Por la estructura del hospital, deduje que la morgue se situaría en el subsuelo. Lo ideal era usar el ascensor, pero podría correr el riesgo de encontrarme con el médico o cualquiera de las enfermeras que me atendió en los últimos días. Pero no tenía opción. Aún no podía moverme con facilidad con mi pierna herida.
Por suerte no me encontré con nadie. Así que tomé el ascensor y descendí al subsuelo.
Tal como lo había previsto, la morgue se situaba ahí. La puerta misma me era familiar, tanto que me dije en voz alta:
- ¡Yo ya estuve aquí antes!
Pero no pude continuar, porque sentí que alguien me abordaba por atrás y me tapaba el rostro con un trapo bañado en cloroformo. Poco a poco sentí que cerraba los ojos y perdía el conocimiento.
Cuando desperté, me encontré en el asiento trasero de un auto en movimiento. Me moví lentamente y vi, por el retrovisor, al hombre que me capturó. Llevaba el rostro descubierto por lo que supe que no era mi guardaespaldas. Él, al verme despierta, comentó:
- Nunca cambias. ¿Verdad? A pesar de tu estado, igual deseas saber la verdad.
- ¿Quién eres? – Le pregunté - ¿Adónde me llevas? Me urge ir al hospital.
- ¿No me reconoces? ¡Soy Miguel, tu guardaespaldas!
- ¡No me mientas! ¡Miguel estaba cuidándome en el hospital!
- ¡Ese era un farsante! ¡Modificaron tu mente para que no recordaras nada! Pero descuida, ya te encontré y ahora estás a salvo.
- ¡Esto es tan confuso! Ya no sé en quién confiar.
Me recosté en el asiento del auto. Noté que me sacó mi suero. Aun así ya no lo necesitaba del todo. En los últimos días podía comer y tomar agua con normalidad. Levanté un poco la cabeza para observar el exterior. Estaba amaneciendo y apenas se veían algunos autos perdidos de personas noctámbulas o madrugadoras. Respiré aliviada. Todavía seguíamos en la misma ciudad donde vivo y trabajo.
A lo largo del trayecto, le conté todo lo sucedido en el hospital. La amnesia, lo que me dijo mi acompañante, la actitud misteriosa del médico y las enfermeras, las personas asesinadas por mi guardaespaldas, la conversación de los enfermeros y los recuerdos que comenzaron a emerger en mi mente. Lo que sabía era que me habían empleado en una corporación para recuperar un diamante, el cual se encontraba en el interior del cuerpo de un hombre. Me habían dado un sobre, quizás con indicaciones o fotografías del objetivo. Después me infiltré a la mansión del líder de la OCN, el cual me dio la bienvenida a su Organización. No recordaba cómo me había presentado para ganarme su confianza. Después recordé la conversación del pasillo y el salón de los cadáveres, donde nos acorralaron. El conductor me escuchó atentamente. Cuando finalicé mi relato, me dijo:
- Te llevaré a un hospital. El lugar donde estabas era un montaje. Nunca saliste de ese edificio cuando sucedió “aquello”.
- Por favor, quiero saberlo todo. No soporto tanto misterio.
- Eres detective. ¿No? Averígualo por ti misma.
Y tal como lo había dicho, me llevó a un hospital. Abrió la puerta, me alzó en brazos y llamó a unos paramédicos, los cuales trajeron una camilla enseguida.
- Esta mujer necesita atención médica urgente. La secuestraron y la drogaron con algo extraño. Me encargaré de los papeleos correspondientes, pero por favor, les pido que mantengan la máxima discreción.
Mientras me trasladaban a emergencias, comencé a cuestionar todo lo acontecido durante mi rehabilitación. ¿Acaso no estaba realmente en ese hospital de alto costo? ¿Y qué era todo ese equipamiento de última tecnología que poseían? ¿Acaso se tomarían tantas molestias en un montaje? Y después de pensarlo mucho, me percaté de que, durante todo ese tiempo, no había visto a ningún otro paciente aparte de mí. Pero como estaba tan concentrada en mi recuperación física y mental, no me fijé en esos detalles. Y cuando recorrí el pasillo, las luces estaban apagadas y, aparte de los enfermeros, no vi a nadie más. Ni siquiera a persona alguna que cuida de un familiar enfermo. Y me pregunté cómo no me había percatado de eso antes.