Pasaban las noches y sir Joseph no regresaba.
Durante este periodo, Anne no volvió a buscar a su amante. Y el arquitecto, impaciente, trató de distraerse y de concentrarse en su trabajo. Juntó toda la información que poseía hasta el momento y revisó sus teorías. Como disponía de mucho tiempo libre, empezó a relacionarse con más gente del pueblo, tratando de sacarles información sobre la mansión Morris y sobre su nueva amada. Las personas le decían que lady Anne era la menos indicada para revelarle sus misterios, porque no llevaba mucho tiempo allí. También le comentaron que nadie sabía el lugar de donde provenía ni cómo conoció a su marido, pero sospechaban que la fue en alguna posada del camino entre sus largos viajes por los países del continente. Los más chismosos decían que, si ese fuera el caso, ya que aún continuaba viajando y tenía propiedades en todas partes, tal vez tendría otra mujer en algún lado. La intriga fue sembrada en el espíritu curioso del hombre y este resolvió que cuando tuviera más información se la comunicaría inmediatamente a Anne, no sin antes devolverle el favor a sus vecinos sembrándoles sus propias dudas. Así pasaba sus días, hablando con los las personas y exponiendo sus argumentos científicos sobre las características de la casa y aún de la ligera sospecha de que su propietario ocultaba algo siniestro sobre su historia familiar.
—He visto cosas extrañas en la gran mansión y creo que es necesario increpar con algunas preguntas a su dueño —les decía.
—No se atreva a meterse con la memoria de nuestros honorables fundadores, que ellos no le han hecho nada a usted —le respondían los ciudadanos más apasionados.
—Lo que pasa es que usted no cree en nada, mi señor, y por eso duda de todo —le reclamó un vecino—. No puede ver que fue Dios quien nos levantó el castigo que había sobre nuestras simientes a través de nuestro buen vecino sir Joseph Morris.
—Yo no niego "sus milagros" —contestaba Guillermo con tono despectivo— ni su historia, ese no es mi objetivo. Pero no pueden pasar por alto que hay demasiados misterios alrededor de la familia Morris.
Con el tiempo, las sutiles dudas del forastero fueron instando a los más escépticos a acercarse a él para compartir sus inquietudes como, por ejemplo: por qué sir Joseph no envejecía; o por qué no salía casi nunca de su morada; o por qué desapareció siendo un bebé y luego reapareció de adulto, como contaba la historia oficial; sobre la falta de socialización que tuvo durante años y de cómo la gente que trabajó en su casa nunca volvió a ser la misma o no escucharon más de ellos. Guillermo recogió toda la información a su alcance y de a poco fue armando el perfil de un nuevo contrincante, en su mente vagaba la tentación de asociar a este personaje a las leyendas de los pueblos europeos sobre los “Vrolok”, los “Upir” o incluso los “Vurdalak”. Mientras tanto, Anne siempre aparecía en sus pensamientos como una damisela que debía ser rescatada. Se creía enamorado, realmente estaba fascinado.
Unas semanas después del encuentro entre Anne y Guillermo, sir Joseph retornó a Pionners, lamentaba tanto no haber estado para la fiesta de su hijo, que mandó a preparar otra de inmediato, esta vez una exclusiva para su familia vampírica. No atendió a nadie ni se ocupó de otro tema que no fuera la fiesta. Tenía grandes planes y sorpresas preparadas para la ocasión. Hasta esa noche ni siquiera tuvo tiempo para su hijo, curioso ya que se suponía que volvió para festejar su cumpleaños.
No fue hasta esa precisa jornada en que se dio cuenta de que la niñera que él conocía en intimidad ya no estaba en la casa. Supuso que Anne habría actuado contra ella y se sintió complacido por los celos que provocaba en su mujer porque le pareció que aquel era el acto más sublime de sometimiento hacia él; la amante no tenía ninguna importancia para él. Si tenía dudas de que Anne aún estuviese aferrada a su antigua voluntad, este acto le confirmaba su total sujeción y defendía su lugar con uñas y dientes. Pero aún más, le demostraba una crueldad que la asemejaba más a sí mismo. Estaba extasiado.
Con ánimo de provocarla, la abordó:
—Has contratado a una nueva niñera, ¿qué tenía de malo la anterior?
—Pagó por sus pecados —respondió ella altanera; quería herirlo y para eso debía jugar a su mismo nivel—. ¿Cómo es eso que dices tú? Ah sí, "salió de viaje y ya no volverá".
Él respondió con una estruendosa carcajada, luego agregó:
—¡Debo felicitarte, ahora eres la única mujer en mi vida! —le dijo con sarcasmo y trató de acariciarla, ella se apartó.
Anne se decepcionó con su reacción tan despreocupada, pero aún tenía más secretos que develar.
—Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de ti —le soltó mientras se sentaba en el enorme sillón de él, tras el escritorio de su oficina—, no eres el único hombre que me ha poseído.