tras ella estaba Claudia con los brazos cruzados. No dijo nada. No era necesario.
Guarde unas armas detrás de mí pantalón y un cuchillo en mi bota. Jonathan decidió llevar el agua ya que era el más fuerte. Todos llevábamos un arma y el borracho estaba más sobrio que nunca. Rocco lo llevé en la antigua correa que me dio Benjamin, la amarré en las tiras se mi bolso.
Salimos de la habitación mientras miraba de reojos a Claudia. En el patio había una cantidad de gente reunida que nos miraban directamente sin vergüenza. Ingrid tomó mis manos mientras bajan. Antes de desaparecer del centro, Ingrid soltó mi mano para dirigirse a la gente, especialmente a Claudia.
-No tienes más que arreglar tus errores del pasado. Eres una cobarde, la reina de los cobardes.
- ¿¡Saben que!? ¡Todos ustedes pueden irse al infierno!. -La interrumpí-. No alcanzaran a disfrutar nada de lo que tienen -dije mirando directamente a Claudia- deberían de sentirse avergonzados, de tenerles miedo a un par de niñas, tener que echarlas sin decirles la verdad a la cara. Los volveré a ver en el infierno. -Susurré mientras me alejaba de todos-.
Me adelante a todos enfurecida y uno de los muy pocos cadetes que quedaban nos entregó las llaves de una furgoneta amarilla en la que caeríamos todos.
-Ordenes de Claudia. -Habló y le quité de la manera más brusca que pude las llaves de la mano casi arrancándole un dedo.
Se las pase a Jonathan sin decir nada. Me senté en los últimos asientos, apoyé mi cabeza en el vidrio mientras cerraba los ojos. Sentí la cálida mano de Os tomando la mía, pero no pide mirarlo.
Recuerdo la Navidad. La típica cena con tus padres o la típica fiesta con tus amigos cerca de la playa, todos vivimos de distintas maneras. Un día tuvimos que correr a comprarle el regalo a mi madre junto con mi hermana y mi padre. Escoger el vestido fue lo fácil porque ya lo teníamos visto, pero cuando dijimos: "esto le quedara bien, vamos a hacer la fila para pagarlo" fue la peor parte. Dos filas larguísimas nos esperaban, me imagino que pagarían por ver muestras caras. Fue uno de esos días estresantes y para más, muchos niños pequeños comenzaron a celebrar que habían matado un crepper en minecraft, pero divertidos al mismo tiempo.
Unos de los miedos que te poseen también es olvidar las caras de tus seres queridos. Trató de recordar cada detalle de sus caras, las de mis amigos y las de mi familia. No quiero olvidar ni el menor detalle de todos. Pensé en una de mis frases favoritas de Eren Jeager: "Aun que no podamos salir, mientras nos demos el lujo de comer y dormir seguiremos vivo. Pero, viviremos como si fueramos ganado".