Luego de que mi guardaespaldas regresara de su nuevo asesinato, me senté al borde de la cama y volví a preguntarle su nombre.
- ¿Aún no lo recuerdas? – Me dijo.
- Me vinieron nuevos recuerdos – Me sinceré – Fui contratada por Ricardo, el cual me confió un sobre. Luego me infiltré a la OCN y charlé con su líder, quien me llevó en su limosina. Después recordé un pasillo y una conversación que tuve con Miguel. ¿Ese eres tú? ¿Tú eres Miguel?
- Sí. Soy yo.
- ¿Y cuál era mi verdadera función en el trabajo?
Miguel, el guardaespaldas, solo sonrió. Luego se acercó, me miró fijamente y me dijo:
- ¿De verdad quieres saberlo?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La mirada de Miguel era fría. Mis instintos me advirtieron de que tuviese cuidado con mis palabras, por lo que no respondí a su pregunta y solo atiné a agachar la cabeza, diciendo:
- Estoy cansada. Necesito darme una ducha.
- Llamaré a la enfermera – Me dijo, saliendo del cuarto.
Cuando se fue, me levanté de la cama y me dirigí hacia la ventana. Estaba en un piso alto, quizás el primer o segundo piso del hospital. Estaba anocheciendo, por lo que algunos edificios comenzaron a iluminarse poco a poco. Bajé la mirada hacia la calle y me fijé en un hombre que observaba hacia mi dirección. Automáticamente retrocedí y perdí contacto visual. Mi mente comenzó a hacer clic y, esta vez, el dolor de cabeza aumentó tanto que se me nubló la visión.
Cuando me recuperé, el médico estaba tomándome el pulso y me dijo:
- Has sufrido un shock emocional. El psiquiatra pronto estará aquí. ¿Pudiste recordar algo más?
- No – Mentí. Miguel estaba ahí cerca y, por alguna razón que todavía no entendía, sentí que no debía decir la verdad - ¿Me volví a romper algo?
- Por suerte no – Dijo el médico – Tu amigo y la enfermera llegaron a tiempo y pudieron sostenerte antes de que te estrellaras al suelo. Por ahora toma mucha agua. Necesitas hidratarte para una mejor recuperación.
Después de la sesión con el psiquiatra, fingí quedarme dormida. Miguel, poco a poco, cerró los ojos y comenzó a cabecear en su asiento. La verdad siempre lo veía sentado ahí. Ni siquiera se acostaba en la cama del acompañante. Pero no había tiempo para esos detalles. Debía proceder a descubrir la verdad cuanto antes.
Era casi medianoche cuando Miguel comenzó a roncar. Me levanté de la cama, tomé mis muletas y salí de mi cuarto, en silencio. Lastimosamente el suero y las muletas impedían que me moviera con más libertad, pero no tenía opción. Aún faltaba mucho para comenzar a prescindir de esos objetos.
Las luces estaban apagadas. No vi a nadie en el pasillo. Me sentí como el personaje de una película de terror. Solo faltaba que apareciese algún hombre enmascarado con un cuchillo bañado en sangre a perforarlo en mi corazón.
Pero en vez del “enmascarado”, aparecieron dos enfermeros cuchicheando entre sí. Me escondí por detrás de una pared y escuché parte de la conversación:
- La morgue está repleta de cadáveres. ¡Ese sujeto está loco!
- No tenemos otra opción. Nos pagó una gran suma de dinero por mantener el secreto.
- Espero que esa joven esté bien.
- Descuida. Ha perdido la cabeza. No podrá hacer nada al respecto mientras siga sometida a ese hombre.
Por suerte no me vieron. Cuando desaparecieron de mi vista, salí del escondite y procedí a caminar hasta la morgue.
Y mientras caminaba, la palabra “morgue” me trajo otros recuerdos relacionados a esos dos días en blanco. Después de la conversación en el pasillo, recordé que ingresamos a un gran salón, lleno de cadáveres a punto de ser sometidos a la autopsia. Recordé que me acerqué a uno de ellos y le pregunté a Miguel:
- ¿Este es el hombre que buscábamos?
- Así es – Respondió Miguel – En su interior se encuentra el diamante robado de nuestra compañía.
- ¿Y todas estas personas han muerto a manos de la OCN?
- Exactamente. Nadie tiene acceso a él, pero gracias a ti pudimos ingresar. Te ganaste la confianza del jefe. Eres buena en esto.
- Bien. Me pondré manos a la obra – Me dije, colocándome unos guantes – No soy de cortar cadáveres, por cierto. ¿Me darías una mano?
- Prefiero no entrometerme. ¿No te da escalofríos el rebanar carne humana?
Me reí y proseguí con mi labor, hasta que conseguí sacar el diamante.
Hasta ahí llegaron mis recuerdos. Quizás si llegaba a la morgue, podría recordar algo más.