Las estrellas acompañaban a Vladimir en su primera noche fuera de casa. Con tan solo una mochila cargada de ropa y una fogata, el joven permaneció en la montaña para comenzar una nueva vida lejos de sus padres, no quería que aquellos seres malignos los asesinaran por una causa que no les correspondía.
«Vaya vida la que tengo, soy muy creyente de mi fe católica, pero mi verdadero padre es un terrible demonio», elevó su mirada al cielo y susurró —¡Qué irónica es la vida! —sonreía de nervios, pues era consciente de que al saber su verdadera identidad, muchas cosas malas pasarían.
Vladimir dejó la fogata encendida para calentarse durante el resto de la noche. Aunque pensaba en su vida y en cómo hubiese sido de haber crecido como lo que realmente era, el joven pudo dormir como si no tuviera preocupación alguna.
A la mañana siguiente, una campesina estaba en el lugar observando a Vladimir mientras dormía. El joven de algún modo, sintió que alguien lo acompañaba y rápidamente despertó.
—¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? —preguntó asustado ante la extraña sonrisa de la anciana.
—Este es mi territorio. Tú eres el invasor, aquí quien debe hacer las preguntas soy yo. —comentó la mujer. Luego de repararlo, preguntó —¿Acaso eres Vladimir?
Vladimir frunció el ceño y con recelo preguntó —¿Cómo lo supo?
La mujer contestó riendo —tranquilo, te conozco. Te veo con frecuencia en la plaza junto a tu padre, Ivannovich. —se sentó en la roca cerca de Vladimir —mi nombre es Helenka. Soy la vieja loca del pueblo, o eso dicen muchos.
—Con que la vieja loca del pueblo, ¿Por qué dicen eso de usted?
A lo que Helenka contestó —porque dije que soy la bruja de las montañas. Cosa que es cierto, pero nadie me cree.
Vladimir no sabía qué decir, la veía y pensaba que en realidad estaba loca, no por lo de ser bruja, sino por decirlo descaradamente en el pueblo arriesgándose a ser ejecutada por los cazadores. De repente, la mujer dejó de reír y le dijo:
—Cuídate Vladimir, ellos vienen detrás de ti.
—¿A qué se refiere con eso? —preguntó el joven algo extrañado.
—Sé que tú eres el hijo de Darok y Alarea. Cuídate, porque ellos vienen detrás de tí. —respondió la anciana —los cazadores y tu hermano.
—No tengo un maldito hermano, vieja loca. ¿De qué habla?
—No trates de ocultarme tu identidad. Desde que eras niño supe que eres ese demonio al que Darok quiere de regreso en el bajo mundo, pero no puedes volver. —comentó Helenka —no tienes hermanos en este plano terrenal, pero sí en tu lugar de origen y uno de ellos quiere asesinarte.
—¡Bien! —exclamó Vladimir y recogió sus cosas —Con razón en el pueblo creen que usted está loca.
Vladimir caminó velozmente alejándose de Helenka, mientras que ella, a su vez, lo observaba con cautela. —Regresarás por ayuda y aquí te estaré esperando, Soragor.
Cuando la mujer pronunció su verdadero nombre, Vladimir sintió que algo dentro de él comenzaba a cambiar. El primer síntoma fue un fuerte dolor de espalda que el chico trataba de aliviar con baños de agua tibia.
Al caer la noche, el joven demonio llegó a un pequeño pueblo a varios kilómetros hacia el norte. Estaba cansado, por lo que pidió posada en casa de una bella joven que llevaba por nombre Ekaterina. Una mujer delgada de cabellera larga y de color cobrizo, ojos azules y labios delgados.
—¿No eres algún fugitivo? —cuestionó la mujer.
Vladimir la miró fijamente a los ojos diciendo —de lo único que estoy escapando es de la falta de libertad. Solo pido pasar la noche en su casa si no es mucha molestia. Juro no perturbar su tranquilidad, solo deseo descansar un poco para continuar con mi viaje.
—Confiaré en ti, pero te advierto que mi padre es un hombre muy temido en estas tierras, si algo me pasa te encontrará y te liquidará como a una cucaracha.
—Doy fe de que nada malo pasará, señorita. Le doy mi palabra —pronunció Vladimir levantando su mano derecha. —mañana apenas cante el gallo, usted no sabrá de mí.
Ekaterina abrió la puerta y le permitió pasar. Desconfiada, la mujer tomó una daga de mango dorado y la mantuvo oculta bajo sus vestiduras todo el tiempo en caso de un posible ataque por parte de Vladimir. —¿Puedo saber su nombre? —cuestionó.
El joven se quitó la capa que lo protegía del frío y la espesa niebla de la noche, miró a la mujer y respondió —Mi nombre es Vladimir, para servirle. —sonrió —Dígame usted; hermosa dama, si soy digno de conocer su nombre.
—Ekaterina.
Vladimir sonrió nuevamente —es un placer, señorita, y agradezco infinitamente que me permita pasar la noche en su morada. Hace mucho frío, es imposible ver el camino debido a la espesa niebla y la amenaza de lluvia.
—No hay mucho espacio aquí, pero puede acomodarse en donde más le parezca.
—Un gallinero me parece bien, no quiero perturbarla con mi presencia. Comprendo que para usted soy un extraño vagabundo y que dude de mis intenciones. —comentó Vladimir —si no es mucha molestia, dormiré con las gallinas.
—¿Seguro?
—¡Absolutamente!