Para sortear los guardacostas salimos antes del alba desde una pequeña y disimulada cala, oculta tras la vegetación.
Conforme nos vamos acercando veo un grupo de hombres en la orilla. Algunos de ellos rezando según su religión. Sus rostros denotan miedo, igual que debe reflejarse en el mío.
- Fátima!
Me giro sorprendida al oír mi nombre.
- Lamin! Tú también vas a... - no puedo terminar la frase.
- Sí. También vamos para España. Necesitamos un lugar donde nos respeten - dice mientras mira a su chico - Hace buen temporal. Esperemos que el mar sea compasivo con nosotros.
Nos quedamos inmóviles mirando el mar. El mar donde los niños juegan, hacen sus castillos de arena y aprenden a nadar. El mar donde los ricos navegan con sus yates y donde lujosos cruceros viajan con derroche. Y, al frente, dos míseras pateras de apenas 6 metros y medio podridas con un mismo destino: una vida mejor.
Vemos a Mohamed que trae al último grupo de inmigrantes que viajarán con nosotros. En total somos 37 en una patera y 35 en la otra.
Antes de partir nos hacen desposarnos de todas nuestras pertenencias, inclusive los móviles, para evitar identificarnos y ser captados por los radares marroquíes o de la guarda costera española. Mariama esconde su muñeca tras la espalda.
Hacemos un agujero y enterramos todo en la arena.
Naím me ayuda a subir a mí primero y luego a las niñas, cuyo rostro muestra incomprensión. Nos sentamos en uno de los lados de la patera. Enfrente nuestra está Laim y su pareja. El resto la conforman chicos jóvenes y hombres adultos, seguramente buscando establecerse para traer luego a sus familias.
Nadie, excepto yo por mis otras vidas, sabe navegar y pocos nadar. Los traficantes instalan el motor en las pateras y nos empujan hacia nuestro destino.
Nos adentramos en un océano en calma. La luna llena ilumina nuestros rostros. La patera surca con facilidad las primeras olas. Los chicos más jóvenes se van turnando para dirigir el motor.
De repente noto cómo mis pies empiezan a mojarse de agua. Una madera se ha quebrado en uno de los costados del fondo. El agua empieza a entrar poco a poco. La gente entra en pánico lo que provoca que quiebre más.
Me levanto y alzo la voz:
¡MANTENED LA CALMA O TERMINAREMOS TODOS BAJO EL AGUA! HAY QUE TAPAR ESA GRIETA. ALGUNA PRENDA DE PLÁSTICO NOS SERVIRÁ.
Un joven apresurado se quita su impermeable y lo coloca tapando la grieta. Parece que funciona. Suspiramos aliviados.
Proseguimos la travesía en calma durante unos kilómetros más. Está amaneciendo. El sol muestra sus rayos tímidamente iluminando nuestra pequeña patera en medio de un océano inmenso.
A lo lejos divisamos una barca.
- ¡Guardacostas! - grita alguien.
El silencio se apodera de nosotros. Paramos el motor de la patera para no llamar la atención. Si somos capturados nos deportarán. Todos nuestros sueños e ilusiones quedarán aquí, en este trozo de madera carcomida en medio de la nada.
- Mamá, qué son guardacostas?
- Shhh, calla cariño. Es una especie de juego, debemos permanecer calladitos - Mariama parece quedarse conforme.
Pasan unos minutos los cuales navegamos a la deriva. Empieza a hacer viento el cual provoca un ligero oleaje.
Permanecemos callados. Mirándonos unos a otros. Lamin y su chico están abrazados con los ojos cerrados. Como si así nadie pudiera verlos. Naím coge mi mano y la aprieta contra sí. Las niñas nos miran sin comprender nada.
De repente el silencio es cortado:
- ¡No son guardacostas! ¡Es un barco de pescadores!
Volvemos a respirar. Ponemos en marcha la lancha y proseguimos. Vamos contra marea, lo que provoca que la patera de saltos cada vez más grandes. Empezamos a asustarnos. La orilla no debe estar muy lejos. Sujeto a las niñas con fuerza. Mariama abraza a su muñeca. Algunos comienzan a rezar a su Dios. Ahí está, puedo ver las olas romper a lo lejos. Sí! Unos metros más y lo habremos conseguido!
De repente el motor se para. Volvemos a intentar arrancarlo una y otra vez en vano. Nada. Se oyen sollozos y maldiciones. El oleaje es cada vez más bravo y la marea nos está alejando de la costa. Una de las olas desprende otro trozo de madera de la grieta. El agua empieza a entrar a borbotones. No nos da tiempo a reaccionar. La patera se parte en dos y caemos al agua. Las olas dificultan poder encontrar a las niñas.
- Mariama!!! Siara!!! - grito una y otra vez mientras lucho por permanecer en la superficie.
De repente las veo agarradas a un trozo de madera sujetas por Naím. Nado hacia ellos con mucha dificultad. Las olas me vuelcan una y otra vez. Ahora no consigo verlos. Los gritos ahora son silencio. No veo a nadie.
" Fátima, tengo que salvarte"
Diviso una boya no muy lejos. Aprovecho el impulso de una ola y llego hasta ella. Me quedo amarrada esperando que ceda el oleaje. Miro una vez más hacia atrás sin ver más que olas hambrientas.
El barco de pescadores que antes habíamos visto pasa a mí lado. Les hago señas y paran para rescatarme.
Una vez arriba miro ansiosa por todos lados, buscando a mis niñas. Pero no veo a nadie, sólo estoy yo.
Es en este momento cuando desaparezco. Mientras me elevo puedo ver una muñeca mecida al vaivén de las olas y, junto a ella, tres cuerpos sin vida amarrados a un trozo de madera, cogidos de la mano y con una esperanza perdida.