- Suelta mi muñeca! Es mía!
Lo primero que oigo es una voz de una niña de unos 7 u 8 años.
- Venga Mariama deja la muñeca a tu hermana, es más pequeña y la suya la ha perdido - dice una voz grave masculina. Bonita y a la vez áspera.
- No! Es mía! Suéltala! Mamaaaaaa!
La voz llorosa de esa niña se acerca hacia donde yo estoy.
- Mamá, Siara quiere romper mi muñeca y papá no se la quita - dice entre sollozos.
Con dificultad consigo abrir los ojos. Una niña de piel oscura agarra mi brazo incitando a levantarme.
- Venga mamá, levántate, levanta, levanta! - grita agitándome.
Catapum!
Caigo al suelo. Quedo boca arriba mirando al techo. Oigo risas y pisadas. El hombre de la voz bonita viene a mi lado.
- Fátima! Estás bien?
Su rostro está frente al mío. Me miran unos ojos grandes y oscuros, casi tan oscuros como su piel. Se acerca y ayuda a levantarme.
- Sí, sí, estoy bien. Estaba muy dormida - consigo decir. Por fin empiezo a mover mis brazos y piernas.
- Cariño me has asustado. Deja que compruebe que no te has hecho nada - dice con semblante serio.
- No ha sido nada, de verdad - contesto ruborizada.
- Ten cuidado, puedes hacerle daño al bebé.
"Al bebé? No me fastidies!"
Miro hacia abajo y no consigo ver mis pies. Acerco temblorosamente una mano a mi abultado vientre. De repente: pom! Aparece un bultito. Pom! Otro.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
"Esta misión cuenta por dos ¿no?"
Unas risas me sustraen de mis pensamientos.
Las niñas ahora juegan alegres. Ambas se parecen mucho. Rasgos africanos. Pelo fosco y rizado. Ojos grandes y marrones. En sus brazos hay una muñeca de trapo, sucia y desvastada. La abrazan como si fuera su más preciado tesoro. Ellas sonríen, su cuerpo desnudo muestra magulladuras y picaduras por todo su torso.
Miro a mi alrededor. No hay nada. Tan sólo una cama y mantas tiradas por el suelo. También hay un cubo con agua marrón lleno de moscas revoloteando.
El techo es de paja y las paredes de caña, al igual que la puerta. Un mendrugo de pan rueda por el suelo.
Justo en este momento asoma alguien por la puerta.
- Naím, Ousman está esperándote.
- Voy enseguida.
Me mira duditativo.
- ¿Estás preparada?
- Sí, por supuesto - me atrevo a decir sin saber para qué.
Naím levanta el colchón y coge algo envuelto en papel. Lo aprieta contra su pecho, mira a sus niñas, que están dibujando en la tierra, me mira a mí, coge aire y sale de la choza.
Oigo frases sueltas.
"Es todo cuanto tenemos. Mi primo os dará el resto cuando lleguemos a Rabat"
"¿Cuántos vamos?"
"Hay que aprovechar el temporal"
Me siento en la cama abrazada a mi nueva barriga cuando entra Naím mostrando un semblante entre preocupado y esperanzado.
- Prepárate. Salimos esta tarde para Marruecos.