Vivir sin ti

Dylan

 Once años después...

 

 

 

—Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho...

Un suave golpe en la puerta interrumpe el conteo de ejercicios abdominales. Me imagino quién podrá ser debido a la hora.

—Adelante. —Logro decir entre jadeos. Mi madre abre asomando el rostro apenas. Sonríe al verme e imito su gesto.

—Ya está el desayuno, hijo. Por favor, avisa a los chicos. —Pide.

—Sí, mamá —digo. Me acerco depositando un beso en su mejilla—. Buenos días, por cierto.

—Buenos días, mi amor. —Lleva su mano a mi cabello revolviéndolo aún más—. Bajen rápido, eh, que el desayuno se enfría. —Finaliza apuntando un delgado dedo hacia mí para luego pellizcar con suavidad mi nariz.

—Esta bien —articulo enfurruñado por su acción.

Cierra, alejándose por el pasillo. Tomo la camiseta del pequeño escritorio de estudio en la esquina de la habitación y me la coloco. Salgo del cuarto hacia donde se encuentran los de mis hermanos quienes de seguro estarán aún dormidos.

Sus habitaciones están dispuestas  una frente a la otra por lo cual toco primero a mi derecha y luego a la izquierda seguido de las siguientes palabras:

—¡El desayuno se enfría!

Me aseguro de tocar lo suficientemente fuerte para que se levanten, pero al no recibir respuesta alguna repito la misma acción unas dos veces más consiguiendo así mi objetivo.

—¡Sí, sí, ya vamos. Jo...! —Gritan ambos. Río por lo bajo.

Luego de unos segundos, en los que sigo escuchando sus maldiciones matutinas, me dirijo a la cocina, que está en la planta baja, donde mi madre y el señor Carter, ya están engullendo sus respectivos alimentos.

—Buenos días, señor Rafael —musito.

El hombre, cuya mirada seria fija en mí, no dice nada. Sé lo que espera. Desde pequeño me dejó claro que no le gustaba que lo llamase por su nombre de pila. Para él yo era su hijo y, por consiguiente, él esperaba que yo lo considerase como un padre, pero vaya que a pesar de los años aún se me hacia extraño llamarlo así.

No sé por cuánto tiempo nos quedamos mirando pero ya llegado un punto siempre logra intimidarme; como ahora.

—Buenos días, papá —digo, claudicando.

Su expresión cambia trayendo consigo una sonrisa. Extiende sus brazos invitándome a abrazarlo, lo cual hago.

—Siéntate, anda. Que se hace tarde para la escuela. 

Acato su mandato y me siento a devorar el suculento desayuno que me han preparado. Unos segundos después bajan mis revoltosos hermanos a desayunar.

 

 

 

—Como odio usar estas cosas —vocifera, Ethan, mientras trata de acomodarse la corbata del uniforme—, ¡las odio! —exclama soltando un gruñido. 

Suelto una carcajada al tiempo que nos acercamos hacia nuestros amigos que nos esperan en la entrada del salón asignado al último curso.

—Deja de quejarte. Pareces una nena. 

Mi hermano me lanza una mirada fulminante. Reprimo otra carcajada y lo dejo estar. 

—¿Qué tal? ¿Todo bien? —Saludo a los chicos.

—Genial —responde James—. Aunque ahora lo dudo.

Con un movimiento de cabeza me indica que mire a un lado, lo cual hago.

Ella camina despacio, sus manos entrelazadas. Sonríe escuchando lo que él le dice y asiente de cuando en cuando. Sé que no debería mirarla; que está prácticamente prohibido, vetado incluso. Pero existen ocasiones como éstas donde su sonrisa me hipnotiza. Sencillamente no puedo dejar de verla. Mi lado masoquista sale a flote y no atiende a razones lógicas.

—Eh, campeón. Para ya o te meterás en problemas. —Ethan sacude ligeramente mi hombro para que le preste atención. Niego con la cabeza. Con todo el tiempo transcurrido no he logrado superarla del todo. Su sola presencia me atrae, me envuelve en esa cálida ola de sensaciones que en su momento disfruté y deseé que nunca acabase, y eso no es bueno, nada bueno.

—Entremos. —Sugiere Matthew—. El ambiente empieza a ser tóxico.

Dirige una ultima mirada despectiva hacia la pareja que pasa a nuestro lado sin prestar atención a nada más que a ellos mismos. Con pesar sacudo la cabeza y camino hacia nuestros lugares designados pensando en ella y en cómo mi mente no logra comprender qué fue lo que sucedió para que su actitud cambiara de esa forma. Cuándo empezó a gustarle ese imbécil egocéntrico y echó al traste años de sincera amistad. Cuándo le empezó a importar las apariencias y olvido todo lo que juntos pasamos. Cuándo. 

 

 

 

El comedor se encuentra a tope. Caminamos esquivando a otros estudiantes que buscan desesperados una mesa libre. El equipo de fútbol del instituto dispone de unas dos mesas sólo para ellos y que tanto mis amigos, hermanos y yo usamos por ser parte del mismo. 

Al llegar a nuestros asientos diviso a cierta pelinegra colgada del brazo del capitán del equipo. Los ignoro y me concentro en degustar mi almuerzo tranquilamente.




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