Viviendo entre muertos

Capítulo XVI: Camino hacia la muerte. Día 59.

Las calles estaban desiertas. Sabíamos que algo malo ocurriría, nos adelantábamos a una mala tesitura de terror. Deberían de estar en grupos. 
Para variar el auto que nos dio Claudia estaba malo. Se detuvo en medio camino y la profunda revisión de Jonathan diagnostico que no teníamos más que hacer que buscar otro, así que eso hicimos. 
Mi espalda me dolía. Nos estábamos turnando en llevar lo pesado. Pero, ¿de qué pequeños me quejo? Jonathan no ha querido soltar las botellas de agua. A veces se sacrifica por nosotras que se vuelve tan molesto, agradezco su humildad, pero estos casos son diferentes. Seamos justos, con los que podemos. Oswald me quitó mi peso de encima para llevárselo él. 
-¿Que tal ese?. -Sigrid apuntó a un auto y corrió a él. Aquel estaba ligeramente impactado con la entrada de una tienda-.
Yo no podría ni trotar con todo lo que hemos caminando. Era una camioneta grande. Aceleramos el paso para llegar a ella. 
-¡Tiene las llaves!. -Exclamó Sigrid encendiendo el auto-. Este otro podríamos hacerlo andar, conozco un truco que me enseño uno de esos cadetes, esperen.
Se prendió en cuestión de segundos. Mis ojos se cerraban solos de cansancio. 
-¿A dónde podemos ir?. -Dijo Eduardo-. 
-No lo sé, volver a nuestra ciudad. Es más cómodo y nos guiaríamos mejor. O sea, es nuestra casa. 
-Ya no tenemos una casa. -Hablé-. 
-¿Dónde podemos ir?.
Todos guardamos silencio mirándonos entre nosotros. ¿A dónde podríamos ir? Un lugar solo, grande, sin la presencia de cualquier ser humano tanto presente como futuro. 
-¿Qué te parece un lugar rosa, con cuatro y tres pisos, y dos patios grandes?. -Manifesté-. 
-El liceo. -Balbució Francisca-. 
-Puede haber mucha gente. Es arriesgado. 
-Es seguro. Un lugar grande. Hay de todo ahí. 
-Incluso puede haber gente viva. -Aseveró Ingrid-. Me refiero, a como nosotros. 
-¡Encendió el otro! -Sigrid se acercó a nosotros-. Ya tenemos dos, no tiene tanta gasolina, pero demás que llegamos al otro lado. Rápido. 
Mordí mi dedo. Miré a Jonathan y formé una línea en mis labios. Él indico que nos subiéramos a la camioneta. Nos acomodamos como pudimos. Abrimos una pequeña ventanita. 
-¿Conoces el camino?. -Preguntó Jonathan y le indiqué a Francisca-. 
-Ella es un mapa humano de Valparaíso. -Soltó una risa-. 
Los vidrios de la entrada de la tienda se cayeron de la capucha del auto al echar marcha atrás. Me acomodé junto al hombro de Os.
-Bueno, podríamos llegar al cerro Barón y de ahí bajar a la Avenida Argentina. Tu solo sigue derecho, te diré cuando tengas que girar.
Estaba más tranquila, pero, nunca bajaría la guardia. Mucho menos que ahora cada vez que cierro los ojos veo la sucia cara de Claudia sonriendo a un lado maliciosa al igual que el resto de sus "súbditos" gritando que nos alejáramos de ellos. Y luego viene la venganza, en la que te imaginas a cada uno de ellos morir por la mordida. No todos tenemos una mente sana. Mucho menos en estas situaciones. Una vez en el auto buz escuche la triste historia de un hombre con la cual terminó con una frase que marco mi vida sintiéndome identificada. Decía: "Ya estoy acostumbrado de que no se cumplan las cosas como quiero, pero ya las recibo con gusto". Cualquier cosa recibiría ahora con gusto. 
Jonathan frenó y retrocedió de apoco. Asomé mi cabeza y vía a muchos infectados rodeando el lugar.
-Llega al otro extremo. -Dije-. 
Jonathan y el borracho giraron su cabeza para mirarme como si fuese una loca. 
-¿Que acabas de decir? El liceo está a la derecha. 
-necesitamos una distracción. Podemos llegar al hospital y robar una ambulancia. Así hacen sonar las sirenas, pasan por aquí, los atraen, abandonan la camioneta y otro va a buscarlo. Se ponen de acuerdo en un lugar específico. 
-¿Se te acaba de ocurrir todo eso ahora?. -Balbució Jonathan-.
-Siempre tengo un plan B. -Aseveré y sonreí-. Vamos, los otros te van a seguir.
