Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 13

En medio de la marcha, Ekaterina se dejó llevar por el instinto. El rugido distante de las bestias, el hedor del azufre impregnando las hojas, el susurro casi inaudible de una voz que parecía llamarla desde más allá de los árboles... sin darse cuenta, su caballo había comenzado a desviarse del grupo. El resto de la patrulla dorada se desvaneció entre la espesura del bosque, sin que ella notara el momento exacto en que quedó sola.

Pero no se detuvo. Algo dentro de ella, esa chispa que tantas veces había guiado sus decisiones más arriesgadas, le decía que debía seguir adelante. Cabalgó con determinación, evitando las raíces negras que surgían del suelo como garfios, esquivando aullidos distantes que presagiaban la presencia de criaturas del inframundo. El bosque, corrompido por la maldición de Abrahel, parecía cerrar sus fauces tras cada paso.

El bosque antaño espeso y sereno, era ahora un laberinto infernal de raíces podridas, árboles ennegrecidos y sombras que susurraban con lenguas muertas. A pesar del hedor a azufre y sangre, ella se movía con destreza. Su determinación era más fuerte que el miedo.

A su alrededor, las criaturas infernales acechaban como espectros deforme: lobos sin piel con ojos amarillos, aves negras con alas de hueso, y formas inhumanas que reptaban entre la maleza. Pero Ekaterina no se detuvo. Su instinto le decía que debía llegar más allá, a un punto donde la oscuridad comenzaba a diluirse.

Y, sin embargo, Ekaterina avanzaba.

Durante un momento, los árboles comenzaron a dispersarse, el aire se volvió más liviano, y la oscuridad cedió paso a una extraña claridad. Había llegado a una pequeña pradera escondida en el corazón del bosque, intacta, como si la corrupción aún no hubiese osado tocarla.

El silencio era absoluto. Bajó de su caballo, acariciando el cuello del animal, que bufó suavemente.

—¿Qué es este lugar? —murmuró para sí misma.

Y entonces, de pronto, algo salió disparado desde un arbusto cercano, impactando contra ella con fuerza. Ambos cuerpos rodaron por el suelo, envueltos en una nube de pasto y polvo.

Ekaterina se incorporó de inmediato, dominando al intruso y colocando una rodilla sobre su pecho, mientras sacaba una daga que brilló con luz dorada.

—¡¿Quién eres?! ¡Habla antes de que te atraviese!

—¡Alto! ¡No me mates! ¡Estoy igual de perdido que tú!

La voz le resultó extrañamente conocida. Frunció el ceño. Parpadeó. Se inclinó un poco más.

—No puede ser…

El hombre, con el rostro cubierto de ramitas y la expresión resignada, levantó ambas manos como señal de rendición.

—¿Así saludas siempre a la gente que alguna vez te dejó sin sopa?

Hubo un silencio.

Y luego, Ekaterina estalló en una carcajada tan genuina que hasta el bosque pareció detenerse un instante.

—¡No puede ser! ¡¿Tú eres…?! ¡El viajero! ¡El que durmió en el gallinero de mi padre y me arruinó la alfombra con barro! Lo peor de todo es que lo noté horas después de que te fuiste, no pude reclamarte.

Vladimir sonrió desde el suelo, aún atrapado bajo su rodilla.

—También me diste pan quemado. No lo he olvidado.

—Lo siento, estaba asustada aquella noche lluviosa. —dijo, quitándose de encima y ayudándolo a incorporarse—. ¿Qué haces aquí? ¿Eres un espectro de mi memoria?

—Si lo fuera, no me dolería tanto la espalda —gruñó mientras se sacudía la túnica llena de hojas—. Estoy aquí por la misma razón que tú, me imagino. El bosque no ha llamado solo a los demonios.

Ekaterina lo miró con más atención. Había cambiado. El Vladimir que recordaba tenía los ojos perdidos, dominados por la sombra de una batalla interna. Este, en cambio, conservaba la oscuridad, pero también un control profundo. Era el mismo hombre, y sin embargo, no lo era.

—¿Acaso eres uno de ellos? —dijo, cruzando los brazos con una media sonrisa.

—¿Disculpa?

—Lo lamento, es que sigues teniendo cara de hambre.

Ambos rieron, suavizando la tensión. En medio de ese claro olvidado por el tiempo, dos caminos que habían marchado por separado durante años volvían a cruzarse por una razón que aún no comprendían del todo.

Pero pronto, el viento volvió a soplar con un gemido frío. Los árboles en el borde de la pradera se sacudieron con violencia. Vladimir se volvió hacia el bosque.

—Él está cerca.

Ekaterina asintió, recuperando su compostura.

—Entonces, viajero... —dijo mientras volvía a montar—. ¿Vienes conmigo?

—Solo si tú calientas el pan esta vez.

Y juntos, cabalgaron hacia la oscuridad.

En medio de la cabalgata, mientras el galope resonaba firme sobre la hierba húmeda, Vladimir no pudo evitar desviar la mirada hacia Ekaterina. Llevaba con orgullo el estandarte de la Patrulla Dorada grabado en el peto: una lanza cruzada con un sol radiante detrás. La tela que ondeaba a su espalda, desgastada por el viaje, aún conservaba el símbolo bordado con hilo dorado.

Un destello enterrado en la memoria de Vladimir se encendió. Cerró los ojos un instante y la imagen emergió sin avisar.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 27.05.2025

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