Vivirás en mi memoria

Capítulo 2

El fuerte ruido del motor de un auto, a lo lejos, le hizo dar un sobresalto que la botó de la cama.

Eso había dolido.

Talló sus ojos con el dorso de su mano y se levantó de prisa para observar por la ventana que su auto estuviera bien. Para su sorpresa, su auto no estaba bien, de hecho… 

No estaba.

— ¡Maldición!— maldijo por lo bajo y salió de la habitación, corriendo como un rayo hasta el diminuto parqueo de la posada, en donde claro, de su auto solo quedaba el humo y las huellas de las llantas en el suelo arenoso.

— ¡No puede ser posible!.

— De hecho si puede. — una voz socarrona le hizo dar media vuelta, encontrando de nuevo al dueño de los ojos azules que la habían hipnotizado la noche anterior.

Miró hacia ambos lados con su ceño fruncido, esperando ver a alguien más, para no hacerse a la idea de que a quien le hablaba, era a ella.

¿O acaso se estaba burlando de su desgracia?.

Mas al notar que no había nadie, cruzó sus brazos y pronunció aún más su ceño.

— ¿Le parece gracioso?.

— En lo absoluto. — respondió sin voltear a verla, guardando en el baúl de su coche unas maletas de viaje y otras tantas cosas —. Pero es lo normal. — continuó —. Más en esta área del país, en especial cuando deja las llaves de su auto adentro y no activa la alarma.

¿Qué podía decir? Él tenía razón, había sido descuidada.

Sin embargo…

— ¡Usted estaba aquí! ¡Usted lo vio y no hizo nada!

Richard se sorprendió, ya que no podía creer que aquella mujer le estuviera reclamando tal cosa.

Había sido su descuido.

— ¡¿Cómo pretendía que supiera que ese no era su auto?!

Trató de sonar tranquilo, pero la paciencia nunca había sido su virtud más renombrada.

Martha sabía que él tenía razón, pero necesitaba desquitar su molestia con alguien y nunca había sido buena para aceptar sus errores, o para quedarse callada, así que continuó.

— ¿Cómo saber que usted no es su cómplice y venderá mi auto a los coyotes?.

Richard aguantó una sonrisa.

— ¿Esa chatarra?. Sí yo fuera usted, le agradecería al cielo que alguien fuera capaz de robarlo.

Bueno, sí. No era un auto modelo pero, al menos la sacaba de apuros. O eso era lo que pensaba Martha.

— ¡Ja! ¡¿Ha visto su auto acaso?! 

— pues sale en corroza a la par del suyo.

Eso sólo la alteró más. Sin embargo, se estaba quedando sin ideas para refutar, y el tintineo de su reloj interno le hacía mella en el corazón, de solo imaginar que había perdido una de las únicas dos cosas que le quedaban y ni siquiera tenía idea de dónde estaba.

Su suerte no podía ser peor.

Aún así, pensó en una solución para salir de aquel lugar, corrió a su habitación, dejando a Richard como el vencedor de aquella disputa, tomo su cartera, su teléfono, una manzana medio podrida que le habían dado como obsequio por su elección de estadía en aquel sitio y justo cuando el auto de Richard estaba por salir del parqueo, ella se colocó enfrente.

— ¡¿Esta demente?!

Richard en verdad estaba furioso, aunque en el fondo los arrebatos de aquella mujer le daban risa y a su vez curiosidad.

Martha negó y se acercó despacio, tratando de disimular el temblor en sus piernas y en todo su cuerpo por la adrenalina.

— Le pagaré si me lleva al siguiente pueblo… 

— No acepto acompañantes. — se negó el hombre de negro cabello —. Yo siempre viajo solo.

— Y-Yo también… pero debo llegar al siguiente pueblo, está muy lejos para mí.

Richard sabía que ella no dejaría de insistir, tenía el rostro de una mujer perseverante, fuerte y decidida.

Le recordaba a ella. A la mujer que había perdido en un accidente automovilístico años atrás.

¿La ayudaba? ¿La ignoraba? ¿Por qué le importaba? Fácil era arrancar, rodearla y continuar su camino, sin embargo, no pudo negarse.

— Bien, suba. — rodó los ojos y abrió la puerta del copiloto. — pero será hasta el siguiente pueblo.

Martha aceptó.

Pero lo cierto es que ella no tenía ningún plan, y ni idea si el siguiente pueblo era de aliens, zombies o otra criatura extraña, pero al menos ya no estaba varada en el mismo lugar.

Se sentía libre.




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