Condujo lentamente hasta llegar al hospital vigilando cada centímetro del lugar. 
-Vas a tener que rodearlo. -Hablé-. No podemos llegar así. No funciona si luego nos siguen a nosotros. 
Fue por el camino más largo hasta llegar a una iglesia, bajo lentamente hasta llegar a la entrada. Estacionó y miró a todos lados. Por el espejo vi como Eduardo se bajaba del otro auto. Se acercó a nosotros y le contamos nuestro plan. El asintió cada segundo. 
-No puedes ir solo. Puede pasarte algo, piensa que estamos en un lugar con más infectados.
-Te acompaño. -Dijo Jonathan y se bajó del auto-. 
Nuestro borracho favorito tomó el volante, pero Francisca lo sacó de ahí y ella se sentó de polito. Se le notaban los nervios en los ojos. Me bajé con Oswald e Ingrid a un lado del auto. Rodrigo comenzó a calmar a Damian que sollozaba. El borracho nos detuvo para decirnos algo cuando sacara la cabeza por la ventana.
-No se tarden ¿Bueno?. -Habló él y asentí. Los demás permanecieron dentro del auto-. 
Sujete fuertemente mi arma siguiendo a Eduardo al frente. Nos asomamos por la reja y notamos a unos cuantos que fueron guardias y doctores yendo sin sentidos de un lado a otro. No podía evitar imaginarlos como personas normales. 
-Tendremos que pasar desapercibidos. -Dijo Jonathan-. La reja está cerrada. Podemos entrar por este lugar, pero no podremos salir.
-Tiene un candado. Podemos romperla con mi hacha. -Dije-. 
-No. -Replico Eduardo-. Meterá mucho ruido. 
Él tenía razón. Miramos a todos lados, pero no vimos ninguna otra salida. 
-Ahí. -Apuntó Oswald-. Es el guardia. Debe de tener la llave. 
Había un cadáver atorado entre la reja. Tenía el hombro atorado con la cabeza afuera. Trataba de salir, pero de seguro no lo lograría. 
-¿Y si no? -Supuse-. 
-Hay que intentarlo. -Dijo Jonathan-. 
Mojé mis labios pensando en esa superposición y acomodé mi hacha para que no se callera. 
-Vamos. 
Fuimos en puntillas a la entrada. Había uno de ellos el cual Jonathan le enterró su cuchillo en la cien. Seguimos de puntillas hasta los arbustos. Nos acercamos para agacharnos a un lado y mirar a los cadáveres. 
-La ambulancia está del otro lado. Ustedes váyanse a la reja. Cúbranse y abran aquel lugar. -Eduardo sujetó su arma-. Los veo luego, ¿Sí? 
Asentí asustada. Tensé mi mandíbula cuando e Ingrid trago saliva. Ella tomó mi mano. 
-A moverse. -Dije-.
Solté su mano para guardar mi arma y sostuve mi hacha a aceleradas caminatas y largos pasos auto tras auto. Nos acercábamos a la reja. Vi a los demás cruzando todo el frente por las escaleras. Se escondieron detrás de una estatua para llegar más haya. Cruzaron los lados evadiendo a la mayoría sin contar a los que atacaron por la espalda. 
-Hannah. -Susurró Ingrid y me tiró del brazo-. 
Comenzamos a rodear la camioneta ya que uno venía a nosotros. No tenía su maxilar inferior y su lengua colgaba. 
Empezamos a rodear el auto agachados yendo a la dirección contraria. Él nos seguía estirando sus brazos, pero lo evadíamos moviéndolo de un lado a otro como serpientes.  
Nos escondimos detrás de otro auto casi pegado a la reja en frente del guardia. Oswald comenzó a acercarse a él sin antes cargar su arma. Se acercó lentamente hasta tomarlo por la espalda y revisar sus bolsillos traseros y delanteros. Él nos miraba y giraba su cabeza a derecha e izquierda con desesperación. 
Miré al frente y vi como Eduardo junto a Jonathan caminaban por la parte trasera de la ambulancia y de ella, sale disparado un infectado sobre Eduardo
-¡No están las malditas llaves!. -Gritó Oswald-. 
Comenzó a llamar la atención y mucho de ellos fueron a él. Ingrid y Jonathan comenzaron a disparar, Oswald se incluyó en la pelea mientras yo corrí a la reja y con mi hacha golpeé dos veces el candado y las cadenas para que se abrieran. Me giré para dispares a los demás y vi como Jonathan ayudaba a levantar del piso a Eduardo. Ambos corrieron a la ambulancia. Di media vuelta y de una patada abrí las rejas. 
