Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 6

El galope de los caballos resonaba en el aire frío de la mañana mientras Ekaterina e Igor avanzaban por el camino de tierra hacia la base de La Patrulla Dorada. El cielo, cubierto por nubes grises, parecía presagiar una tormenta inminente. Ekaterina, con la mirada fija en el horizonte, apenas prestaba atención a los árboles desnudos y los campos helados que pasaban a su lado. Su mente estaba atrapada en el pasado.

Recordaba con claridad la calidez del hogar que una vez tuvo, las noches en las que su madre le cantaba suavemente para que durmiera, el aroma del pan recién horneado y el calor de la chimenea en los inviernos crueles. Pero también recordaba el miedo. El terror absoluto en los ojos de su madre cuando las sombras se deslizaron bajo la puerta aquella fatídica noche.

Tenía solo seis años cuando ocurrió. Su padre estaba fuera, cumpliendo con sus deberes como miembro de la patrulla, dejando a su madre y a ella solas. Los gritos aún resonaban en su memoria, el sonido de la madera crujiendo bajo el peso de lo que fuera que entró a su casa. Ekaterina se escondió debajo de la mesa, aferrándose a una pequeña cruz de madera que su madre le había dado. No vio exactamente qué sucedió, pero el alarido desgarrador de su madre fue suficiente para grabar la escena en su mente para siempre. Cuando los patrulleros llegaron, la encontraron llorando, cubierta de sangre ajena, con la mirada vacía.

—Ekaterina. —La voz firme de Igor la sacó de sus pensamientos.

Ella parpadeó y giró la cabeza hacia su padre, quien la observaba con seriedad.

—¿Realmente quieres hacer esto? —preguntó él sin apartar la vista de ella.

A lo que Ekaterina, luego de respirar profundo, respondió:

——Tú sabes la respuesta, padre. No hay nada más que desee en este mundo que destruir a esas criaturas. Quiero salvar vidas, hacer algo por ayudar a quien lo necesite, proteger a los niños…

Igor la estudió por un momento, su expresión era difícil de descifrar. Como su padre, estaba orgulloso de su valentía, pero como hombre que había pasado décadas luchando contra lo sobrenatural, sabía lo que ese camino le costaría.

—No es un camino fácil —advirtió—. Ni honorable. Nos llamamos cazadores, pero a veces no somos mejores que las bestias que exterminamos y en ocasiones, hija mía, somos nosotros los cazados.

Ekaterina endureció su mirada.

—No me importa. Si tengo que convertirme en una cazadora despiadada para vengar a mi madre, lo haré.

Igor suspiró y desvió la mirada hacia el horizonte. La base de la patrulla se vislumbraba en la distancia. No había vuelta atrás.

—Entonces que así sea —dijo finalmente—. Pero recuerda esto, hija: la venganza es un arma de doble filo. Que no termine devorándote a ti también.

Ekaterina no respondió. Solo miró hacia adelante, con el corazón ardiendo de determinación.

La base de la patrulla se veía imponente, sus muros grises reinaban entre el vasto paisaje y enormes banderas negras con un sol dorado en el centro ondeaban con el viento frío del norte. La estructura, construida con gruesas piedras traídas de las montañas, se erguía como un baluarte indestructible contra las amenazas que acechaban la región. Guardias fuertemente armados patrullaban las murallas con lanzas y ballestas, sus armaduras negras reflejaban la tenue luz del sol invernal, otorgándoles una apariencia aún más imponente.

Ekaterina sintió un escalofrío recorrer su espalda al cruzar la gran entrada de hierro forjado. Aquel lugar no era solo una fortaleza, era un santuario para cazadores, donde se forjaban guerreros y donde los débiles no tenían cabida. Al pasar por el portón, los sonidos metálicos de las armas chocando entre sí y los gritos de entrenamiento resonaban en el aire. Jóvenes reclutas, algunos apenas mayores que ella, practicaban combate cuerpo a cuerpo bajo la estricta supervisión de instructores veteranos, mientras que otros afilaban espadas o recitaban plegarias de protección.

gor desmontó de su caballo y le hizo un gesto a su hija para que lo siguiera.

—Aquí es donde comienzas, Ekaterina. Pero recuerda… una vez que cruces esa puerta como aprendiz, ya no podrás volver atrás.

Ella bajó del caballo con decisión, sintiendo el peso de la cruz de su madre colgando de su cuello.

—Nunca tuve intención de retroceder.

Igor esbozó una sonrisa fugaz, mezcla de orgullo y preocupación, y la condujo hacia su cuartel.

—Padre, ¿sabes qué entidad asesinó a mi madre aquella noche? —cuestionó Ekaterina mientras su padre se servía una copa de vino.

Igor se detuvo un momento antes de llevar la copa a sus labios. Su mirada se oscureció con el peso de los recuerdos. Aquel fatídico día seguía grabado en su mente como una herida que jamás cicatrizó. Dejó la copa sobre la mesa con un leve tintineo y suspiró profundamente antes de responder.

—No hay certezas absolutas —dijo con voz grave—, pero algunos testigos vieron sombras moverse en la niebla aquella noche. Uno de nuestros exploradores encontró marcas de garras en los muros de la casa y rastros de azufre en el aire.

Ekaterina apretó los puños sobre la mesa, su mandíbula se tensó.

—¿Un demonio?

Igor asintió lentamente.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 27.05.2025

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