Los muros del Bastión Olvidado parecían cerrarse sobre ellos con cada paso. Tras la advertencia del Guardián del Juramento, el grupo avanzaba con una mezcla de cautela y temor. Las luces parpadeantes que brotaban de las grietas del suelo proyectaban sombras que no siempre coincidían con sus movimientos. A su vez, los demonios, el híbrido y la humana, repetirían la misma prueba, pero con visiones diferentes.
—¿Qué significa eso de "sacrificar lo que más teme perder"? —preguntó Xalvator, su voz más seria de lo habitual.
—Una prueba de alma —respondió Helenka con el ceño fruncido—. No se trata de entregar algo físico. Este lugar se alimenta del miedo y la culpa. Va a obligarnos a enfrentar lo más profundo de nuestro ser.
El corredor desembocó en una sala circular cuyas paredes estaban cubiertas por espejos agrietados. En el centro, una llama pálida flotaba suspendida en el aire. Apenas la cruzaron, la sala se selló detrás de ellos, separándolos unos de otros por muros ilusorios.
Ekaterina se encontró sola. Frente a ella, un reflejo en el espejo comenzó a cambiar. Ya no era su rostro lo que veía, sino el de su padre, Igor, moribundo, con los ojos abiertos en una expresión de decepción.
—¿Eso es lo que temes? —susurró una voz, idéntica a la suya.
—¡No! —gritó ella, alzando la espada—. ¡No es real!
Pero la imagen se transformó. Apareció Oleg, herido, gritándole por haberlo abandonado. Luego Nedam. Luego soldados caídos bajo su mando. El Bastión le mostraba un futuro posible, en el que su deseo de luchar al lado de Vladimir la convertía en una traidora.
En otro extremo, Vladimir observaba una versión distorsionada de sí mismo, con los ojos enrojecidos, alzando un ejército de sombras. El eco de su padre lo llamaba desde una sombra que se alargaba sin fin.
—¿No es esto lo que temes? Convertirte en lo que odias.
—No soy tú. —Vladimir cerró los ojos y apretó los puños—. ¡Yo decidí mi camino!
De golpe, la ilusión se rompió como un cristal que estalla. Uno a uno, los muros ilusorios se disolvieron. Xalvator jadeaba de rodillas. Helenka tenía los ojos brillosos. Ekaterina temblaba, pero se mantenía erguida.
Frente a ellos, el Guardián del Juramento volvió a manifestarse.
—Han pasado la primera prueba… Por ahora —anunció con voz hueca—. El Trono de Huesos los espera.
Pero el tiempo corría en su contra.
Muy lejos, en el corazón de la grieta que conectaba con el inframundo, Abrahel ya no contenía su furia. Los portales comenzaban a cerrarse en distintos puntos del mundo, y la legión de criaturas deformes comenzaba a cruzar la frontera entre dimensiones abandonando el mundo terrenal para descender a inframundo.
Los aldeanos celebraban en los pueblos Y el mundo, otra vez, regresaba a la normalidad.
El silencio dentro del Bastión Olvidado era una trampa.
Cada paso que daban Vladimir, Ekaterina, Helenka y Xalvator resonaba como un eco ajeno, como si el propio castillo los imitara, burlándose de su presencia. El corredor que los conducía al Trono de Huesos se retorcía como un laberinto orgánico, respirando. Las paredes parecían palpitar con un pulso oscuro, y la piedra exudaba un vapor rojo que sabía a óxido.
—No confíen en lo que vean —advirtió Vladimir en voz baja, su mirada fija en la penumbra—. Este lugar se alimenta de voluntad. Si dudan… se los tragará.
Helenka asintió, llevando la mano al talismán en su cuello. Xalvator, en cambio, trataba de mantener el humor a flote, pero incluso él sentía cómo algo le arañaba la mente.
A medida que avanzaban, comenzaron a escuchar un murmullo… un canto en una lengua olvidada. Provenía de todas partes, como si el Bastión recitara su propio réquiem.
En lo alto, en un plano invisible para los mortales, Abrahel descendía.
Atravesó un velo de sombras y fuego, su figura recortada contra la tormenta infernal del inframundo. A su alrededor, demonios sin rostro lo observaban inclinarse sobre la grieta que conectaba con el Bastión. Un rugido se extendió cuando él levantó la mano y abrió un portal con un solo pensamiento.
—Hermano… —susurró—. Finalmente puedo oler tu miedo.
Cruzó el umbral.
El suelo tembló. En el Bastión, una grieta se abrió bajo los pies de Ekaterina. La llama que los había guiado titiló y murió.
Vladimir sintió algo arderle en el pecho: una marca, un vestigio del linaje de Darok que jamás logró borrar.
—Él está aquí —dijo con voz ahogada—. Abrahel viene hacia nosotros.
El aire se volvió denso. Sombras líquidas comenzaron a filtrarse por los muros, adoptando formas distorsionadas, como cuerpos arrastrándose desde otra dimensión. Las visiones se multiplicaron: imágenes de guerras antiguas, de hijos traicionando a padres, de reinos reducidos a ceniza.
—¡Muévanse! —gritó Helenka—. ¡El Bastión está reaccionando!
Avanzaron corriendo por un corredor que los llevó a una vasta cámara, pero algo pasó; el grupo se separó al interior de la cámara y uno a uno fue desapareciendo sin dejar rastros, dejando a Vladimir solo en su batalla por hallar el camino que lo condujera hacia su padre.
—¡Ekaterina! —gritó—. ¡Xalvator! ¡Helenka!
Silencio. Solo el zumbido del Bastión respondiéndole, como si disfrutara del aislamiento. Una ráfaga helada recorrió la sala y una llama central comenzó a encenderse, pero su luz era negra.