-¿¡Que esperan!? ¡Corran!. -Dije y corrí a donde estaba nuestra camioneta-. 
Debíamos de escondernos así que si llegábamos a la camioneta delataríamos a todo y nuestra única salvación, así que llegar cerca pasamos de largo y seguimos corriendo. Con Oswald nos separamos e Ingrid se cayó. No la levante, al contrario. Tenía una idea. La seguí empujando hasta que se recostara en el piso evadiendo su cara de: "¿¡Que estás haciendo!?". Hice que rodara hasta pasar por el auto. Lo hice igualmente que ella y nos protegimos ahí. Vi como Oswald se detuvo refalándose en el cemento para esconderse bajo una camioneta.
Los infectaron pasaron de largo, pero sin embargo algunos se detuvieron parando frente a nosotros tratando de oler a todas direcciones. De repente, escuchamos el sonido de las sirenas muy fuerte. Considerando que estábamos lejos a cualquier cosa hubiese despertado. 
Ellos empezaron a correr al sonido. Asomé mi cabeza y casi me dio uno una patada uno que corría. Metí la cabeza de nuevo y miré a Ingrid. 
-¿Estas bien?. -Susurré y ella asintió-. 
Vi a Oswald que salía lentamente debajo de la camioneta. Corrió a nosotras para ayudarnos. Me sacó a mi primero. 
-Me duele la pierna. -Habló Ingrid-. 
Detrás de ellos apareció un infectado y por cosa de inercia metí mi hacha en medio de su cabeza. Trataba de moverse, pero no podía. Lo tiré a un lado y sujetando la empuñadura limpié la hoja en mi pantalón. 
Oswald me entregó su arma y tomó a Ingrid en brazos. Sujeté el arma mirando a todas partes hasta llegar a la camioneta. Oswald la acomodó en la camioneta que conocía Edgar. Me subí en la parte de atrás con Os y golpeé aun lado para que avanzara. La calle estaba vacía. 
Fue lento y seguro a la Avenida Argentina en donde se detuvo para ver a los infectados. Quedaban muy pocos en el camino y algunos que salían del liceo. Ya listos, Edgar comenzó a avanzar hasta al fin estacionarse. 
-Nosotros vamos al frente. Tenemos que protegerlas a ellos. -Dijo el borracho señalando a Rodrigo y a Rosa por ambos pequeños que traían en sus brazos-.
-¿Quién ira por los demás?. 
Me bajé del auto y ayudé a Rodrigo con Damian en brazos. Se acercó para dejarlo en los brazos de Edgar. 
-Yo iré. Volveré de inmediato. -Dijo Rodrigo sacudiendo su corto pelo en el aire con su mano-. 
-Ten cuidado. -Le dijo Edgar y se besaron-. 
El borracho iba al frente en todo momento. Deslizamos la reja a un lado metiendo un poco de ruido. Fuimos despaciosa hasta llegar a la entrada. Rocco comenzó a gruñir. 
-Está como la última vez -Hablé-.
-¿Cuantas niñas caían aquí?. 
-¿Cuantas cabían? Unas mil, ¿Cuantas éramos? Menos de 400. -Aseveró Francisca-. 
Un infectado se nos cruzó al llegar a la inspectoría. Comenzaron los disparos y más infectados aparecían por todas partes. Eran como hormigas. 
-¡Corran! ¡No se separen!. -Dijo el borracho-.
Pero fue inevitable. Oswald, el borracho y Rodrigo se fueron a la izquierda mientras la demás nos metimos a la biblioteca. Ayudé en cada momento a ir más rápido a Ingrid. Dos infectados me aparecieron de frente y le disparó de inmediato. 
-Gracias. -Le dije a Ingrid-. 
La dejé sentada en las cuadradas sillas negras frente a la estantería. El lugar estaba hecho un desastre. Colocamos un mueble para cubrir la entrada.  
Mire a todos lados sin ver nada de que sirviera. Subimos al segundo piso. 
-¿Ahora qué hacemos?. -Dijo Sigrid-. No hay otra salida. 
-Hay que hacer una. -manifesté tomando una silla-. 
Los tres gigantes ventanales nos daban paso al segundo piso del otro lado. Antes de lanzarla Francisca me detuvo. 
-¿Crees que va a funcionar?. 
-Están todos distraídos en la puerta de abajo. Tenemos unos segundos para correr. Solo...aléjense del vidrio. 
Ellas obedecieron y con todas mis fuerzas lancé la silla. El fuerte estruendo nos sacudió y los vidrios saltaron a todas partes. Cubrí mi cara, aunque sentí pequeñas cortadas en mi mano. Saqué pequeños vidrios de los lados y arrastramos la mesa cerca de la ventana. 
