Fuera: Pájaros. Muchos pájaros. El crujir de alguna rama. El silbido del viento al rozar las hojas. Golpes, golpes sobre madera. Pisadas sobre tierra seca.
Dentro: silencio, sólo silencio, interrumpido por el crujir de unas ascuas quemándose.
Es lo único que percibe mi nuevo cuerpo. Cuánto desearía despertar en uno que fuera para mí. Sentir con mis propios sentidos y tener mis propios recuerdos. Ver el mundo con mis ojos y ser dueño de mi propia suerte.
Abro los ojos. Estoy en un colchón tirado al suelo. Veo un mechón cobrizo que resbala sobre mi cuello. Madera en las paredes, madera en el suelo. Al fondo una chimenea, donde las ascuas avivan el fuego.
A la derecha una estantería cubre toda la pared. Llena de botes de todos los tamaños y colores. A su lado muchas hojas, desordenadas.
En el centro, un caldero con una pala grande para remover.
Es todo lo que alcanzo a ver.
Levanto mi mano derecha. Observo uñas largas, sucias por la tierra. Mi mano izquierda luce una pulsera hecha de cuerda y alguna piedra.
Me incorporo. Noto la madera caliente debajo de mis pies descalzos. Un gato está dormido sobre mi regazo. De un salto se despierta y va para la puerta.
Voy tras él y quedo perpleja. Estoy en una cabaña en mitad de un bosque. Los rayos del sol se pelean por atravesar los árboles. Comienzo a andar. Las ramas del suelo se rompen con mis pisadas. Algunas astillas se clavan en mis pies descalzos. Oigo agua procedente de algún río. Me acerco hacia él. Mi garganta está seca. La orilla refleja unos ojos verdes intensos. Piel pálida. Pelo largo, rojo como el fuego. Su rostro denota juventud.
Me lavo la cara. El agua helada consigue despertar del todo mis sentidos.
- Maia! Maia! Estás aquí! Por fin te encuentro! - se oye una voz que viene corriendo
- Qué sucede? - pregunto intrigada
- Es Ferrán. Estaba talando y se ha cortado con el hacha! Hay sangre por todos lados. Deprisa! - dice un chico bastante joven.
"¿Y para qué viene a buscarme? ¿Qué se supone que debo hacer yo?"
Vamos corriendo hacia el lugar donde me he despertado. Tirado en el suelo hay un hombre de unos 40 años, con el brazo cubierto por una tela y retorciéndose de dolor.
- Vamos curandera de los mil demonios! Haz algo rápido! No puedo más con este dolor! Chico acércame la botella!
El tal chico le da una botella de vino o similar. Se la bebe en dos tragos.
Gracias a mis anteriores vidas he aprendido las nociones básicas de primeros auxilios. Con decisión me acerco al hombre, le agarro el brazo y le quito el trapo. Se había hecho un corte bastante sucio, afectando a tejido subyacente. Necesito agua. Aquí no hay grifo, ni agua potable. ¿En qué siglo estoy? Miro a mi alrededor y consigo ver un cubo al lado del caldero.
- Chico puedes traerme agua? - le pregunto acercándole el cubo.
El chico se levanta, coge el cubo y va hacia el río.
- Oye curandera. No te han dicho nunca lo hermosa que eres? Quizás te hayas tomado uno de tus brebajes verdad? - su aliento a alcohol me revuelve las tripas.
- Guarda las fuerzas para cuando te cure la herida - le digo mientras voy buscando algo con lo que curar.
"Aquí estás" Cojo varios trapos limpios y veo al lado una cajita de madera. Dentro hay utensilios de curas y sutura
- Aquí tienes Maia. Crees que quedará bien? - pregunta el chico mientras me acerca el cubo de agua.
- Haré todo lo posible.
Procedo a curar la herida y suturarla. Una vez acabado la vendo con el trapo más largo y se la ato al cuello.
- Debes tener el brazo a la altura del corazón. Vigila los dedos que estén de este color. Si cambian vienes corriendo. Mañana vuelve que te revise la herida.
- Gracias. Es verdad lo que dicen que sanaste a un ciego?
- Puras habladurías. A la gente le gusta chismorrear - intento salir airosa
Acto seguido se levanta y salen de la casa.
Limpio todo el suelo de sangre y agua sucia. Voy hacia la estantería y observo los botes. En ellos hay pegadas etiquetas: Mandrágora, Cúrcuma, Valeriana... entre otras. Las hojas que hay sueltas tratan sobre plantas y sus características.
Me siento un momento para pensar:
"A ver Maia. Eres una curandera. Tienes una estantería llena de botes con plantas medicinales. Doy por hecho que no existen ni vacunas ni antibióticos. No hay electricidad. Ni agua potable. Estoy muy atrás en el tiempo".
Estoy sumida en estos pensamientos cuando de repente se abre la puerta.
"Necesito una cerradura ya"
- Maia, despeja la cama. Ha llegado el gran día! - comenta una mujer nerviosa y vuelve hacia la puerta - venga Ane, despacio.
"El gran día para qué? Maia tú no te aburres verdad?"
Entra la mujer de antes agarrando del brazo a una chica joven, de unos 15 años. Apenas puede andar. Sus brazos rodean un vientre muy pronunciado. Su rostro denota felicidad y pánico.
La ayudo a tumbarse en la cama.
"Ésto nunca lo he hecho. No debe ser muy difícil. Paren todos los animales sin ayuda" - me digo a mí misma intentando darme ánimos.
Las contracciones vienen muy seguidas. Parece que el pequeñín o pequeñina tiene prisa por salir.
- Habéis pensado un nombre? - le pregunto mientras introduzco mi mano en su vagina.
- Si es niño Aitor, como su padre, y si es niña...
- Ane respira hondo - la interrumpo- A la de tres empuja, que ya mismo lo tenemos aquí.
1, 2, 3!!!
Y Ane empuja con todas sus fuerzas. Noto una cabecita diminuta en mi mano. Una vida luchando por salir, por abrirse camino hacia este mundo.
- Una vez más. 1, 2, 3!!!
Y un llanto inunda la habitación. Llanto del bebé y llanto de la madre.
- Aquí la tienes! Tan valiente como su madre - le coloco el bebé en sus brazos.
- Hola pequeñina. Te llamarás Maia, como tu tía.
Y es en estos instantes cuando no tan sólo echo de menos el tener un cuerpo, sino también el tener una familia.