Las calles de Rabat están llenas de transeúntes. Mercaderes que van y vienen con sus mercancías. Llegamos a la Medina, donde se respira la auténtica vida rabatí. Dentro está la judería y el zoco donde se puede encontrar de todo, especialmente artesanía. Nos dirigimos hacia un puesto de cuero. El olor de la piel hace que el pequeño Naím de más pataditas.
Sale el comerciante a atendernos.
- Hola Abdul. Familia - nos saluda con una inclinación de cabeza - Viaje bien?
Le devolvemos el saludo, desconfiados.
- Naím éste es Mohamed, quién nos facilitará la salida hacia España.
- Has traído resto de dinero? - pregunta el traficante a Abdul sin hacer caso a Naím.
- Sí, traigo todo. El precio para los dos adultos y las niñas. Quedamos en que mañana saldrían verdad?
- Sí. Mañana estará todo listo - le dice mientras le entrega una bolsa con algo dentro. Abdul la coge, disimuladamente introduce un sobre dentro y se la entrega.
- Buen viaje familia. Nos vemos mañana.
- Hasta entonces.
Salimos de la Medina y nos dirigimos hacia uno de los barrios más emblemáticos: La Kasbah des Oudaias. Paseamos por sus calles, la mayoría encaladas. Me llaman la atención las casas, de poca altura, todas pintadas de azul. Es uno de los barrios más bonitos de Rabat.
- Es aquí - dice Abdul frente a una casa azul y blanca. Introduce una llave y abre la puerta.
Su casa es bonita, sencilla pero bonita. Baja las escaleras una mujer con rasgos africanos. Un niño está pegado a sus faldas.
- Alika éste es mi primo Naím y su mujer Fátima - nos presenta Abdul.
- Encantados. Gracias por alojarnos.
- Pasad, venid a cenar. La comida ya está servida. Estaréis hambrientos - dice Alika invitándonos a pasar.
Entramos a una sala muy bien decorada al estilo mozárabe. Con cojines y arcos en las puertas.
En la mesa hay platos de cuscús con verduras y, cómo no, el típico shawarma con carne de cordero.
Las niñas asombradas al ver tanta comida se sientan rápidamente a comer. Aún no han terminado sus platos cuando se quedan dormidas encima de la mesa. Las pasamos a unos colchones que hay tirados en el suelo.
- Habrá sido un día muy duro para ellas - me comenta Alika. Y tú cómo estás? - pregunta mirando mi barriga.
- Cansada y fatigada. Siento como si me faltara el aire.
- Es normal, es la opresión que ejerce el bebé. No tardará mucho en venir - dice mientras me toca la barriga - Salgamos afuera, te sentará bien.
Salimos de su casa calle abajo. Al lado está la playa. Caminamos hacia la orilla. Siento cómo la arena fina y cálida me hace cosquillas en los dedos. Hay luna llena. El mar está en calma.
- Alika, gracias por ayudarnos.
- Nosotros cuando vinimos aquí a Marruecos también necesitamos ayuda para empezar. Tenemos que apoyarnos entre nosotros. Me tienes que prometer una cosa - me mira fijamente.
- Lo que quieras
- Pase lo que pase mañana, sé fuerte y haz todo lo posible por sacar a tu familia adelante. No sólo es cruzar la frontera, sino una vez allí hacerte un hueco. Muchos se creen que navegan hacia el paraíso. No olvides que eres una inmigrante sin papeles. Va a ser duro. Mañana es sólo el comienzo de un largo viaje.
Nos agarramos la mano mientras dejamos que la brisa del mar nos acaricie la piel. Tres almas: Fátima, el bebé y yo, y un océano por delante.
"Debido a la gran oleada de inmigración hacia España e Italia, los marroquíes han aprovechado para traficar y hacer negocio. Se encargan de recibir a los inmigrantes y por un precio que va desde 1000-3000 euros por persona les habilita un pasaje para una embarcación: patera o lancha en el mejor de los casos. Muchos de ellos pasan años recluidos en el interior del bosque o la montaña en chabolas, sin más comida que la que les facilitan de manera escueta los traficantes, esperando el día para poder salir a la mar u obtener un visado con el cual entrar a España.
La policía marroquí, a sabiendas de dicho tráfico de inmigrantes, ha reforzado las patrullas y la vigilancia en el país. No obstante aún son numerosas las pateras que cada año llegan a Europa, muchas de ellas quedándose en el camino"