Vivirás en mi memoria

Capítulo 1

Martha necesitaba salir corriendo de aquella casa que le provocaba tanto sufrimiento, un lugar en el que ella guardaba los momentos que más atesoraba, pero también los que más le dolían. Necesitaba respirar y ahí no parecía haber aire.

Tomó las llaves de su auto, su cartera café de marca pirateada que le había vendido su prima y sintiendo su pecho comprimido y sus ojos ardorosos por las lágrimas, se dirigió hacia el abismo de aquella carretera sin final.

No le importaba si chocaba de repente con otro auto, con un árbol o caía en algún precipicio, hasta parecía querer que eso pasara.

La vida se había vuelto vacía, oscura y sin sentido para ella.

No tenía a nadie, nada, solo aquel auto bacheado y esa cartera que se notaba a simple vista, que no era Gucci por ningún lado.

Cerró sus ojos y soltó el volante, quizá así dejaba de sentir, pero cuando escuchó el chirrido del auto de la carretera contrarias y su auto serpenteó en la carretera, abrió los ojos nuevamente, tomó el volante con sus manos temblorosas, respiro entrecortado y pasó saliva…

Eso había estado cerca.

— ¿Será posible que ni eso puedo hacer bien?. — se riñó, dando un golpe al volante.

Había perdido su empleo días atrás, pero a su lado, siempre había estado su abuela dándole las fuerzas que ella necesitaba, se había casado y hace dos años se dió cuenta de que no era una relación estable en su vida y había pedido el divorcio, su abuela, la única persona que había estado con ella en las buenas y en las peores, la había dejado hace unos minutos atrás. Por más que le pidió que abriera los ojos, era inútil, ella se había ido a cuidarla desde el cielo.

Siguió conduciendo sin ningún rumbo, sin conocer el camino y sin importarle adónde aquella carretera recta la llevará.

Solo quería alejarse de los recuerdos.

Estaba por cumplir 40 años, sus estudios habían quedado incompletos, jamás había tenido hijos y dudaba hacerlo, pues si edad era muy avanzada para ello y su cuerpo era cada vez más débil, entonces por primera vez en dos años, volvía a sentirse sola.

Encendió la radio del auto, escuchó su música favorita y soltó un suspiro a medias, miró por la ventana y se dió cuenta de que el cielo se había oscurecido, las nubes negras lo habían sellado y como si aquello reflejara su interior, una lágrima bajó por su su mejilla al mismo tiempo que las primeras gotas de lluvia de aquel invierno.

— Deberé detenerme en el hotel más cercano… o al menos en alguna posada. — habló consigo misma, desabrochando el cinturón de seguridad, tomando su teléfono del compartimento bajo el asiento y salió del auto luego de parquearse frente a una posada un poco descuidada.

Llevaba tanto dolor en su pecho y tantas memorias con su abuela, en la cabeza, que no sintió cuando chocó con el pecho firme de alguien al cruzar por la puerta.

— ¡Fíjese!— gruñó la castaña de ojos claros.

Frente a ella estaba un hombre alto, su cabello era oscuro, su tez era pálida y sus ojos aunque estaban un poco apagados y sin brillo, gozaban de un bonito color azul claro.

Su nombre era Richard, solo así, no le gustaba que le preguntaran su apellido, no hablaba mucho con las personas y casi siempre prefería mantenerse lejos del mundo exterior, viajando solo en su auto.

Sus miradas se cruzaron, fue un momento único para ambos, pues sin saberlo, se habían conectado casi de inmediato.

Pero luego de unos segundos, la magia se acabó y él simplemente decidió ignorar el quejido de la castaña, pasando por su lado, sin detenerse a decir siquiera un "Lo siento".

Ella no se había fijado, era su culpa, o por lo menos era como él lo pensaba.

Martha se acercó al mostrador de madera que se encontraba al fondo del pasillo, saco de su bolso el poco dinero que llevaba para subsistir y pago una habitación. El señor de barba blanca y apariencia asiática le hizo entrega de su juego de llaves y de esta forma, Martha subió por unas pequeñas escaleras de madera, que en cada paso que daba, rechinaban horrible, pero al final, diez gradas después y su espalda tensa de aquel espantoso ruido, llegó a su habitación, observó la diminuta cama de metal (al menos no era también de madera) con un colchón delgado y frío, y suspiró.

Algo a nada, al menos no aguantaría la fría noche lluviosa en su auto.

Dejó su bolso en la mesita de...— ¡Vaya sorpresa! De madera! — que estaba a su cama, y se recostó.

Estaba agotada, había conducido toda el día, no sabía dónde estaba y tampoco le interesaba, y aunque no estaba tan cómoda, no se podía quejar.

Cerró los ojos, miró hacia el techo con tristeza y pensó en su abuela.

Y recordando su calidad sonrisa, se quedó dormida.

 




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