Mientras Vladimir permanecía en el Alto Mundo, Ekaterina seguía al interior de la base de la patrulla dorada para dar inicio a su entrenamiento y comenzar una nueva etapa de su vida.
La joven estaba al interior de lo que a partir de ese día sería su habitación. Durante su entrenamiento, Ekaterina no podía cruzar los muros de la base, tenía prohibido cualquier contacto con el exterior. Sabiendo esto, la joven se asomaba por la ventana a observar el pueblo a la distancia, suspirando con nostalgia, comenzando a extrañar la vida que había dejado atrás.
—La cena está servida —habló Nedam desde afuera —date prisa, Ekaterina.
Ekaterina se apartó de la ventana con un suspiro y se dirigió a la puerta. Nedam la esperaba con los brazos cruzados y una expresión severa en el rostro. Él era conocido por su dureza con los reclutas.
—Vamos —ordenó sin más.
La joven lo siguió por los pasillos iluminados por lámparas de aceite, cuyos destellos creaban sombras danzantes en los muros de piedra. A medida que avanzaban, escuchaba el murmullo de otros reclutas en el comedor. Algunos hablaban en voz baja, otros reían con camaradería.
Al entrar, las conversaciones cesaron por un instante. Ekaterina sintió las miradas sobre ella, escrutándola, juzgándola. Sabía que, para muchos, aún era una extraña.
Nedam la guió hasta una mesa larga donde otros reclutas ya estaban sentados. Había un tazón de sopa espesa y pan duro esperándola.
—Come rápido. Mañana comienza tu entrenamiento al amanecer —le advirtió Nedam antes de alejarse.
Ekaterina asintió y tomó la cuchara. Aunque el alimento era sencillo, no le importaba. Su mente estaba enfocada en lo que le esperaba.
Mientras comía, sintió la presencia de alguien a su lado. Un joven de cabello corto y ojos oscuros la observaba con interés.
—Así que tú eres la nueva —dijo él con una media sonrisa.
—Ekaterina —respondió ella, sin desviar la mirada de su plato.
—Soy Oleg. Dicen que eres la hija de Igor.
—Acertaste.
Nedam tomó asiento en frente de Ekaterina y se dispuso a comer. En ese momento, la joven lo miró con algo de timidez.
—¿Puedo ayudarte en algo? —cuestionó Nedam.
—¿Sabes dónde está mi padre? —preguntó Ekaterina con cautela mientras tomaba un pedazo de pan.
Nedam levantó la vista de su plato y la observó con su expresión imperturbable.
—Salió de la base esta mañana —respondió—. Tu padre es un hombre ocupado. No esperes verlo con frecuencia.
Ekaterina asintió, pero su pecho se oprimió al escuchar aquellas palabras. Desde pequeña sabía que Igor había sido un hombre distante, dedicado a sus propios asuntos.
—Deja de preocuparte por cosas que no puedes cambiar —continuó Nedam, observándola con severidad—. A partir de ahora, tu único propósito es volverte fuerte.
Ekaterina sostuvo su mirada, sin dejarse intimidar.
—Por eso estoy aquí —afirmó con firmeza.
Nedam esbozó una ligera sonrisa, la primera señal de aprobación que le mostraba.
—Bien. Termina de comer y descansa. Mañana, antes del amanecer, sabrás de qué está hecha la Patrulla Dorada.
Al día siguiente Ekaterina despertó antes de que sonara la campana del amanecer. No había pegado el ojo en toda la noche. Su mente había estado inquieta, repasando cada detalle del día anterior y preguntándose qué clase de entrenamiento le esperaba.
Se puso de pie y se vistió con rapidez. El uniforme de la Patrulla Dorada era austero: pantalones oscuros, una camisa de lino grueso y un chaleco reforzado con cuero, todo completamente negro. Se ató el cabello en una trenza apretada y salió de su habitación.
Al llegar al patio de entrenamiento, encontró a otros reclutas ya formados. Nedam estaba al frente con los brazos cruzados, observándolos con su mirada severa.
—Bienvenidos a su primer día de entrenamiento —dijo con voz fuerte—. Algunos de ustedes han venido aquí con sueños de gloria y venganza. Permítanme decirles algo: solo los que sobrevivan al infierno de esta instrucción podrán llamarse miembros de la Patrulla Dorada.
Ekaterina tragó saliva.
—Hoy empezaremos con algo sencillo —continuó Nedam con una sonrisa cruel—. Correrán cinco kilómetros por el bosque con su equipo completo. Si alguien se detiene, vuelve a empezar. Si alguien se desmaya, es su problema. En la Patrulla no hay lugar para los débiles.
Los reclutas se miraron entre sí. Algunos parecían confiados; otros, aterrados. Ekaterina no dijo nada, pero en su interior ardía la determinación. No había venido hasta aquí para fracasar.
—¡En marcha! —gritó Nedam.
Los reclutas comenzaron a correr. El peso del equipo hacía que cada paso se sintiera como si llevaran cadenas en los tobillos. La humedad del bosque espesaba el aire, dificultando la respiración.
Ekaterina mantuvo el ritmo, concentrándose en su respiración. Varios reclutas comenzaron a rezagarse, jadeando, tropezando con las raíces de los árboles. En su mente, solo tenía un pensamiento: Seguir adelante.