Los disparos no cesaban. Yo me sentía aterrada. Lo único que podía hacer era quedarme en la cama, de cuclillas y protegiendo mis oídos con las manos. En el fondo me sentía culpable por la muerte de esas personas. No sabía cómo había terminado en esa situación. O quizás sí.
Hace un mes atrás, cuando desperté en el hospital, a la primera persona que vi fue a ese extraño hombre. No recordaba lo que me había pasado en los últimos dos días y, por más que no lo registraba, sentía una corazonada: Ya lo había visto antes. Él solo me miraba, sentado en una silla, sin decir ninguna palabra.
El médico que se encargaba de mi caso ingresó y me dijo:
- Me alegra verte despierta. ¿Cómo te sientes?
- Adolorida – Le respondí – ¿Qué sucedió, doctor?
- Sufriste un accidente de tránsito – Me respondió el médico – Te golpeaste la cabeza con el parabrisas del auto y sufriste fracturas en las costillas y pierna derecha.
- No recuerdo nada de lo que pasó, doctor – Me sinceré – Me siento perdida y desorientada.
- Es normal. Descansa. Enseguida vendrá la enfermera a controlar el suero.
Cuando el médico se fue, miré a mi acompañante. Él sólo se quedó en un rincón, en silencio. Al final, me armé de valor y le pregunté quién era, por qué me acompañaba y qué pasó realmente en esos dos últimos días.
- Soy su guardaespaldas – Me respondió – Fui contratado por un cliente para proteger a una de sus más valiosas empleadas. Todo eso ocurrió antes del accidente.
- ¿Empleada? – Pregunté - ¿Te refieres a mí? ¿A qué me dedicaba?
La única respuesta que recibí fue una sonrisa.
Sabía que era inútil insistir, por lo que decidí tomarme un descanso. De todas formas ese hombre no parecía tener malas intenciones conmigo. Si quería matarme, ya lo hubiera hecho. Cerré los ojos e intenté recordar qué fue exactamente lo que me sucedió.
Solo me vinieron vagas imágenes sueltas de una oficina moderna. Quizás un edificio corporativo. Y un sobre sin remitente que me entregaba un señor sin rostro, de traje. Luego recordé un largo pasillo oscuro. Pero no estaba sola. Alguien me acompañaba. ¿Pero quién era?
Y mientras indagaba en mis recuerdos, se acercó la enfermera a controlar el suero.
- Enfermera – Le llamé - ¿En qué hospital estamos?
Cuando la enfermera me respondió, casi lancé un grito. Definitivamente el cliente debía ser un multimillonario para enviarme al centro de salud más caro del país. Y no solo eso. La enfermera me dijo que todos los gastos de mi rehabilitación fueron canceladas, por lo que no tendría que preocuparme al respecto.
- Dígame, enfermera. ¿Quién es la persona que pagó por mi tratamiento? – Le pregunté.
La enfermera no respondió. Solo miró de reojo al guardaespaldas, quien siguió sin emitir ninguna palabra.
- Lo importante es que te recuperes, querida – Me dijo la enfermera, con tono conciliador – Debiste pasar por mucho. Pero aquí estarás a salvo. Si necesitas algo, puedes llamarme. Contamos con personal las veinticuatro horas del día.
Cuando la enfermera se fue, volví a mirar al guardaespaldas y le dije:
- No me dirás nada. ¿Cierto? ¿Ni siquiera sobre ti?
El hombre siguió sin decirme nada por un largo tiempo. Luego, antes de que me pusiera a dormir, escuché que decía:
- Cuando te cures de la amnesia, preferirás haberte quedado así por el resto de tu vida.