-Vamos, vamos, rápido. -Aceleraba sus pasos-. 
Llegando al puente. Nos quedamos en una esquina en donde una manada de ellos nos rodeó. Las chicas comenzaron a disparar y noté como el número de infectados bajaba. Vi a los demás corriendo por la cancha disparándole a más de ellos. Dejé a Ingrid apoyada a la baranda para disparar con las demás. 
-Esta despejado. Apuremos nos. 
Corrimos por el puente hasta llegar a la escala y bajarla para seguir corriendo hasta llegar a la cancha. Me estaba quedando atrás con Ingrid y vi como Rodrigo le disparaba a los que se nos acercaran con una mano. Agradecía su esfuerzo.
Seguían disparando hasta acabar con cada uno de ellos que tenían una bala atravesada en su cabeza. Al estar fuera de peligro, senté a Ingrid en las bancas rodeada de cadáveres. Me senté a un lado y suspiré. Rodrigo dejó a Damian con Sigrid para inspeccionar el lugar y definitivamente acabar con todos. 
-Esto si fue loco ¿no?. -Hablé. Y también fue una cosa de suerte.
El lugar estaba lleno de sangre. no podríamos limpiarlo. Juntamos los cuerpos al lado de un portón al fondo del liceo, esto me recordaba al centro comercial luego de la batalla, y el silencio que ocurrió antes y después. En todo el tiempo que gastamos haciendo eso, ni Edgar, ni Eduardo y ni Jonathan había bulto. Ya se estaba haciendo tarde. 
-¿Ahora que deberíamos de hacerles?. -Dijo Sigrid cuando nos estábamos reuniendo en los pasillos-.
-Preocupémonos después, cuando empiece a oler mal -Aseguró el borracho. 
Sentimos un golpe en una de las salas a mi derecha y de forma graciosa no pude evitar ponerme en posición de ataque. Me giré y vi un leve rayo de luz por debajo de la puerta. Miré a Oswald que sujeto su arma y se fue lentamente a delante. Lo seguimos. Tratamos de abrir la puerta, pero estaba trabada del otro lado. 
-Hazte a un lado. –Dijo Rodrigo y le obedecimos-. 
El borracho no hizo más que golpear tres veces y la puerta se abrió. Entramos rápidamente apuntando. Me hice a un lado y casi me tropiezo con unas sillas. Algunos de ellos levantaron las manos. Solo eran personas normales. 
-Por favor no disparen. -Dijo una mujer-. 
Tenía su pelo sujetado y una larga falda. Había dos grupos en esta sala. Unos 3 chicos tenían una pequeña fogata, reían y bailaban, y del otro lado, estaba un grupo de 4 personas adultas y dos niños de los cuales se veían todo lo contrario a los hippies. 
-Os...Oswald. Sobrino. -La mujer bajó lentamente las manos-. Cariño. 
Él fue a ella para abrazarla. Lo acogió en sus brazos. 
-Dios mío, ¿Qué haces aquí? Con esta gente ¿Dónde están tus padre y Norman...? 
Oswald agachó la cabeza. Ella tomó su mejilla para acariciarla mientras negaba con su cabeza. Los demás corrieron a abrazarlo. 
-Ellas es una amiga de la familia. Muy cercana. Íbamos a la misma iglesia. -Nos dijo-. 
-¿Y ellos?. -Apunté al otro grupo que parecía como si aún no notaran nuestra presencia en esa sala-. 
-Solo, nos refugiamos aquí. No tenemos contacto con esa chusma. -Dijo la mujer haciendo un gesto desagradable-. 
-¡Ah!. -Los niños se despegaron del cuerpo de Oswald-. 
Uno de ellos siguió gritando mientras otro quedó inmovilizado. Tenía su cara con sangre. Su madre comenzó a limpiarlo mientras el niño comenzó a sollozar. Oswald se quedó avergonzado al ensuciar al niño.
-Cállenlo. Aún puede haber más infectados por ahí. –Aseveró el borracho-.
-¿Que...? ¿Qué has hecho, mi niño?. –Habló la mujer-.
-Lo que debíamos. -La sonrisa de su rostro desapareció-. 
Ella salió de la sala. Separó sus brazos al reaccionar cuando vio a todos los cadáveres. Llevó su mano a su pecho para tomar su collar y balbucear. Se giró para ver a Oswald. 
-¿Haz...? ¿Has matado a todas esas personas?. -Apuntó con el dedo a los cadáveres-. 
-Los hemos hecho. Todos nosotros. -Le dije-. 
