Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 11

El amanecer se alzó tímidamente sobre la base de la Patrulla Dorada, tiñendo de tonos dorados los muros que aún conservaban el olor a sangre y azufre. El silencio de la madrugada no era el de la calma, sino el de una tregua que nadie se atrevía a nombrar.

Ekaterina se levantó antes del llamado de Nedam. Su cuerpo dolía, pero su mente estaba despierta, alerta. Las imágenes de la noche anterior se repetían una y otra vez: la criatura infernal, el calor del fuego, el miedo dominándola… y luego, su propia voz rompiendo el terror.

Se colocó el uniforme de entrenamiento con manos firmes. Aún podía escuchar los aplausos, sentir la mirada de su padre sobre ella. No sabía cuánto había cambiado en una sola noche, pero sí sabía que ya no era la misma muchacha que llegó observando el pueblo desde la ventana.

Hoy, sería ella quien observaría de frente al mundo.

Mientras tanto, en el Alto Mundo, un aura de silencio majestuoso envolvía la morada de Alarea. La niebla dorada que cubría el lugar, se desvanecía lentamente, revelando un paisaje etéreo donde los árboles respiraban luz y el todo cambiaba de color al compás de los pensamientos de los dioses.

Vladimir se encontraba en el centro de un círculo de piedra flotante, suspendido en el aire por la voluntad de su madre. Frente a él, Alarea caminaba con pasos lentos con sus cabellos fluyendo como una corriente viva de energía celestial.

—Hoy inicia tu verdadero entrenamiento —anunció la diosa con voz firme—. No aprenderás a luchar con espadas ni a lanzar hechizos como los humanos. Aprenderás a gobernar tu esencia.

Vladimir tragó saliva. El aire allí era más denso que en el mundo mortal. Podía sentirlo filtrándose en sus poros, vibrando en sus venas.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, aunque el temblor en su voz lo traicionaba.

—Debes descender dentro de ti —respondió Alarea—. Solo allí encontrarás el equilibrio. Y solo con equilibrio podrás liberar el poder que has heredado… sin convertirte en aquello que juramos destruir.

Vladimir cerró los ojos. Su cuerpo comenzó a levitar ligeramente mientras Alarea recitaba un cántico en una lengua antigua. Sentía su mitad demoníaca revolverse, agitada, furiosa por la influencia de tanta pureza. La luz lo quemaba por dentro, pero también lo fortalecía. No era una tortura. Era una transformación.

Mientras tanto, en la base terrestre, Ekaterina se encontraba frente a Nedam y los demás reclutas en el patio de entrenamiento.

—A partir de hoy —anunció Nedam con voz grave—, entrenarán con ella como si su vida dependiera de ello. Porque así será.

Todos los ojos se posaron en Ekaterina, pero ya no la miraban como una forastera. Había demostrado su temple. Ahora, querían ver hasta dónde podía llegar.

La dualidad de dos sangres —una terrenal, otra divina— comenzaba a manifestarse. Y aunque separados por reinos diferentes, Vladimir y Ekaterina estaban destinados a encontrarse de nuevo… más fuertes, más sabios, y quizás, con el destino del mundo en sus manos.

En el alto mundo, Vladimir gritó, pero su voz fue absorbida por la energía que lo rodeaba. Estaba sumergido en su propio espíritu, flotando en un espacio abstracto, sin suelo ni cielo, solo su esencia dividida. Frente a él apareció una figura oscura: una versión de sí mismo con ojos encendidos en rojo y una sonrisa torcida.

—¿Así que ahora intentas negar lo que eres? —dijo la sombra con voz idéntica a la suya, pero más grave, como si viniera desde lo más profundo del infierno.

—No quiero negarte —replicó Vladimir, apretando los puños—. Quiero entenderte.

La sombra lo rodeó como humo.

—No puedes tener luz sin oscuridad. No puedes tener poder sin dolor. ¿Estás dispuesto a abrazarlo todo?

La figura se abalanzó contra él. Vladimir sintió el golpe como si fuera real. Su pecho ardía, sus pensamientos se agitaban. Pero no retrocedió. Se mantuvo firme. El entrenamiento había comenzado, y no se trataba de vencer al otro, sino de integrarlo.

Mientras tanto, en la base de la Patrulla Dorada, Ekaterina corría entre los árboles del bosque cercano, cargando una mochila llena de piedras. Nedam y Oleg la seguían de cerca, evaluando cada paso.

—¡Más rápido! —gritó Nedam—. No me importa que hayas enfrentado a un demonio, ¡esto no es una fiesta!

El sudor le empapaba la frente, pero Ekaterina no se detenía. Cada paso que daba era una declaración: "Estoy aquí por mi voluntad".

Cuando por fin llegaron a un claro, Nedam le indicó que soltara la mochila.

—Ahora, demuestra que puedes usar la energía vital —dijo, arrojándole una esfera metálica.

La joven atrapó el objeto y cerró los ojos, enfocándose. Tal como le habían enseñado la noche anterior, canalizó su respiración, su intención… y su fuerza interior.

Un destello dorado recorrió su brazo y envolvió la esfera. Esta comenzó a levitar lentamente hasta que se sostuvo en el aire por sí sola.

Oleg abrió los ojos con asombro.

—Eso tomó meses de práctica cuando yo lo intenté…

Nedam no dijo nada. Solo asintió.

—No es mala —musitó con un tono casi imperceptible—. Pero lo difícil aún no ha comenzado.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 27.05.2025

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