Entre ellos estaba el falso Miguel, quien me mostró una sonrisa retorcida.
- ¡Vaya! ¡Mira quien llegó! ¡Ya se estaban tardando, muchachos!
Miré a Ricardo y Miguel, quienes también me apuntaban con sus armas.
- ¿Pero cómo…?
- ¿Sorprendida? – Me preguntó Ricardo – Al principio temí que recuperaras la memoria por completo. Así se arruinaría nuestro brillante plan. Pero me alegra ver que eso no pasó.
- ¿Acaso no eres Ricardo? ¿Eres el jefe de la OCN? – Le pregunté.
- En realidad yo soy el jefe – Me respondió el falso Miguel – Me hice pasar por tu guardaespaldas, quien es la primera persona a quien maté cuando comenzaste a recuperar tus recuerdos.
Lo recordaba. Era un hombre alto y con lentes de sol. De las personas asesinadas, fue el que más insistía en verme. Mi “guardaespaldas” le disparó varias veces. Me equivoqué. Era el jefe de la OCN. Tan sádico y demente como para encargarse él mismo de vigilarme.
Y fue ahí, en ese acorralamiento, donde recordé los rostros de esas personas.
El falso Ricardo era completamente diferente al verdadero Ricardo, mi jefe, quien era hombre maduro. Y el falso guardaespaldas sí era el jefe, con quien charlé en su limosina. Lo que no cuadraba era Miguel. Él estaba exactamente ahí, apuntándome con el arma, cuando su misión era protegerme.
- Soy un doble agente – Me respondió Miguel, mostrando una extraña expresión de frívola amabilidad – Es cierto que Ricardo me contrató para protegerte, pero el jefe de la OCN me pagó el triple para atraerte a este lugar.
- El plan era que nos revelaras dónde escondiste la fórmula, para así completar la droga y poder comercializarla en el mercado negro – Dijo el falso Ricardo
- Pero como no nos quisiste revelar nada, te inyectamos la droga experimental. No te mató, pero te generó dolores tan intensos que no podías moverte – Dijo el jefe – Lastimosamente también afectó a tu cerebro. Y con el golpe que te dimos, sufriste de amnesia.
- ¡Ahora lo recuerdo todo! – Dije, asombrada – Me inyectaron con algo extraño. Me ardía el cuerpo, tanto que pedí que me mataran. Pero no lo hicieron, con tal de que les revelara la localización del sobre. Y tú – Dije, mirando a Miguel con odio – No parabas de reírte como maníaco. Lo que no entiendo es por qué mataron a esas personas durante mi “rehabilitación”.
- Porque me apetecía – Respondió el jefe – Eran mendigos a los cuales llamaba y les pedía que se dirigieran a tu habitación para darles dinero. Entiéndeme, necesitaba contenedores para trasladar mis drogas. Pero bueno, me sirvió para atormentarte. Ahora basta de charlas y dinos dónde escondiste el sobre.
Suspiré. No me quedaba opción. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y les dije:
- Me lo he llevado conmigo todo este tiempo. Esperen y lo saco.
Pero lo que saqué de ahí fue mi anillo, el cual poseía un botón que, al presionarlo, denotaría una bomba que destruiría el lugar.
Y así fue. El techo del edificio se derrumbó con todos ahí adentro. Por suerte yo me salvé porque me colé entre los desesperados agentes de la OCN, que corrían por sus vidas. Fui directo a un conducto del aire, recuperé el cristal que logré esconder ahí antes de que me capturaran y comencé a arrastrarme por él hasta salir de ahí.
Al fin logré cumplir con mi misión. Soy libre.