Ella arrugó los ojos. 
-Hannah. -Habló Rosa-. 
Vi como Jonathan y Rodrigo sujetaban a Eduardo. Lo sentaron en la escalera. Todas fuimos a él. 
-Eran...Eran rojos. Eran rojos. -Decía una y otra vez-. 
-¿De qué habla? –Le pregunté a Rodrigo-.
-No lo sé. 
Me acerqué y me agaché a su altura. Eduardo me evitaba la mirada.  
-¿Que eran rojo?. –Pregunté-. 
Quizás vio mucha sangre y cuerpos, o algo más traumático. 
-Una vez me dijo Henri que lo dijiste, era verdad. Tenía los ojos rojos y mucha más fuerza que ellos. No moría tan fácil como los otros. Era muy fuerte, e inteligente.
-¿Que serán?. -Dijo Sigrid-. ¿Porque son diferentes?
-¿Porque algunos son inmunes?. -Repliqué-. No lo sabremos. ¿Te hicieron algo? 
Negó con la cabeza. Lo llevaron a la sala de enfermería y Rodrigo curó algunas heridas de Eduardo o minimizarla lo que más pudiera. De ahí fui a mi antigua sala. Aun los ejercicios de matemáticas estaban en el pizarrón. Me senté en la mesa, pero antes pasé mi mano sobre ella. Aquella quedo con polvo.
El borracho entró a la sala y se sentó en las mesas. Sus ojos no estaban tan rojos como en la mañana y no tambaleaba al caminar. 
-Hola. -Le dije-. Te ves bien.
Sonrió.
-Hannah, ¿puedo hacerte una pregunta? Es una pregunta algo personal. –Corrí la mirada y asentí con la cabeza-. ¿Por qué no le disparaste a Benjamin?.
-No pude, cuando lo vi a los ojos, él...hizo lo que cualquiera hubiese hecho...-Contesté-. Y yo hice lo que ninguno hubiera hecho. 
-La primera vez que tuve que matar a un infectado, quedé igual que tú y cuando tuve que matar a alguien normal fue el peor sentimiento de todos. Solo fue un impulso de sobrevivencia, solo piensas en ti ¿No?. -Él se sentó sobre la mesa y me senté junto a él-. ¿Era primera vez que matabas a alguien con vida? 
Negué con la cabeza. 
-¿Recuerdas la vez que fui por ustedes? En Santiago. -Él asintió-. Fue cuando estaban en las celdas. Él me atacó por la espalda, y yo...solo supe reaccionar de una manera. Debí de matarlo para mantenernos vivos. Mi novio lo hacía por mí. 
Agaché la cabeza. 
-Técnicamente me salvaste la vida. -Sonreí-. El más agradecido debe ser tu admirador. 
-Es mi mejor amigo. -Soltó una risa y subí los pies a la mesa-. Algunos creen que el amor es la cosa más bonita, pero, ellos no se dan cuenta que tarde o temprano, se están matando de apoco.  -Coloqué mi mano en mi pecho-.
Él quitó la mirada de mí. Oswald entró a la sala. Se quedó apoyado en el quicio de la puerta. 
-Te he buscado por todas partes. -El borracho soltó una risa que no pudo omitir-. 
-Perdón.
Oswald sacudió su cabeza y rodeó los ojos. 
-Creo que tú sabes algún lugar en donde pueda haber muchos papeles. 
Baje los pies hasta quedar de pie. Me separé de el borracho para ir con Os. 
-Claro. -me giré-. Te veo luego. 
El borracho sonrió a un lado y sacudió la mano en el aire. Bajamos por las escaleras y fuimos a inspectoría. Con el hacha rompimos el candado de la puerta. Tiramos de ella para entrar y alguien golpeo la puerta de la sala del director. 
-Luego nos encargaremos de eso. 
Fui a la puerta negra y traté de abrirla, pero estaba cerrada con llaves. 
-Rayos...-Dije-. 
-Quizás uno de ellos tenga las llaves. -Oswald indicó a los cadáveres de afuera, pero yo me alejé de él para ir a la sala de inspectoría. Sabía que aquí tenían las duplicas de las llaves de todas las cerraduras-. 
-Como vamos a adivinar cual es entre todas estas llaves -habló Os dejando caer sus brazos a un lado. 
Formé una línea con mis labios. Tome las llaves de la vitrina. 
-Estas son. 
-¿Como...? ¿Como sabes que son esas?. -Abrió sus ojos-. 
-Llevo 11 años estudiando aquí. llevaba. Se que las llaves que tienen color y números son de las salas. La de la biblioteca no tiene nada y las demás no están aquí, así que...-Levante los hombros y los deje caer. El me hizo a un lado para dejarme pasar-. 
