Durante la madrugada, desperté y vi que el guardaespaldas hablaba con el médico, dándome la espalda. Quizás sea por el dolor, la medicación o la ensoñación, pero apenas entendía lo que decían. Solo alcancé a escuchar algunas frases sueltas: “Ella escondió el sobre”; “No recuerda nada de la OCN”; “Su cuerpo se volvió inmune a la droga”; “Haz que todo parezca un accidente”.
Aun así, esas palabras se quedaron grabadas en mi cerebro y me revelaron otros recuerdos de lo acontecido de esos dos días de mi vida en blanco. Ahora no solo recordaba la oficina, sino también a una secretaria, quien al verme me indicó un asiento para esperar al jefe. Después recordé un viaje en una limosina negra, junto a un hombre desconocido. De nuevo no podía recordar su rostro. Solo sé que me decía:
- Bienvenida a la OCN. Tómalo como un agasajo.
Después, volví a recordar el pasillo. De nuevo iba acompañada, pero con otro hombre. Estábamos conversando y él me decía:
- Debes tener cuidado. Si la OCN te descubre, irán por tu cabeza.
“¡La OCN! ¿Qué es la OCN? ¿Y qué contenía ese sobre? ¿Y quiénes son esas personas que me acompañaban?” Me pregunté, intentando esforzar a mi mente a que lo recordara. Pero las palabras del guardaespaldas me causaron miedo. ¿Acaso me metí en algo tan peligroso, que deseaba mi eterna amnesia? ¿Qué es lo que no quiere que recuerde?
Intenté dormir. Era lo único que podía hacer en esos momentos. Así que decidí que, por la mañana, después de mi control, volvería a preguntarle al guardaespaldas acerca de lo que conversó con el doctor.
Cuando le comenté sobre mis recuerdos, él me dijo:
- Ya veo.
Y siguió en silencio. Ni se inmutó cuando comencé a preguntarle sobre el sobre y la OCN.
En los días que permanecí en el hospital, me percaté de que no había recibido visita alguna. La verdad no era como si tuviese muchos amigos. A pesar de eso, sentía que me habían aislado del mundo por completo. Y también comencé a recordar más cosas. Todo seguía siendo confuso, como un rompecabezas de mil piezas que debía armar con paciencia. Y como el guardaespaldas no respondía a mis preguntas, decidí descubrir la verdad por mí misma.
Comencé a recibir la visita del fisioterapeuta. Me revisaba la pierna herida y determinaba los ejercicios de movilidad a las cuales me sometería para recuperar mi autonomía. También recibí la visita de un psiquiatra, quien trataba mi cabeza y analizaba mi pérdida de memoria. La verdad no tenía problemas en recordar mi nombre, edad, fecha de nacimiento y nacionalidad. También podía hacer cálculos matemáticos sencillos y recordaba los acontecimientos históricos con normalidad. Pero cuando llegaba la hora de hablar sobre esos dos días en blanco, ahí se me mezclaban los recuerdos y no lograba conectar las escenas de forma coherente. Al final me sugirió que no intentara esforzarme e hiciera pausas, porque mi caso era normal y que eso no afectaría a mi vida diaria.
Era cierto. Podía perfectamente vivir sin recordar. Pero sentía curiosidad por saber, al menos, la identidad de mi guardaespaldas.
Y fue cuando comenzaron a regresar los recuerdos que ocurrieron hechos extraños durante mi rehabilitación.