La barrera mágica comenzó a temblar bajo la presión. Garras, colmillos y chillidos se estrellaban una y otra vez contra la cúpula de luz, mientras el sudor corría por la frente de Vladimir. Ekaterina lo miró de reojo: el poder que manipulaba era inmenso, pero la concentración que requería lo agotaba a pasos agigantados.
—No aguantará mucho más —murmuró él.
—Entonces salgamos con fuerza —respondió Ekaterina, montando con firmeza—. A la cuenta de tres.
Vladimir asintió y su mirada se endureció. Contó en voz baja:
—Uno… dos… ¡tres!
La barrera estalló hacia afuera como una onda expansiva. La luz arrojó por los aires a decenas de demonios, y en medio del caos, ambos se lanzaron hacia el flanco despejado. El caballo galopaba con fuerza renovada, sintiendo la urgencia de los guerreros, mientras la oscuridad tras ellos volvía a cerrarse.
Ekaterina cortaba con precisión a cualquier criatura que intentara acercarse. Su espada brillaba con un resplandor celestial, como si respondiera al propio llamado del deber. Vladimir, detrás de ella, extendía una mano hacia atrás cada tanto, lanzando ráfagas de energía que disolvían en el aire a los demonios rezagados que los perseguían.
El bosque quedaba atrás. Las sombras seguían acechando, pero la apertura de la montaña ya se vislumbraba a lo lejos.
—¡Ahí! —señaló Vladimir—. ¡La garganta del Dragón! Es un sendero estrecho, no podrán seguirnos todos a la vez.
—¿Estás seguro?
—¿Confías en mí?
Ekaterina vaciló… y luego sonrió con ironía.
—Desde que irrumpiste en mi casa hace años, no te he visto. ¿Cómo te atreves a preguntar semejante cosa?
Ambos rieron brevemente, apenas un respiro en medio del infierno que los perseguía.
Cuando llegaron al desfiladero, el caballo se deslizó entre rocas irregulares. Atrás, los demonios se amontonaban, chillando, tratando de seguirlos, pero la estrechez del paso los obligaba a avanzar de a uno.
Y allí fue donde Vladimir y Ekaterina aprovecharon su ventaja.
Uno a uno, los enemigos que intentaban atravesar el sendero caían bajo su espada o eran repelidos por hechizos. Era como contener una marea con las manos, pero su posición elevada y el terreno difícil jugaban a su favor. Finalmente, los gruñidos comenzaron a disiparse.
Los últimos demonios retrocedieron, fundiéndose nuevamente en las sombras del bosque.
Ambos respiraban con dificultad. Ekaterina bajó del caballo y se dejó caer sobre una roca, limpiándose la sangre del rostro.
—¿Estás bien? —preguntó Vladimir, también bajando.
—He estado peor. Pero… esto fue demasiado organizado. No fue un ataque salvaje. Alguien los dirige.
—Abrahel —dijo él con los dientes apretados—. Ya está marcando territorio.
—¿Cómo sabes de él y cómo hiciste aquello del domo? ¿Quién o qué eres en realidad?—cuestionó Ekaterina con desconfianza mientras se ponía de pie amenazando a Vladimir con su espada.
Vladimir no se movió. Permaneció allí, con la mirada clavada en Ekaterina, mientras la hoja de su espada brillaba bajo la tenue luz del amanecer. El filo estaba a pocos pasos de su pecho, pero él no parecía intimidado.
—¿Quién o qué eres en realidad? —insistió ella, endureciendo la mandíbula.
Vladimir bajó ligeramente la cabeza. Su capa se agitó con el viento de la montaña, y por un instante, una sombra cruzó su rostro. Cuando habló, su voz era más grave, cargada de algo que no era enteramente humano.
—Mi nombre es Vladimir… pero no siempre fui solo eso. Crecí como humano Fui criado en este mundo como uno de ustedes… hasta que descubrí que dentro de mí habitaba otra cosa.
Ekaterina no bajó el arma.
—¿Qué cosa?
Él alzó la mirada, y sus ojos se oscurecieron, tornándose por un momento en dos pozos profundos, como si dentro de ellos viviera una noche sin estrellas.
—Mitad luz… mitad demonio —confesó—. Una anomalía. Un error para unos, una amenaza para otros. Por eso fui llevado al Alto Mundo… para aprender a controlar lo que soy.
La Patrullera parpadeó, con el ceño fruncido. Bajó la espada apenas un milímetro.
—¿Y por qué no lo dijiste antes? —habló la joven adoptando posición de ataque.
—Porque ni siquiera tú, Ekaterina, que me diste posada cuando no era nadie… podrías haberme aceptado si sabías lo que era.
La joven frunció los labios. El recuerdo de aquel joven desaliñado, perdido y silencioso en su mesa volvió a ella con claridad. No se había atrevido a preguntar mucho entonces, pero algo en su intuición le dijo que no era común.
—¿Y el domo?
—Magia del Alto Mundo —respondió con tono sereno—. Runa solar trenzada con energía de contención. No la usé para atacar. Solo para protegerte.
Por fin, Ekaterina bajó la espada por completo.
—Podrías haberte ido… haberme dejado allí.
—Y tú podrías no haberme ayudado años atrás. Considera que te devolví el favor.