-Ella me quiere llevar con su familia lejos de aquí. Se ira mañana en la mañana a casa. O eso cree que será cuando llega. 
Me giré para dirigirle la mirada y arrugar entre mis cejas. 
-¿Qué harás?. -Pregunté-.
-Yo me quedare con ustedes, obvio. No podría volver a ser mi antiguo yo. -Dijo-. Seguir con mi vida solitario y aburrida que tenía antes, prefiero arriesgar mi vida día a día como hoy a que quedarme con esta nueva familia. Solo un poco de aventura. 
-¿Los extrañas?. -Hablé apretando la mano y enterrando las llaves en mi palma-…A tu familia. 
-No eran los mejores padres, no podía hacer lo que siempre se me apetecía, pero...eran mi familia, siempre se extrañan. Mucho más a sabes quién. No hay segundo que pase en el que no piense en él.
-Yo igual los extraños. Ojalá pudiese haberme despedido, de la manera correcta. No atravesando una bala en su cabeza. Nadie podrá remplazarlos. 
-Pero quizás sustituirlo por otras personas que ni siquiera te imaginas. -Sonreí y me giré para ir a la puerta negra-. 
Con la llave en las manos fui a la cerradura para abrir la puerta. Hice la puerta hacia adelante para pasar -a lo que parecía una pequeña caja de zapatos- le fui entregando algunos archivos de matrículas de las niñas. Los iba dejando en el mostrador. 
-Con eso tenemos suficiente ¿No?. 
Él asintió. Los llevamos a la cocina. Los desplomamos en una de las mesas. Las chicas estaban corriendo las mesas y Jonathan trajo un tarro gigante con palos de maderas. 
Cuando se estaba oscureciendo las chicas lo encendieron y con gusto tirábamos las hojas al tarro. El grupo de los hippies no hacían nada aparte de dormir y quejarse de su gusa. Con Ingrid fuimos a las salas con un cuchillo para cortar las cortinas, de ahí podíamos sacar unas agradables cobijas. 
-¿las tienes? -dije lanzándole la última.
-¡si! -aseveró bajo la montonera de tela. 
Volvimos a la cocina. Dejamos las cosas ahí. El borracho hizo aparecer el fuego dentro del tarro. Caminando en el lugar me detuve para doblar las cortinas pude escuchar una conversación entre Oswald y su tía. 
-Será mejor que descanses bien. Mañana nos iremos temprano así que ya empaca tus cosas. 
-En realidad...-De reojos vi como él posó toda su mirada en ella de forma un tanto hostil-. Me quedare aquí. 
Ella soltó una risa y tiro de su brazo para alejarlos un poco de la multitud, pero aun así escuchaba su conversación. 
-¿Quieres quedarte con estas chicas vulgares?. -Dijo su tía-. Si es porque quieres tener una novia sabes que tus padres siempre quisieron a mi hija como nuera. 
-Mis padres están muertos -Me incomodaba esta situación-. No me importa lo que ellos querían para mí. Este grupo me ha tratado mejor que mis padres y ustedes. Por eso me quedo. Por ellas, todas se volvieron mis amigas y salvaron mi pellejo. Es más, de lo que tu hubieras hecho por mí. 
Oswald salió de la cocina completamente enojado. Traté de seguirle el paso, pero era muy difícil. Sabia con qué remediarlo y subir su ánimo. Fui a buscar mi bolso que lo dejé en mi antigua sala. De ahí, saqué el gorro que le pertenecía a Batman, lo pegué a mi pecho arrugando mi cara. Bajé las escaleras para verlo sentado en las galerías apoyado en sus rodillas y me quedé de brazos cruzados frente a él. 
-¿Te pondrás así cada vez que nombren a tus padres?. -Dije-. 
-¿Lo has escuchado?. 
-Todo...-él inclinó la cabeza y volvió a levantarla para verme rápidamente con ojos saltones-. 
-Creo que esto te pertenece. -Extendí el gorro hacia él-. 
Lo recibió delicadamente para pasar las yemas de sus dedos sobre la caricatura. Levantó la mirada para verme. Extendió su brazo para colocarlo sobre mi cabeza. Lo acomodé mientras él sonría. 
-Se te ve mejor a ti que a mí. –Replicó y no pude evitar no sonreír-.
-Mi padre tenía uno igual. -Susurré-. Creo que ya es hora de dormir-. 
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Fui con una AK 47 de Jonathan al final del pasillo a un lado de la sala de música. Recuerdo cuando nos parábamos aquí para detallar la vista y ver a las personas pasar de un lado a otro del tamaño de unas hormigas y a los buses del porte de autos de juguetes.
