La noche caía lentamente sobre Rusia y las sombras parecían cobrar vida atemorizando los pueblos cercanos a la base de la patrulla dorada. Los aldeanos cerraban sus puertas con premura, asegurando ventanas y apagando las lámparas antes de lo habitual. Susurraban entre ellos, temerosos de lo que pudiera acechar en la penumbra.
Mientras tanto, en la base de la Patrulla Dorada, la rutina seguía su curso. Ekaterina, aunque exhausta por el entrenamiento del día, no lograba conciliar el sueño. Una extraña sensación de inquietud la mantenía alerta.
Se levantó de su catre y se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver el bosque que rodeaba la base. Las sombras parecían moverse entre los árboles, como si algo o alguien merodeara en la oscuridad.
Un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Aún despierta? —preguntó una voz a sus espaldas.
Ekaterina se giró con rapidez, encontrándose con Nedam en la puerta de su habitación. Él la observaba con los brazos cruzados y una expresión seria.
—No puedo dormir —admitió ella.
—Lo entiendo —respondió Nedam, acercándose a la ventana. Miró hacia el bosque con el ceño fruncido—. Esta noche el aire se siente más pesado.
Ekaterina asintió. No era solo su imaginación. Algo se cernía sobre la base.
—¿Crees que…? —comenzó a preguntar, pero Nedam la interrumpió.
—Descansa mientras puedas. Si algo sucede, nos necesitaremos alerta.
Ekaterina lo observó con seriedad y asintió. Se obligó a regresar a su catre, pero el sueño tardó en llegar. Algo estaba acechando en la oscuridad, y pronto lo descubrirían.
A lo lejos, se escuchaban gritos desgarradores provenientes del bosque. No eran gritos humanos, sino de alguna criatura infernal merodeando por el lugar. Ekaterina se levantó nuevamente y se asomó por la ventana llena de curiosidad, pero no lograba ver nada a pesar de que los gritos parecían aproximarse.
El viento helado de la noche soplaba con fuerza, sacudiendo los árboles del bosque. Los gritos se hacían cada vez más intensos, resonando como un lamento espectral que erizaba la piel. Ekaterina apretó los labios, su instinto le decía que algo no estaba bien.
Sin apartar la vista de la ventana, tomó sus botas y comenzó a ponérselas apresuradamente. No podía quedarse de brazos cruzados.
Justo cuando terminaba de ajustarse la chaqueta, un estruendo sacudió la base. Un impacto seco, como si algo hubiera golpeado con fuerza las murallas.
Ekaterina corrió hacia la puerta, pero antes de poder abrirla, Nedam la interceptó en el pasillo.
—No salgas —ordenó con voz firme.
—¿Escuchaste eso? Algo está ahí afuera —respondió ella con el corazón latiéndole con fuerza.
—Lo sé. Y por eso mismo no debes moverte sin órdenes —insistió Nedam, clavando su mirada en ella—. No estás lista para enfrentar lo que sea que haya allí.
Pero los gritos continuaban, desgarradores, cada vez más cerca. Algo en el bosque estaba buscando entrar.
—Debemos alertar a los demás —dijo Ekaterina, decidida.
Nedam suspiró y asintió.
—Sígueme, pero no hagas ruido.
Ambos avanzaron por los pasillos en penumbra, con los sentidos alerta. Algo estaba acechando la base de la Patrulla Dorada.
A medida que avanzaban por los pasillos en penumbra, los ecos de los gritos se entremezclaban con el crujir del viento helado que golpeaba las paredes de piedra. Ekaterina sentía su pulso acelerado, cada fibra de su ser le decía que aquello no era un simple animal merodeando por el bosque.
Cuando llegaron al patio central, varias figuras ya estaban reunidas allí, algunas con armaduras ligeras y armas en mano. Nedam se adelantó y habló con voz firme:
—Algo se acerca. Refuercen las entradas y manténganse alerta.
Ekaterina miró alrededor y notó que Oleg también estaba allí, con una daga en la mano y una expresión de inquietud. Al encontrarse con su mirada, se acercó a ella.
—¿Crees que es un demonio? —preguntó en voz baja.
—No lo sé —susurró Ekaterina—. Pero no es humano.
Antes de que Oleg pudiera responder, un golpe estremeció la gran puerta de la base. Un rugido gutural resonó en la noche, seguido de un segundo impacto que hizo temblar la estructura.
Ekaterina sintió su cuerpo tensarse. Algo quería entrar.
Los soldados de la Patrulla Dorada desenvainaron sus armas, preparados para lo peor. Nedam levantó la mano, ordenando silencio, y se acercó a la puerta con cautela.
Entonces, todo quedó en absoluto silencio.
Los gritos cesaron. El viento dejó de soplar. Solo quedó una quietud asfixiante.
Ekaterina tragó saliva. Algo no estaba bien.
Un tercer golpe sacudió la base, esta vez con tanta fuerza que las puertas se resquebrajaron. Y en la grieta que se formó, dos ojos brillantes y bestiales se asomaron, fijos en los humanos al otro lado.
La criatura infernal que emergió del bosque era una abominación salida de las pesadillas más oscuras. Su cuerpo, alto como dos hombres juntos, estaba cubierto por una piel rugosa y ennegrecida, como si hubiese sido forjada en las llamas del inframundo. Su espalda arqueada se sacudía con cada paso, emitiendo un sonido similar al crujir de un árbol al partirse.