Vladimir y la hija del cazador

Capítulo 17

La atmósfera dentro del Bastión Olvidado era espesa, como si el aire estuviese hecho de ceniza y memoria. Apenas cruzaron el umbral, el mundo pareció contraerse a su alrededor. La luz natural se extinguió de golpe, reemplazada por un resplandor tenue que emanaba de las grietas en las paredes, como si la estructura sangrara fuego antiguo.

Ekaterina, aún con la piel erizada por la cercanía de la estatua, sintió una opresión invisible en el pecho. Cada paso dentro de esa fortaleza despertaba un recuerdo que no era suyo: imágenes de cuerpos consumidos por la oscuridad, de gritos en lenguas olvidadas, de ejércitos cayendo de rodillas ante una figura que hablaba con voz de trueno y sombra.

—Este lugar está vivo —dijo Helenka en voz baja, casi con reverencia temerosa—. Sus muros escuchan. Sus cimientos… recuerdan.

Xalvator iba a replicar con alguna broma mordaz cuando se detuvo en seco, sus ojos de ave brillando de manera irregular.

—No estamos solos.

En ese momento, desde lo profundo del Bastión, un sonido rasposo y húmedo se deslizó entre los pasillos. No era un gruñido, ni un rugido, sino un murmullo coral, como cientos de voces repitiendo el mismo susurro: un nombre.

"Vlaaadiiiimir..."

El joven híbrido se paralizó. Reconocía esa entonación. No era Abrahel. Era algo peor: los ecos atrapados del alma fragmentada de Darok, su padre, regurgitándose a través del tiempo. No eran fantasmas exactamente, sino fragmentos psíquicos de lo que Darok fue, residuos de su conciencia diseminados en el espacio dimensional.

—Nos está probando —dijo Vladimir con el rostro tenso—. El Bastión no solo guarda secretos… también guarda fragmentos de su voluntad.

Detrás de ellos, el portal por donde llegaron crujió y se selló con un sonido seco. Un resplandor infernal lo recubrió, impidiendo todo retroceso.

Ekaterina desenvainó su espada.

—¿No dijiste que ya no era su reino?

—No lo es —respondió Vladimir con una sonrisa amarga—. Pero eso no impide que sus huellas nos intenten devorar.

A kilómetros de allí, en una grieta humeante del inframundo, Abrahel se irguió súbitamente sobre una torre de huesos retorcidos. Sus ojos sin pupilas, llenos de un brillo siniestro, se abrieron de par en par.

—Él está en el Bastión —susurró, como si degustara las palabras.

Detrás de él, sus seguidores —criaturas retorcidas con piel desgarrada y alas deformes— comenzaron a agitarse, sintiendo el cambio en el plano.

Abrahel cerró los puños. Su cuerpo parecía vibrar con un odio acumulado por siglos.

—Padre lo selló para sí, pero ahora su primer hijo regresa a reclamar las ruinas… como si fueran suyas.

Una llama negra estalló bajo sus pies.

—Es hora de enviarles un saludo.

De vuelta en el Bastión, los cuatro avanzaban por un corredor de piedra viva. Las paredes pulsaban como si tuvieran venas bajo la superficie. Cada tantos metros, una visión proyectada desde la nada tomaba forma: soldados siendo consumidos por su codicia, híbridos traicionando su linaje, mujeres llorando a sus hijos transformados por el poder demoníaco.

—Esto es una prisión de recuerdos —murmuró Helenka—. No todos nuestros enemigos están hechos de carne.

Justo cuando cruzaban una cámara abovedada, una figura emergió desde las sombras: alta, delgada, cubierta con una armadura hecha de sombras líquidas. No tenía rostro, solo una máscara antigua tallada en obsidiana.

—¿Una trampa? —susurró Ekaterina, alzando su espada.

—No —dijo Vladimir—. Es uno de los Guardianes del Juramento. Entidades que protegían los secretos del Bastión… antes de que mi padre se corrompiera.

El Guardián levantó una mano y una runa antigua ardió sobre la pared, revelando una inscripción:

"Para llegar al trono de huesos, uno de ustedes deberá sacrificar lo que más teme perder."

El grupo se quedó en silencio. Ninguno dijo nada, pero todos sabían que aquello era más que una prueba física.

Era una advertencia.

Y el verdadero corazón del Bastión aún no se había revelado.

Un silencio denso se instaló tras la aparición de la inscripción. El Guardián del Juramento permanecía inmóvil, como si solo esperara a que uno de ellos diera el siguiente paso. Nadie lo hizo. El resplandor de la runa ardía todavía, proyectando sombras inquietas sobre sus rostros.

—¿Qué significa exactamente eso? —preguntó Xalvator, con la mandíbula tensa—. ¿"Lo que más teme perder"? ¿Una persona? ¿Un recuerdo? ¿Su alma?

—Cada uno sabe su respuesta —murmuró Helenka, con los ojos perdidos en la runa. Una tristeza antigua se asomaba en su voz—. Lo peor no es el sacrificio… sino reconocer cuál es.

Ekaterina bajó su mirada. Su mano apretó con fuerza la empuñadura de su espada. ¿Sería Vladimir? ¿Era él lo que más temía perder? El pensamiento le desgarró el pecho antes siquiera de ser formulado del todo. No se atrevió a mirarlo.

Vladimir, en cambio, observaba al Guardián con serenidad, pero por dentro, su mente era una tormenta. Sabía que el Bastión no mentía. Las pruebas que ofrecía no eran simples desafíos. Eran espejos que te forzaban a enfrentarte a ti mismo.



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En el texto hay: #demonios, #peleas, #magia

Editado: 25.07.2025

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