Veo al borracho en el primer patio haciéndome gestos con sus manos para bajar. Colgué la gigante arma a mi espalda. Le enseñé el pulgar antes de ir por las escaleras hasta bajar los cuatro pisos. 
Me acerque a él. 
-Encontramos comida perecible en la cocina. Suficiente para un mes, yo creo. 
-Es...grandiosos -Dije tratando de contener mi felicidad-. 
-Si...-Formó una línea en sus labios. Agachó la cabeza-. 
-¿Que ocurre? -Crucé los brazos sobre mi tórax-. 
-Aun no puedo creer lo que hizo Claudia. O sea, es inhumano -Solté mis brazos-.
-Muchos somos inhumanos después de esto. Solo ve el bien propio y...caerles bien a todo el mundo. Es lo que quería, y lo consiguió.
Tiré mi brazo hacia atrás y le entrego la metralleta a él. 
-Entrégasela a Jonathan por mí, por favor. 
Empecé a retroceder. Le di la espalda para ir a la cocina. Pasé por ambas puertas que estaban afirmadas por rocas gigantes. 
-Mmm...-Dije con satisfacción-. ¿Qué es ese olor tan exquisito?. 
La madre de Francisca sonrió junto a ella. Me acerqué a la olla y vi esos riquísimos fideos blancos y a un lado la salsa roja. Eran tan comunes en mi vida cotidiana que luego de esto, debíamos de ser un milagro volver a verlos; y mucho mejor pensar que los comeríamos. 
Saqué 19 bandejas individuales y las puse sobre la mesa. Aquí solo había cucharas soperas. 
-Ayúdame con esto, Hannah. -Dijo Rosa-. 
Me acerqué para que ambas sujetáramos las ollas de cada extremo y dejarla cerca de las bandejas. Con una cuchara gigante comenzó a repartir mientras que Francisca les echaba la salsa. 
Al estar todos listos nos sentamos en las mesas. Todos estaban con una sonrisa de complacencia en sus rostros y la boca todas sucias. Sigrid se colocó un fideo sobre sus labios imitando un bigote. Se veía muy graciosa. Agustín tenía fideos hasta en su pelo, su madre le dijo: "¿Le estas compartiendo la comida a tu pelo?". Todo el mundo rio al igual que el pequeño.
Los hippies se quedaron a lavar los trastes. Eran lentos, pero lo hacían bien. Con las llaves que estaban en inspectoría abrimos la sala de las cosas de educación física. Sacamos todas las colchonetas y las dejamos en la cocina. Los demás las iban armando como camas una junto a la otra dejando en medio el tarro. Y, por último, sacamos el colchón más grande de todos. Lo arrastramos entre seis hasta el primer patio. Fue todo un lio arrastrarlo unos 30 metros, especialmente por la escalera. 
Lo tiramos en medio y nos subimos en él. Miramos el cielo y notamos lo rápido que giraba la tierra. Vimos formas en las nubes. Me puse a pensar en que siempre estamos corriendo y nunca apreciamos lo que hay al rededor. Unas de las mejores elecciones que he tocamos ha sido venir aquí, y creo que será la única.
Fuimos a la cocina. Delante del tarro comenzamos a lanzar papeles con Ingrid mientras los otros se estiraban al rededor. 
-ya nada mas de exámenes, ni gente hipócrita. -Decía al ritmo de lanzar las hojas-. Basta de definirnos en números y separarnos en categorías.
Me estiré en el piso e Ingrid se acomodó sobre mi brazo y nos cubrimos con una de las cortinas verdes.
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Estaba un poco tapada y el fuego ya se había apagado. Rocco comenzó a olfatear mi cara, lo corría hacia un lado, pero era como si me estuviese despertando. Me senté y vi a todo el mundo dormido a mi alrededor, pero aún faltaban cuatro. Rocco siguió molestándome. De repente vi como salió corriendo por el pasillo.
-Rocco. –susurré-. ¡Rocco!
Me levanté y lo seguí hasta en donde guardaban las herramientas de los aseadores al fondo del primer piso, él se quedó pegado en la parte baja de la puerta.
-¿Acaso hueles a tu comida favorita?. -Traté de abrir el candado con mi cuchillo-. 
Cuando logré abrirla un infectado se me vino encima y grité. Rocco salió disparado hacia atrás mientras yo caí y coloqué mi brazo para alejarlo. No podía alcanzar el cuchillo que cayo lejos de mí. El infectado se acercó más y no soportaba más poder detenerlo. Era tan fuerte y comenzó a darme golpe en la cara con sus manos, hice lo que pude, y el hizo lo que pudo.
