El tiempo se pasó volando, un día simplemente había llegado, para quedarse…
Y eso aplicaba para todo.
Martha había llegado a la vida de Richar para quedarse, Richard había llegado a la vida de la castaña para remover todo el dolor de su corazón.
6 meses llevaban en aquel pueblo, su amistad había crecido como palomitas de maíz y junto a ella, un intenso amor que ninguno se molestaba en ocultar.
Tenían su propia rutina.
En ocasiones iban a la playa a ver el atardecer, al regresar a la casita que alquilaban, miraban televisión, abrazado y arropados en el sofá, comiendo uno que otro bocadillo, preparaban juntos la cena. Casi siempre eran espaguetis, era el plato preferido de Richard...o por lo menos era el único que podía preparar, pero eso a Martha no le importaba en lo absoluto.
Verlo feliz era lo que más le importaba.
Terminando de cenar, como el gran equipo que eran, recogían la mesa, lavaban los platos, los secaban y regresaban a escuchar música en la sala, a bailar pegaditos, sintiendo como sus corazones se compenetraban en un solo latido, a veces el momento se volvía más romántico y terminaban uniendo sus labios hasta que la respiración les faltara.
Se habían casado unos días atrás. Muy rápido para dos personas que se habían encontrado por casualidad en una posada una noche de lluvia, pero el tiempo justo para dos personas que se habían enamorado perdidamente del otro y habían curado sus heridas juntos.
Un día frío de invierno, Richard salió como usualmente lo hacía cada mañana a su trabajo en un taller. Le dejó una nota sobre la almohada a Martha diciéndole lo mucho que la amaba, pues eso no podía faltar. Ella le envió un mensaje a su teléfono diciéndole que ella también lo amaba, bajó a la cocina y se preparó el desayuno, aunque de unos días para acá se había comenzado a sentir indispuesta en las mañanas.
Cómo era usual en su diario vivir, después de desayunar, esperó un rato, lavó sus dientes, se metió en la ducha y se dió un baño rápido, salió, secó su cuerpo y se vistió con ropa calientita, estaba haciendo mucho frío.
Miró la sortija en su dedo y sonrío, miró el brillo en sus ojos por el espejo y se sintió feliz.
Su abuela no la había dejado sola después de todo, la había llevado a los brazos de un ángel, y era afortunada.
Tomó el teléfono y le habló a su prima, hablaron por un rato, su prima le contó lo bonito que había quedado decorada la tumba de su abuela y de lo bien que le estaba yendo en el negocio de las carteras, ella sonrió y miro sobre la mesa su cartera pirateada que aún conservaba, luego de un par de anécdotas más, cortaron la llamada y Martha ordenó un poco la casa.
Al pasar por la cocina pensó en lo bonito que sería hacer un pastel para celebrar sus seis meses de haberse conocido con Richard, junto sus manos al frente, colocó un poco de música motivacional y puso manos a la obra.
Quería agradarlo y agradecerle por librarla de tanta tristeza.
Mezcló ingredientes, picó la fruta que agregaría, preparó merengue para la torta.
45 minutos después estaba lista, sacó la torta del horno, preparó la velada y se puso su vestido más bonito.
Un vestido blanco, como el que su esposo le había sugerido hace muchos meses.
Su felicidad era basta, su sonrisa era imborrable, o eso creía, pues todo eso acabó cuando una llamada entró en su móvil.
Por primera vez en mucho tiempo sintió su corazón hacerse chiquito, su estómago revuelto y una fuerte sensación de frío y vacío recorrer su cuerpo.
¿Por qué?
No se atrevía a contestar aquella llamada.
Sin embargo, tomando un poco de valor, presionó el botón verde y llevó el teléfono a su oído.
— H-Hola…
— Señora Griffin.
Ella asintió.
Griffin era el apellido casada.
Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea y sin poder contenerlo, sus lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas y su corazón se partió en dos cuando aquella noticia le fue dada.
— su esposo tuvo un paro cardíaco… está muerto.