La noche caía como un manto de hierro sobre el bosque corrupto, y el sonido de las bestias demoníacas comenzaba a resonar en la distancia. La Patrulla Dorada, reorganizada tras el primer ataque, avanzaba a paso rápido en formación cerrada. Sin embargo, al llegar a un claro, Igor, quien iba al frente, detuvo su montura de golpe.
—¡Alto! —ordenó, levantando un brazo.
Nedan, que cabalgaba apenas unos pasos detrás, se acercó a su lado, frunciendo el ceño al ver la expresión preocupada de su compañero.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Igor giró su cuerpo bruscamente, contando con la mirada a cada uno de los suyos. Su semblante se tornó aún más sombrío cuando terminó el conteo.
—Ekaterina no está —dijo, en voz baja, casi como si temiera pronunciarlo.
Nedan palideció.
—¿Qué quieres decir con que no está? ¡Ella iba justo detrás de mí hace un momento!
—¡Pues ahora no! —bufó Igor—. ¡Se separó del grupo y nadie lo notó en medio del caos!
Un murmullo nervioso se esparció entre los patrulleros. La idea de perder a un miembro, y en especial a Ekaterina —hija del general y una de las más prometedoras guerreras—, era impensable. No solo era un golpe a su moral, sino que podría desatar una auténtica tormenta política dentro de la Patrulla.
—¡Maldita sea! —gruñó Nedan, golpeando con el puño la silla de su caballo—. Tenemos que encontrarla, ¡no puede estar sola en este infierno!
—¿Y arriesgarnos a separarnos más? —preguntó Oleg con voz tensa. Igor. No podemos andar a ciegas.
Igor respiró hondo, intentando calmarse. Miró al bosque oscuro frente a ellos, sintiendo un mal presentimiento que le heló la sangre.
—No podemos abandonar a uno de los nuestros. Y menos a ella —dijo con firmeza—. Formaremos dos grupos. Uno seguirá la ruta principal hacia el objetivo. El otro, vendrá conmigo a buscar a Ekaterina. ¡No discutiré esto!
Nedan, sin dudarlo, espoleó su caballo.
—Yo voy contigo.
Igor asintió. Escogió a otros tres guerreros de confianza. Los demás, aunque preocupados, aceptaron la división.
—Si la encontramos viva, la traeremos de vuelta —prometió Igor, clavando su mirada en el capitán que lideraría el segundo grupo—. Si no… —hizo una pausa, apretando los labios—. Bueno, no vamos a pensar en eso.
El grupo de rescate se adentró en la espesura sin perder un segundo más, lanzándose a una carrera desesperada contra el tiempo… y contra el creciente dominio de la oscuridad.
Mientras tanto, el viento en el bosque parecía reírse de ellos.
El rastro de Ekaterina se desvanecía como humo entre los árboles.
Cuando Igor y Nedan se disponían a partir con los tres guerreros seleccionados, una voz profunda resonó detrás de ellos.
—¡Esperen! —exclamó Oleg, acercándose a grandes zancadas con su caballo.
Era uno de los guerreros más veteranos, conocido tanto por su fuerza brutal como por su lealtad inquebrantable al general... y a su hija, Ekaterina. Su armadura estaba manchada de sangre demoníaca, pero su mirada ardía con determinación.
—Yo también iré —declaró, sujetando las riendas de su montura con puño firme—. No pienso quedarme cruzado de brazos mientras la hija del general está en peligro.
Igor dudó apenas un instante. Sabía que tener a Oleg con ellos aumentaba sus posibilidades de éxito... y también sabía que, de no permitirle unirse, el veterano simplemente partiría por su cuenta.
—Bien —aceptó finalmente Igor, asintiendo con gravedad—. Nos será de mucha ayuda.
—Más nos vale hallarla pronto —murmuró Oleg—. Este bosque apesta a muerte. Cada segundo que pasa, las posibilidades de encontrarla viva se reducen.
El pequeño escuadrón, ahora fortalecido por la presencia de Oleg, se adentró en la espesura con renovada urgencia. El viento gélido silbaba entre los árboles retorcidos, y cada sombra parecía ocultar un par de ojos infernales.
Nedan cabalgaba al lado de Igor, mirando de reojo a Oleg.
—¿Tú también sientes esa presión en el aire? —susurró.
—Sí —respondió Oleg en voz baja—. Y no es un simple mal augurio. Algo muy antiguo y muy oscuro se ha desatado aquí.
Igor apretó la mandíbula mientras guiaba al grupo entre raíces negras y ramas deformes.
—No importa qué demonios estén sueltos en este bosque —dijo con voz firme—. Recuperaremos a Ekaterina. Cueste lo que cueste.
Los cascos de los caballos resonaban sordamente sobre la tierra corrompida, mientras en el horizonte, en algún punto desconocido de la noche, un aullido gutural estremecía los corazones de los hombres. La búsqueda había comenzado y el tiempo corría en su contra.
La noche caía aún más densa sobre el bosque maldito mientras Igor, Nedan, Oleg y los tres guerreros restantes avanzaban a toda prisa. El ambiente era casi irrespirable; el aire se volvía más pesado, como si cada bocanada trajera consigo cenizas invisibles.
De pronto, el caballo de uno de los soldados se encabritó violentamente, relinchando de terror. Antes de que pudiera controlar a su montura, una sombra negra surgió desde el suelo mismo, atrapándolo con garras retorcidas.
Un grito ahogado y un crujido escalofriante llenaron el aire.