 Él echó la cabeza hacia atrás y luego mordió mi brazo quitando un pedazo de mi piel. Grité de dolor, comenzó a mover su cuello como un perro al atacar a un niño, estiré más mi cuerpo hasta llegar al cuchillo. Se lo enterré en la cien una y otra vez. Lancé su cuerpo a un lado. Rocco comenzó a acercarse a mí lentamente mientras gemía de dolor. Sentía un ardor, rápidamente manche todo el piso. Por favor que esto fuera un sueño.
-No, No, No...-Repetía cada vez con la voz más apagado hasta que vino el llanto-.
Estuve un buen rato chequeando mi brazo. No podría creerlo, estaba infectada. Completamente. Rocco mantenía distancia de mí. 
Me dirigí a la enfermería mientras apretaba la herida y manchaba un poco el piso. Rocco me venía siguiendo. Abrí la puerta para entrar y sin querer la manché de sangre. Dentro me encontré a Jonathan, Eduardo, Edgar y Rodrigo con velas encendidas.
-¿Qué te...?. -Edgar no terminó la frase porque me vio-.
-No puede ser...-Dijo Eduardo corriendo a mí y elevó mi brazo-.
Edgar me quedó mirando asustado. Jonathan no cambiaba su cara mientras yo lloraba de angustia y dolor.
-¿Qué esperas?. -dijo Ed-. ¡Ayúdala!
-Acaso hay alguna forma de ayudarla?. -Dijo Rodrigo profundizando el tema-. 
-Solo detén la hemorragia. -Habló Eduardo y él corrió por sus utensilios-.
Volvió a hachar unas cosas y el dolor era insoportable. Corría mi cara cada vez que hacía algo hasta el final.
-Voy a morir, voy a morir...-Balbuceaba, pero Ed me obligaba a callar-.
-No vas a morir. -Me decía. Aun Jonathan miraba tratando de darse cuenta lo que estaba pasando-.
Me senté en el piso mientras Ed me sujetaba. Tanto como el no podíamos creerlo. No quería morir, no ahora. Edgar no dejaba de mirarme con pena mientras Rodrigo no sabía qué hacer, quizás nunca tuvo que enfrentarse a una infectado, pero en realidad no había nada que hacer.
Luego del llanto me quede pensando en cómo resolvería esto de forma rápida.
-Resolveremos esto juntos...-Dijo Eduardo como si pudiera leer mis pensamientos-.
-No tengo el valor, hazlo...-Le dije con mis manos tiritonas sin dejar de mirar mi venda-.
-No voy a dispararte. -Dijo frunciendo el ceño-.
Me quede en silencio. Llegué lejos pero quizás no debía de seguir más haya. Estoy infectada, ya no sirvo para nada. Mi idea me mató. Todo el tiempo sostuve a Rocco mientras estaba sentada mirando al frente pensando. El brazo mordido lo tenía sobre el suelo rodeado con una venda cual sangre ya traspasaba. 
-¿Quieres que llame a las chicas?. -Dijo Edgar acercándose a mí, pero negué con la cabeza-.
-Ellas no pueden saberlo. -Dije sin soltar a Rocco-.
-No crees que se darán cuenta igual. -Dijo-.
-No ahora...
Dejé a Rocco en el piso ya que la sangre ya se estaba traspasando mucho por la venda.
Ya sé lo que voy a hacer. Me levanté con las fuerzas que tenía y con Rocco a un lado. Eduardo me seguía. fui lentamente a la cocina y de ahí saqué mi mochila y un arma, revisé cuantas balas quedaban. Solo 2, eran más que suficientes. No iba a morir aquí. Mucho menos cerca de ellas. 
-Cuando ellas se enteren solo dígale la verdad, pero solo cuando ella se la pida. –Le dije a Eduardo-.
Él me abrazó y evité nuevamente el llanto. 
-Cuida a mi perro. -lo sujetó del collar-.
-Creí que te lo llevarías contigo.
-No quiero que muera junto a mí.
Agachó la mirada. Vi a los demás en el puente. 
-Fue un placer. –Me giré rápidamente sin darme vuelta. Daba largos pasos y mordía mi labio para evitar llorar-. 
Aquella idea ya estaba incrustada en mi cabeza. Sé que salía por un motivo, no porque quisiera, pero no tenía el valor de hacerlo de otro modo. Me acomodé mi gorro de Batman. 
Quizás este era el final de mi historia.
Crucé las rejas sin más para seguir el camino de la muerte recordando en las últimas palabras que me dijo Batman:
«Se fuerte...»




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