Al llegar al alto mundo, Vladimir sintió el peso de las miradas sobre él. Algunos habitantes del lugar susurraban entre ellos, mientras otros simplemente se apartaban a su paso. No era bienvenido allí, y lo sabía.
Alarea, sin embargo, se mantenía firme, avanzando con la gracia y autoridad de una diosa. No permitió que nada ni nadie la distrajera hasta llegar a su morada, un templo majestuoso construido con columnas de luz pura y paredes de un material translúcido que reflejaba los colores del cielo.
Una vez dentro, la diosa se volvió hacia su hijo y señaló una puerta ornamentada con símbolos dorados.
—Aseáte y cambia tus vestiduras. No puedes estar aquí con ese aspecto.
Vladimir bajó la mirada y asintió sin protestar. Se adentró en la habitación y encontró un espejo de agua cristalina en lugar de una bañera, rodeado de una niebla cálida y reconfortante. A su lado, reposaban prendas de un tejido ligero y resplandeciente, completamente distinto a lo que había usado en el mundo mortal.
Al sumergirse en el agua, sintió cómo su piel ardía por un instante, como si algo dentro de él reaccionara al contacto con la pureza del Alto Mundo. Contuvo la respiración, esperando que el dolor se disipara, y poco a poco, la sensación de quemazón se transformó en una energía renovadora.
«Es solo agua, ¿por qué me siento así?», pensó.
Al salir, vistió las nuevas ropas y se contempló en un espejo de plata. Su reflejo seguía siendo el mismo, pero había algo distinto en su mirada. Por primera vez en su vida, Vladimir se preguntó si realmente pertenecía a ese lugar.
—Madre, sentí ardor en el cuerpo al hacer contacto con el agua. Nunca antes había pasado por esto, ¿es normal? —cuestionó Vladimir lleno de curiosidad ante la tierna mirada de Alarea.
Alarea le sonrió con dulzura y colocó una mano sobre su mejilla.
—Es completamente normal, hijo mío. Tu sangre demoníaca reaccionó al agua sagrada del Alto Mundo. Es la primera vez que tu cuerpo entra en contacto con una esencia tan pura, y por eso sentiste ardor.
Vladimir frunció el ceño.
—¿Significa que mi parte demoníaca está rechazando este lugar?
La diosa negó con la cabeza.
—No exactamente. Significa que estás en un proceso de equilibrio. Dentro de ti habitan dos naturalezas opuestas, y cada una lucha por prevalecer. Pero aquí, en mi reino, la luz será más fuerte… si tú lo permites.
El joven bajó la mirada, pensativo. Siempre había sabido que no era un humano común, pero nunca se había detenido a considerar lo que realmente significaba su dualidad.
—¿Y si no quiero rechazar mi otra mitad? —susurró.
Alarea no se sorprendió por su pregunta. En su voz no había reproche, solo paciencia.
—No se trata de rechazarla, sino de comprenderla y dominarla. Si te aferras a ella sin control, te consumirá. Pero si aprendes a equilibrarla, hallarás tu verdadera fuerza.
Vladimir respiró hondo. Sentía que estaba a punto de entrar en un mundo que nunca imaginó, uno donde su propia existencia sería puesta a prueba.
—Entonces… ¿Cómo empiezo?
Alarea sonrió con orgullo.
—Siguiendo mis pasos. Es hora de que despiertes el poder que yace dormido en tu interior.
La deidad salió de su morada y Vladimir se sentó en el piso cruzando sus piernas como solía hacerlo en casa de sus padres adoptivos cuando se escapaba a la pequeña colina a contemplar el atardecer. El joven aún seguía pensativo, estaba nervioso y ansioso por saber qué le deparaba el futuro.
—Habría estado mejor ignorando mi verdadera naturaleza y seguir viviendo como un humano normal, pero aquí estoy, lejos de casa y cagado de miedo. —balbuceó con la mirada fija en el piso y sus brazos cruzados.
El silencio del Alto Mundo lo envolvía, pero no le ofrecía consuelo. A pesar de la belleza celestial que lo rodeaba, Vladimir se sentía pequeño, ajeno a todo lo que lo rodeaba. Sus pensamientos eran un torbellino de dudas y miedos, y por primera vez en mucho tiempo, anheló la simplicidad de su antigua vida.
—¿Y si no soy lo suficientemente fuerte? —murmuró para sí mismo.
Un suave viento recorrió la morada, y una voz familiar resonó en su mente.
—Dudas de ti mismo porque aún no comprendes quién eres realmente.
Vladimir levantó la vista y se encontró con una figura etérea que flotaba a pocos metros de él. Era un anciano de largos cabellos plateados y túnica blanca, con ojos profundos y llenos de conocimiento.
—¿Quién eres? —preguntó Vladimir, poniéndose de pie con cautela.
El anciano sonrió con serenidad —No temas, hijo de Alarea, no te haré daño. Mi nombre es Pavel y soy el guardián del alto mundo.
—Por un instante creí estar frente a Dios.
Pavel sonrió con ternura y dijo —¡Oh, no! Dios está en el paraíso, mucho más arriba de nosotros.
Vladimir asintió y se echó nuevamente en el piso cruzándose de piernas bajo la mirada del anciano quien aún mantenía su sonrisa. Para el joven era algo extraño que lo tratara de aquella forma tan cálida a pesar de saber la otra mitad de su naturaleza.